tag:blogger.com,1999:blog-48736973105065973552024-02-20T11:06:15.513-09:30.Fernanda Alcorta http://www.blogger.com/profile/15604187086001617999noreply@blogger.comBlogger143125tag:blogger.com,1999:blog-4873697310506597355.post-48458652967731304482012-09-23T23:55:00.001-09:302013-09-05T02:36:32.062-09:30<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0in; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
Aprovechando el fin de semana largo los tres mosquitos pudimos organizar
nuestra primera salida fuera de casa y hoy a la noche nos juntamos a festejar
el día de la primavera en nuestro bar.<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0in; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Laura nos avisó por mensaje que
iba a demorarse porque no estaba satisfecha con la ondulación de sus rulos
castaños, motivo por el cual llegó unos treinta minutos tarde. <o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0in; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Maxi y yo nos despegamos
mutuamente del sillón alrededor de las 21:30 hs cuando la indecisa Laura tocó
el timbre.<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0in; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Caminamos media cuadra desolada. Ya en la esquina, e</span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">legimos mi olvidada pero queridísima mesita azul de afuera y </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">nos dejamos caer en las sillas de acero inoxidable de Harmony. Pedimos una picada para cuatro personas que devoramos en cuestión de segundos, como si los que comiéramos, fuéramos seis jugadores de rugby extraviados en el desierto. Seguido destapamos sin
respiro, una tras otra, cinco cervezas de litro y medio a punto iceberg que,
además de refrescarnos nos dejó a cada uno con los ojos invisiblemente achinados
y una sonrisa idiota permanente que duró hasta que nos despedimos.</span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0in; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Cada comentario y cada chiste
fueron razones suficientes para estrellar con alegría los chops burbujeantes y transpirados. Los chicos me atosigaron con un sinfín de preguntas; estaban
contentísimos de que mañana fuera a conocer mi nuevo espacio de trabajo en la
productora de Joaquín. <o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0in; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Les conté lo mal que me sentía por el destino de mi ex empresa y de todas las personas que trabajan allí,
pero mis amigos inmediatamente me hicieron sonreír: Laura hizo una representación bastante acertada del disgusto
que la víbora de Rebeca se iba a llevar cuando un secretario (intrepretado por Maxi), le hiciera entrega del telegrama de
renuncia que envíe el sábado por la mañana. <o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0in; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Pensé que no se iban a acordar. Pero no. Me preguntaron por Nicolás y no pude desenredarme de las risotadas más vergonzosas de mi vida.
Laura y Maxi terminaron tomándose el estómago, doblados en dos, imaginando lo
estúpida que debí haber parecido sentada en aquel banco de plaza, apuntándoles a las palomas con una manzana caramelizada.<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0in; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Repasando la velada, todos
teníamos motivos para festejar... Incluido Máximo: en el momento en que Laura nos
explicaba emocionadísima las pequeñas curiosidades sobre su carrera y lo
impaciente que estaba por comenzar el año lectivo, Maxi, la opacó con una
primicia que nos dejó con los chops flotando en el aire. Su noticia
inesperada, no hizo más que reafirmar los motivos de los festejos: con el dinero de
la venta de la imprenta de su papá tiene planeado abrir su propia librería.
Pero no cualquier local corriente de venta de libros: una librería
personalizada y cálida, con mesas y café. <o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0in; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Asombrosamente ideó todo en una
semana. Su estrategia es fusionarse con su compañero del trabajo,
Federico, que ya hace tiempo tiene intenciones de independizarse montando su
propio negocio. Parece que este Federico tiene experiencia de sobra en
administrar locales de gastronomía y cafetería. Pero lo más importante de todo
es que Maxi no estaría solo frente a la inversión, porque su compañero
casualmente cuenta con un capital que viene ahorrando con sudores, desde hace un tiempo, esperando la ocasión correcta de invertirlo; con mi amigo la encontró. </span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0in; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Cada uno se va a ocupar de su rubro. Federico se va a encargar de la
administración del bar y Maxi va estar al mando de la principal fuente de
ingreso: los libros. Igual, los dos convinieron que las ganancias resultantes
iban a estar divididas a la mitad, en un cincuenta y cincuenta.<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0in; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Para ser sincera, la sonrisa se
me desdibujó enseguida apenas terminó de hablar.</span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> Porque mi compañero de cuarto está
considerando la idea de volver a mudarse dentro dos meses. Si bien es algo a
futuro, no esperaba que lo mencionara hoy, ni que tampoco fuera a suceder tan
pronto.</span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0in; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Como buena amiga, lo felicité y
le di mi total apoyo, pero a decir verdad, a partir de que mencionó la palabra
“mudanza” comencé a extrañarlo, como si ya no viviera más conmigo.<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0in; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Nos levantamos cuando las luces
anaranjadas de la barra se apagaron. El mozo que esperaba adormecido, tras la
puerta de vidrio, que alguno de los tres levantara la mano para pedir la
cuenta, reapareció frente a nuestra mesa en un pestañeo. <o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0in; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Pagamos entre todos, y los acompañé hasta el auto. Los dos viajaban juntos, porque, Laura, se había
ofrecido a alcanzarlo hasta la casa de Mandy. Nos saludamos y aseguramos que el
próximo fin de semana nos íbamos a volver a juntar sin falta.<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0in; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">No arrancaron hasta que me vieron
entrar. Los saludé desde el hall y llamé al ascensor.<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0in; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Noté que el edificio estaba en total silencio. En mi piso, el departamento de Los Vargas y el departamento del “Sin Cara” estaban a oscuras. <o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0in; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Al único ser viviente que
encontré despierto fue a Capitán, que mordisqueaba nerviosamente al “Coco Chillón”, d</span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">esparramado sobre el felpudo bordó.</span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0in; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0in; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Mientras elijo las últimas
oraciones con las que finalizar esta última nota para el doctor, mi
perro, todavía está enredado entre mis piernas, empecinado en convertir en papel picado a su
más preciado juguete.<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0in; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Aunque René no sepa que tomé su
sabio consejo y me animé a escribir aquello que me obligaba a callar, le estoy
eternamente agradecida. El que fue mi terapeuta, hace ya unos cuantos años,
siempre decía que las palabras escondían una medicina secreta poco valorada. </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Después de escribir durante todos estos días no puedo verlo de otra manera. No
tengo ninguna duda de que la escritura fue una gran herramienta que me sirvió, en las mañanas, las tardes y las noches, para batallar incansablemente
contra la agorafobia. </span></b><br />
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Y ahora que la fobia duerme profundamente, me despido d</span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">e
ella y me alejo con pasitos de nube...</span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0in; text-align: justify;">
<br /></div>
<span style="font-size: 13.5pt;"> <span class="apple-converted-space"> </span></span>Fernanda Alcorta http://www.blogger.com/profile/15604187086001617999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4873697310506597355.post-88196708941725312092012-09-22T19:45:00.000-09:302012-09-25T01:01:02.793-09:30<br />
<div class="MsoBodyText2" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">No me enojó que no viniera. Sí el
silencio. Lo mínimo que esperaba era una llamada. Por vergüenza o vaya a saber
qué cosa, no se animó a decirme la verdad y prefirió dejarme esperando.
Francamente con quien estoy mucho más furiosa es conmigo misma. Cometí un
error. Me contagié de su impulso, me cegué y me dejé llevar...</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText2" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Aunque me cueste admitirlo, en realidad,
sabía desde un principio que esto iba a suceder; también estoy plenamente
segura de que no lo hizo a propósito, y que debió haber intentado caminar,
con mucho sacrificio, algunas de las nueve cuadras que en ese momento nos
distanciaban, porque, ayer a la noche, cuando hablamos, demostró que tenía
verdaderas intenciones de verme, y hoy al mediodía, cuando recibí un
contingente indefinido de mensajes, llenos de entusiasmo y de energía, también
sentí una sensación similar. </span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText2" style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Pero fue así, simplemente, no pudo
lidiar con su problema. </span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">De
la variedad infinita de plazas, bares, y lugares turísticos que colman y
embellecen la ciudad, combinamos encontrarnos en la Plaza de Flores por un solo
motivo: el impedimento de Nicolás. </span></b></span><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR">Si
bien su departamento está ubicado a una distancia considerable, él me aseguró y</span> reafirmó, con total
franqueza, <span lang="ES-AR">que creía que iba a poder llegar sin
inconvenientes al lugar del encuentro.</span></span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Salí
de casa con antelación, y con unas cuantas cargadas infantiles de parte de mi mejor
amigo y de su novia. Mi reencuentro con el 53 fue excepcional; extrañamente me
recibió con un asiento libre y sin acompañantes molestos. Durante el trayecto
sentí nervios y contracciones, pero los reconocí enseguida: sabía que eran los
nervios típicos de la primera salida.
<o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR">E</span>ncontré la plaza en su
apogeo: estaba atestada de bicicletas, pelotas y chiquilines que le maullaban,
a sus mamás y a sus papás, que les compraran copos azucarados, pirulines, y
globos amorfos, impresos con las caras de unos temibles dibujos japoneses.<o:p></o:p></span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Me ubiqué en un banco de piedra rasposo ubicado en
el centro de la plaza de Flores, casi al lado de la fuente, como habíamos
acordado, y los minutos <span lang="ES-AR">comenzaron a correr. </span> <o:p></o:p></span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">A la media hora, el sol se había escondido. Mis
nalgas estaban momificadas y adormecidas, por culpa de la quietud y el gélido
viento que comenzó a impactar de forma inmediata y pareja por todos los
frentes.</span></b><br />
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ni hablar de la inesperada compañía... como tenía hambre me dejé seducir por el
olor a caramelo derretido y terminé comprándole una manzana con pochoclos a un
vendedor ambulante. Lo que pasó después fue terrible: me vi acorralada por unas
roñosas palomas tornasoladas y vacunas, que exigían, sobrevolándome por encima
de la cabeza con sus picos demenciales, que les convidara el maíz inflado con el que estaba rebozada. Me sentía la protagonista de Los
Pájaros. Ya había deglutido casi la mitad, cuando una paloma mugrienta abrió las
alas preparándose para impactar de lleno en mi confitura. Me asusté, y no me
quedó otra alternativa: se la revoleé. La manzana rodó en el piso y la paloma
cayó seca con el pico apuntando al cielo. Se me rompió el corazón. Una pareja me azotó con la mirada; veía en
sus ojos de dirigentes de Greenpeace, que me juzgaban como la peor criminal.
Estaba por soltar la primera lágrima, cuando milagrosamente, la paloma, logró
enderezarse algo atontada, para continuar atacando a la manzana caída. </span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Tuve que pasar otros veinte minutos sola, sin
manzana, sin Nicolás y con un intento de asesinato en mi historial, para
animarme a localizarlo. Atendió su contestador; tenía el teléfono
apagado. Esa señal fue clave. Formateé mi cuerpo y, con los cachetes pegoteados,
y la ropa adornada con variopintas plumas de palomas saqueadoras y otras de paloma
resucitada, volví con la cabeza gacha a la parada.<span lang="ES-AR"><o:p></o:p></span></span></b></div>
<div class="MsoBodyText2" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Llegué a casa dispuesta a auto
flagelarme con los mensajes de mi casilla privada. Había uno reciente. Estaba
sombreado y podía leer claramente el nombre y apellido de Nicolás. Me abalancé
sobre el ratón para triturarlo con el dedo índice insistente, y encontré la línea
más tacaña que pude leer en mi vida:</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText2" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> “Fer, volví. No pude”.</span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Parpadeé repetidas veces comprobando que mis ojos
enfocaran correctamente. O, quizás, muy adentro deseaba que las palabras se
multiplicaran mágicamente en ese fondo pálido. Nada pasó. Seguían igual. Eran cuatro palabras de porquería, vacías, que no contenían ni una simple disculpa.
Echaba espuma por la boca. </span></b><span lang="ES-AR"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b><o:p></o:p></b></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
</div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Más tarde, repasando el mensaje mentalmente,
comprendí que detrás de aquella frase mezquina se escondía una gran verdad: en esta
etapa de su vida, Nicolás, no sólo no estaba preparado para salir de su casa,
tampoco está preparado para nada más.<o:p></o:p></b></span></div>
<div class="MsoBodyText2">
<span lang="ES-AR"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Me dolió en el alma, pero no le
contesté.</b></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<br />Fernanda Alcorta http://www.blogger.com/profile/15604187086001617999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4873697310506597355.post-5091553704993701122012-09-21T22:31:00.000-09:302013-09-05T02:33:37.633-09:30<div style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></b></div>
<div class="MsoBodyText2">
<div style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR" style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>El cambio de estación no sólo aterrizó de un día para el otro con la promesa de un sol rajante permanente y con el
nacimiento de nuevos capullos de infinitas variedades de flores, también llegó
con un paquete para mí. Desaté un moño gigantesco y, de adentro, como unos
resortes payasescos, se asomaron una bandada de sorpresas, que se estrellaron
directamente en el centro de mi cara.</b></span></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR" style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>La
primera sorpresa me la dio Joaquín. Me llamó tempranísimo, buscando que, por
fin, le diera una respuesta concreta. Si bien no estaba muy decidida, me
parecía que, de la variedad de posibilidades que tenía a mi alcance, su oferta,
era la mejor. También de alguna manera parecía ser la más correcta de la dos.
Joaquín fue el único del trabajo que demostró preocupación durante los meses en que ni siquiera me animaba a asomar la cabeza a la calle.
Es verdad que Clara tenía muchísima razón en lo que decía: el emprendimiento de
mi ex jefe carece de antigüedad. Es un proyecto joven. Pero si hay algo de lo
que jamás dudaría, es de su gran personalidad y la asombrosa capacidad que
tiene como líder; confío plenamente en sus súper poderes; ese envidiable don de
saber reinventarse en los peores momentos. <o:p></o:p></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR" style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Joaquín
me habló con una voz llamativamente risueña que despertó mi atención desde el
principio. Hablaba a los latigazos, como apresurándose a contarme algo que no
alcanzaba a retener dentro de su organismo:</b></span><br />
<b style="text-indent: -0.25in;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR"> -¿Y Alcorta?, ¿qué decidiste?...</span></span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR" style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Lo
hice esperar en la línea por pura maldad inocente. Quería darle un poco de dramatismo,
despertar sus emociones y escucharle decir que no aguantaba más, que se moría
de ganas por saber si su ex mejor empleada lo iba a seguir hasta el fin del
mundo.</b></span><br />
<b style="text-indent: -0.25in;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR"> - Que sí. Te sigo.</span></span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR" style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Joaquín
soltó unas risas breves que instantáneamente evolucionaron en unas carcajadas
graves y que luego no tardaron en ser condimentadas por un fuerte ataque de
tos. La noticia que disparó, me dejó con los ojos en blanco:</b></span><br />
<b style="text-indent: -0.25in;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR"> - Qué bien entonces. Porque ayer, un contador y
un administrativo, </span></span></b><br />
<b style="text-indent: -0.25in;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR"> confirmaron lo que imaginaba. La productora llega a tono con
el</span></span></b><br />
<b style="text-indent: -0.25in;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR"> sombrero de Papa Noel. Están en rojo con los números, es decir,</span></span></b><br />
<b style="text-indent: -0.25in;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR"> no pasan
enero. ¡Te decidiste bien, Alcorta!</span></span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR" style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Joaquín
me contó que también Rodrigo había aceptado firmar con él, y que, hoy, era el
último día que trabajaba para la productora. Esa era la razón por la cual, en
esta última semana, no se había molestado, como otras veces, en enviarme mil
e-mails pesadísimos preguntándome, una y otra vez, por el trabajo que me había
demorado en completar. Mi flamante jefe, por segunda vez consecutiva, me contó
que había repasado la idea de invitarla a Marisa, que es una excelente
profesional, pero cambió de parecer cuando Rodrigo le dio a entender que en los
últimos meses se había acercado demasiado a Rebeca. Me dio tristeza pensar que
Marisa dentro de poco iba a terminar desempleada, y encima, justo para la época
más costosa y demandante del año... Ninguno tiene intenciones de decir nada... por el bien de la productora. Si todos supieran que se está
fundiendo se despertaría una avalancha imparable; probablemente la empresa
empezaría a vaciarse antes de tiempo. Los empleados, desesperados en conseguir
otros trabajos, renunciarían en conjunto y, en consecuencia, el color rojo,
llegaría mucho antes de lo previsto; cerrando antes de la fecha estipulada por
los contadores.<o:p></o:p></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR" style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Tomé
a Joaquín desprevenido. La pregunta le llegó tan sorpresivamente como la espuma
blanca tóxica disparada en los ojos en medio de un carnaval:</b></span><br />
<div style="text-indent: 0px;">
<b style="text-indent: -0.25in;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR"> -</span><span lang="ES-AR">¿Cuándo empiezo?</span></span></b></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR" style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Su respuesta se hizo desear. Hizo una introducción extensísima que
llegó a durar lo mismo que una llamada de mi mamá. Me habló de
la ubicación del PH que había alquilado en San Telmo y la gama de colores que
había elegido para las paredes recientemente pintadas: algunas eran blancas y
otras eran de un rojo teatro. Caracterizó el mobiliario de oficina que había
elegido para todo el PH, enumeró los títulos y la cantidad de láminas de
Picasso que había mandando a enmarcar para darle un toque hogareño a los
espacios, y también me habló de la importante suma que desembolsó para las
necesidades técnicas: compró unas carísimas computadoras al por mayor, que
mandó luego a mejorar, en un centro especializado, para que todas pudieran
editar a una velocidad ultrasónica. Contabilizó seis cámaras HD, diez tarjetas
de memoria, otra buena cantidad de memorias externas, unos cuántos trípodes,
algunas baterías, celulares para el interior y el exterior, distintos faroles y
luces, y por último me definió los equipamientos de los sets... Dejó lo
impensado para el final; no lo pude creer. Joaquín, sin darle demasiada importancia, me dio la
icreíble noticia de que tenía mi propia oficina. Ya no tenía que compartir el
escritorio con dos personas más. Me imaginé a mí misma destapando un tupper con
el almuerzo en la mesa de trabajo y casi lloro de la felicidad. Todavía seguía pensando
en mi desconocida oficina cuando me respondió la pregunta oxidada:<o:p></o:p></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR" style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b> - Ya empezaron todos. ¿Querés pasar el lunes
para conocer tu lugar?<o:p></o:p></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR" style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Y le
respondí que sí, que encantadísima.<o:p></o:p></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR" style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>La
segunda sorpresa me la dio Laura, cuando pasó a buscarme con Luqui a la hora
del almuerzo. Como desde que Olga nos abandonó, el perro, no volvió a lijar en
el asfalto sus garras de dinosaurio poseído, lo uní al grupo. Compramos unos
sandwichitos de miga de jamón y queso, en la panadería de La Rioja, y
caminamos, disfrutando cada paso, hasta la Plaza Martín Fierro. Nos sentamos en
un banco y, cubiertas por las ramas de un árbol verde musgo, mientras controlábamos
que Luqui se portara civilizadamente con los señores mayores con los que jugaba
al ajedrez a diez metros de distancia de nosotras. Sin perderlo de vista,
Laura, comenzó a hablar con excesiva meticulosidad sobre las maravillosas
novedades que me había adelantado estos días por teléfono: mi amiga no se anotó
para retomar derecho. Se inscribió en la facultad decidida a hacer una
licenciatura en psicopedagogía. Realmente la noté muy entusiasmada. Ahora que
Luqui se desgasta casi de manera obsesiva con sus clases particulares de
ajedrez, anhelando ser el próximo Bobby Fischer de Argenina, y que Franco ahora
está recibiendo un sueldo acorde a los kilómetros de viaje que hace semanalmente, por primera vez están analizando contratar una niñera especializada para que cuide de él. Es
decir que, mi amiga, va a poder estudiar tranquila una carrera que no sólo la va
ayudar a hacer comprender el compartimiento de su propio hijo; también va a poder
entender el accionar de otros Luqui que no tienen la misma suerte de tener una
madre como ella.<o:p></o:p></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR" style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Volví
cuando faltaban diez minutos para que empezara la sesión, por eso, subí al
cuarto piso, sin pasar por mi casa. VilmaMiriam me recibió con un calidísimo
“¡feliz de la primavera!” y, de improvisto, me insertó en el pelo una
pequeñísima flor de loto, hecha con un papel suave al tacto y de un color azul violacio intenso. Entré a su despacho y me aterré; sentí que no estaba en este
planeta y en este país. Estaba en un cementerio ubicado en el país de las
maravillas de Alicia, porque su escritorio estaba cubierto por un enjambre de
flores extrañísimas hechas por ella misma, con la milenaria técnica del
origami. Me escapé con la afiladísima flor de loto pinchándome el cuero
cabelludo hasta el living, y allí encontré a Clara casi desnuda. Retrocedí.
Veía su ropa interior mecerse, y no podía fijar la vista en otro lugar que no
fuera el voladito naranja que le decoraba el elástico finito de la bombacha.
Todo era por culpa del vestido que llevaba puesto. Parecía que, Clara, se había
tomado muy en serio la llegada de la primavera. Realmente me sorprendió que con
estas bajas temperaturas se animara a vestir semejante transparencia floreada, sin mangas. También tenía puestas
unas sandalias que dejaban expuestos sus diez dedos del pie, prolijamente
pintados con un esmalte amarillo fluorescente. Aquel color</b></span><b style="font-family: Verdana, sans-serif;">, como otras tantas cosas, no le
favorecía para nada. Al contrario, le ensanchaba asombrosamente las
proporciones de sus dos empanadas gallegas. Me recordaban a
los pies inhumanos del Cacique Paturuzú.</b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR" style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Le
conté a Clara como resolví mi dilema laboral, y se reservó la opinión, pero cuando me di tiempo y argumenté a favor de lo que ese cambio significaba para
mí, enseguida se mostró positiva. Seguido, hablamos
sobre mis exitosos viajes en el 101. Entre otros temas, algo menos importantes, también le
conté acerca de la discusión que, el domingo pasado, había mantenido con mi mamá. <o:p></o:p></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR" style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>En
realidad, no había mucho más para decir. Estaba feliz y Clara lo sabía: me
sentía muy bien. Encerraba muchísimas sensaciones que se entremezclaban y me
provocaban unas ganas incontenibles de gritar de la felicidad. <o:p></o:p></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR" style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Pese
a que voy a comenzar a trabajar, Clara y yo, convenimos seguir la terapia
algunos meses más. Lo único que modificamos fue el horario; ahora voy a
atenderme los miércoles a las 20 hs. <o:p></o:p></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR" style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>A
las 17: 15 hs saludé a VilmaMiriam y, con un abrazo de agradecimiento, y una sonrisa sincera, me despedí de Clara
hasta que la próxima sesión nos volviera a encontrar.<o:p></o:p></b></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR" style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>La tercera noticia llegó
del teclado de Nicolás. Leer las líneas que me había dejado en Facebook, me
provocaron un intenso ardor estomacal, que instintivamente asocié con el
estallido de un volcán a punto de erupcionar. Eran los nervios. Me retorcí
boquiabierta. Nicolás me invitaba muy amorosamente a encontrarnos mañana por la tarde. Todavía no sé que contestarle... aunque al
final, seguro voy a decir que sí.</b></span></div>
Fernanda Alcorta http://www.blogger.com/profile/15604187086001617999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4873697310506597355.post-80047465674100762702012-09-20T22:35:00.001-09:302012-09-24T00:23:02.244-09:30<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b><span style="text-align: justify;">Tuvimos algunos traspiés, pero fue un día
mágico. El encuentro entre Sofía y Florencia salió según lo planeado... Lo
espantoso fue lo que pasó a la noche. Me dio tanta vergüenza que hubiera
traspasado el monitor con la cabeza para plantármelo como sombrero: por error
le envié una solicitud a mi amigo cibernético y durante más de media hora me
espió por la cámara web sin decirme nada.</span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Viajábamos en el 101, cuando me di cuenta que
había olvidado una parte importantísima del plan: avisarle a Sofía que había
podido comunicarme con Florencia, y que, hoy a las cuatro, ella iba a estar
esperándola en mi casa. <o:p></o:p></b></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Maxi y yo, nos bajamos furtivamente en Las
Heras, bordeamos el Cementerio de la Recoleta y encontramos, por casualidad, la
parada de regreso a casa. No era tan grave pero teníamos que andar con cuidado, el tiempo estaba contado. Tomamos el colectivo a las 12:30 hs. Todavía faltaban cincuenta minutos antes de
que Sofía saliera de la escuela. Pero el tránsito no nos acompañó. Nos tomó cuarenta
minutos llegar, cuando, por lo general, ese es el tiempo en que
se tarda, un día cualquiera, en arribar a la estación de Retiro desde mi casa.
Llegamos con la lengua a un costado, como dos galgos sedientos, y los
nervios hechos jirones, a causa del repentino trote que improvisamos desde Dean
Funes hasta La Rioja. <o:p></o:p></b></span></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Maxi se ofreció de voluntario y se quedó
en el hall hecho estatua, aguardando a Sofía para darle la feliz noticia.
El tiempo que pasó abajo me pareció un siglo, un siglo helado y huracanado, porque la impaciencia me superó y terminé atrincherándome en
el frío balcón, esperando alcanzarla antes que nadie, con mis ojos de lince. Al verla se me erizó el corazón. Doblaba por la esquina, asomando su
fragmentado cuerpo de pasa de uva achicharrada. </b></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>El tintineo de un juego de llaves rozó con
violencia mis tímpanos y corrí a la puerta. Por la sonrisa de mi amigo pude
entender que el mensaje había sido entregado con éxito. Pero no predije la
mueca posterior. Había un pequeño gran inconveniente que habíamos pasado por
alto; teníamos que esperar a un invitado importantísimo: el sueño. <o:p></o:p></b></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Sofía le había dicho a Maxi que, el cabeceo de los abuelos
Vargas, iba a comenzar en el mismo momento en que terminaran de engullir el almuerzo.
Recién ahí, iba a poder robar las llaves. De todas formas no aseguró cuánto
podía llegar a tardar aquel proceso. Había que esperar.<o:p></o:p></b></span></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Unas horas después sonó el timbre. Era
Florencia. Bajé a recibirla y me encontré con una adolescente hermosa y
cordial, vestida de punta en blanco con un uniforme verde apagado y un palo de
hockey negro y rosa. Tenía un flequillo de costado, algo revuelto, sujetado por
un ganchito, lo que me hizo suponer que, hasta hacía poco, había estado jugando
un partido. </b></span></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Como no había almorzado mi mejor amigo le
preparó un café con leche acompañado por uno de sus famosos sándwiches
grasientos, cargados con manteca y mayonesa. Maxi compatibilizó con ella
enseguida, y resultó un recurso bastante útil para romper la tensión inicial;
resulta que a Florencia le fascina leer. </b></span></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Entrada en confianza, nos contó que vivía
con su papá y tres hermanos (dos varones y su melliza) y que no había vuelto a
ver a su mamá desde que sus papás se habían divorciado. Con una amplia sonrisa
nos relató, con lujo de detalles, el día en que había conocido a Sofía en el
grupo de Perseverancia. También habló de las cabezas del grupo. Sus ojos
turquesas se ensombrecieron cuando nombró al famoso Padre Carlos, y se
cristalizaron cuando nos contó cómo, este hombre de religión, se encargó de
advertirle a su mamá acerca de la “extraña” relación que mantenía con su compañera de
grupo. </b></span></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Las agujas volaron. Habíamos dejado las
17:00 hs en un pestañeo; volvimos a interrogar el reloj a las 17: 40 hs. La
última que anunció la hora fue Florencia a las 18:00 hs, con tristeza. No hizo
falta más. Unos minutos después, Sofía, tocaba la puerta de entrada con unos
golpes bajos, pero, a la vez, incontrolables. </b></span></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Tardaron en reconocerse, como si los
nueve meses que llevaban separadas, hubieran vuelto sus jóvenes facciones
irreconocibles. Se encontraron con la mirada y en un abrazo que pareció interminable. Era un ciclo
vicioso: reían, se detenían a mirarse, y volvían a reír. Y no era una
sonrisa cualquiera. Era una sonrisa contagiosa, que nos involucraba a nosotros
también. Porque Maxi y yo, como espectadores, tampoco podíamos parar de reír.</b></span></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Las dejamos a solas. Bajamos y caminamos
hasta el bar de la esquina. Volvimos una hora después, cuando Florencia se
preparaba para irse a su casa. La despedimos con cariño y acordamos
comunicarnos por teléfono para coordinar sus próximas visitas. Le aclaré que, como en unos días comenzaba a trabajar fuera de casa, quizás iba a resultar algo complicado organizarnos, pero, Maxi y yo, les aseguramos encontrar alguna solución. </b></span></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Maxi la acompañó hasta el hall y quedé a solas con Sofía. Ella estaba compungida, como si necesitara desatarse de la
garganta algunas palabras anudadas. Llegaron con mucho esfuerzo:</b></span></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<b style="font-family: Verdana, sans-serif; text-indent: -0.25in;"><span lang="ES-AR"> - </span><span lang="ES-AR">Perdoname por haberte ocultado...
todo.</span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Le batí el pelo con la mano y le dije una
verdad que hasta a mí me pareció graciosa:</b></span></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify; text-indent: 0px;">
<b style="font-family: Verdana, sans-serif; text-indent: -0.25in;"><span lang="ES-AR"> -<span style="font-size: 7pt;"> </span></span><span lang="ES-AR">Siempre lo mismo. Todos eligen a
Máximo... Igual ya lo suponía. Todo.</span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Sofía abrió la boca como un hipopótamo,
pero de ella no salió ninguna palabra. Frunció el ceño con desmesura y comenzó a
titubear. Me adelanté como un rayo:</b></span></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<b style="font-family: Verdana, sans-serif; text-indent: -0.25in;"><span lang="ES-AR"> - </span><span lang="ES-AR">Sino, ¿por qué razón iba a faltarme la película que vimos? </span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>La acompañamos hasta su departamento. Prometió
dejarnos mensajes en el compartimiento cuando no pudiera cruzarse. Cerró la
puerta con los ojos almendrados brillantes, como fuegos artificiales en plena explosión. </b></span></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Maxi salió al rato. Hoy le esperaban las peores doce horas de la semana; tenía que ocuparse
del cierre. </b></span></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Apenas se fue, me preparé un cortado y me
senté frente a la computadora. Aproveché la calma para arreglar la tanda de
fotos que hace días vengo postergando, con entera dedicación. Nicolás fue mi salvavidas.
Estaba haciéndome compañía en línea. Como me encontraba ocupada, intercambiamos a destiempo, algunos mensajes aislados. Hasta
que no envió ninguno más. Abrí su ventana y entendí todo: cuando se me había
caído el café, en la mesa de la computadora, por error, había presionado
alguna tecla delatora. Me di cuenta tarde, tan tarde, que no me importó
nada. Nicolás había visto, en vivo y en directo, el escándalo que tenía como pelo, la
crema blanca entre las cejas, que embadurnaba mi inflamado grano rojo, la
remera-pijama negra con el estampado de "Los Gonnies", la contracturada cara de
concentración que adoptaba trabajando y la desesperación con la que había
limpiado el café... </b></span></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>A él, el número, le pareció
graciosísimo. Me enojé y terminó disculpándose por no haberme avisado, aunque
dijo que de todas maneras no se arrepentía. Creo que si acepté su pedido y me
dejé ver, por propia voluntad, a través de la camarita, no fue por la bandada de piropos, ni porque me
había encontrado “una belleza” agitando el trapo amarillo. Fue porque me estaba
muriendo de ganas de verlo. Él resultó mucho más bello. </b></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
Fernanda Alcorta http://www.blogger.com/profile/15604187086001617999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4873697310506597355.post-76001999269862324022012-09-19T23:16:00.001-09:302012-09-24T00:29:29.448-09:30<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Tardé una hora y media en dar con ella.
Fue desgastante. Removí la línea telefónica durante una hora y lo conseguí; me
pude contactar con Florencia. Contentísima aceptó venir mañana, después de
salir de clases. <o:p></o:p></span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Me encontraba frente a la puerta de Los
Vargas cuando me di cuenta que estaba a punto de cometer una locura. Menos mal
que lo hice a tiempo. Hablar con Sofía directamente no era una buena opción.
Más cuando llegaron a mis oídos una seguidilla de gritos sepulcrales superpuestos
con un rejunte de oraciones mecanizadas, recitadas por algún pastor cristiano
de alguna FM barrial. Su voz llegaba entrecortada y latosa. Evidentemente había
algún tipo de interferencia, motivo por el cual la abuela de Sofía despotricaba
y maldecía, en iguales proporciones, a Satán y a la tecnología. Con el puño cerrado
y en altura, retrocedí. Lo único que iba a conseguir era disturbar con una
nueva riña la tranquilidad del noveno
piso. Y antes de reavivar las llamas de odio de los Vargas, prefería
las llamas del infierno. <o:p></o:p></span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">De pronto, el depósito se iluminó ante
mis ojos. No dibujé la idea hasta que abrí la puerta del compartimiento y
repasé el interior. Una ola aromática a brócoli fermentado me tapó las fosas
nasales. El olor se desprendía de las mismas paredes, porque el compartimiento
estaba totalmente vacío. Las deducciones se imantaron involuntariamente: si el
depósito estaba vacío significaba que los Locos Vargas todavía no habían sacado
la basura, y si los Locos Vargas no se habían desprendido de sus desperdicios diarios,
envueltos en las bolsas de supermercado del chino Huang de enfrente, también
significaba que no habían mandado a Sofía a hacer su pequeña tarea hogareña. Me
sonreí. Volví a mi departamento, estrujé el cerebro al máximo y finalmente
logré escribir en un pequeño papel un mensaje en clave que pudiera ser claro y sintético.
Corté con los dientes dos trozos de cinta de pintor y me pegué las tiras en el
brazo. Espié por la mirilla y me aseguré de que nadie estuviera rondando por el
pasillo. Impaciente, volví al compartimiento con pasos suaves y pegué el
pequeño cartel. Un minuto después llamé al ascensor, caminé hasta la parada y
subí al 101. Dormí profundamente hasta que el chofer me zamarreó. Había llegado
a la estación.<o:p></o:p></span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Volví apurada. Estaba impaciente por
encontrarme con la respuesta de Sofía; también estaba intranquila. Tenía miedo de
que Florindo se adelantara y despegara el papel adherido a la pared pestilente.
Llegué a nuestro piso a los tropezones y volví al compartimiento. Pero no
encontré ninguna respuesta. Tampoco encontré el papel; lo que sí encontré fueron los
dos trozos de cinta que había usado. Supuse que el culpable podía haber sido
cualquiera: El "Sin Cara", Florindo, o algún miembro del clan Vargas.
<o:p></o:p></span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Hasta que Capitán no me derribó, pensé
que mi estrategia de utilizar el compartimiento como conector había sido una completa
chiquilinada; que la película de acción que había montado había mutado inexplicablemente
a un sketch de comedia de bajo presupuesto. Me dejé abrazar por las garras de
Capitán y me sorprendí al comprobar que de su hocico se asomaba un papel
babeado encerrado en sus colmillos. Era la contestación de Sofía. Sólo había
trazado un "OK" compacto pero prolijo; además había agregado en el
reverso el número de Florencia.<o:p></o:p></span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La primera vez que marqué el número no
contestó nadie. Corté antes de que atendiera el contestador y volví a intentarlo
algunos minutos después. El teléfono daba ocupado. A la tercera vez, del otro
lado, contestó un chico que no parecía tener más de doce años, que aseguraba
no conocer a ninguna Florencia. Corté pensando que el número era incorrecto y
que el chico tenía razón. Pero los digitos estaban escritos con cuidado y eran
inconfundibles. Lo intenté nuevamente. El teléfono repiqueteó y volvió a responder el mismo chico con la misma postura: en su casa no vivía ninguna
Florencia. Estaba a punto de cortar cuando se me ocurrió pedirle que me pasara
con alguna persona mayor. Tenía que confirmar lo que suponía. Unos minutos después,
un hombre alegre se puso al teléfono y me comentó que tenía entendido que la familia
de Florencia se había mudado hacía algunos meses al barrio de Barracas. Como él
era el nuevo propietario del inmueble, todavía conservaba un número que le habían
dejado luego de cerrar la operación. Esperé quince minutos en silencio, con la
lapicera preparada para apuntar. <o:p></o:p></span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El proceso se aceleró. Al segundo
timbrazo una mujer se puso al teléfono. Era la madre de Florencia. Hice lo primero que
se me ocurrió: agudicé la voz hasta el máximo y me hice pasar por una ex amiguita,
algo tonta y desorientada, de la primaria. Fue una interpretación maravillosa.
La madre de Florencia me explicó con malhumor que su hija no vivía con ella; vivía
con el papá. La disposición de la mujer fue cediendo de a poco; logré
conmoverla con un recuerdo inventado. Con un entusiasmo forzado evoqué los tiempos
en que su hija y yo jugábamos en el arenero del patio del jardín. La cursilada
funcionó; ella terminó recordando conmigo la existencia del supuesto arenero piojoso.
Discutimos. Yo decía que estaba pintado de amarillo y ella decía que me
confundía: el arenero era un rectángulo
de roble pintado de azul. Al final se entregó a mí con total confianza, como si
le hablara a una hija más y pude conseguir el número de celular sin
dificultades.<o:p></o:p></span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Florencia contestó enseguida. Tenía
la voz tan dulce que me heló. Se parecía muchísimo a la de Sofía. Le conté
quién era, el por qué de la llamada, y expuse en breves líneas la situación de mi
pequeña amiga. Me escuchó atentamente y al terminar no acotó. El silencio se prolongó,
como si el cúmulo de información la hubiese desbordado. Su respiración fue
incrementando de a poco hasta volverse exageradamente turbulenta. La había
puesto nerviosa. Era lógico; estaba hablando con una desconocida que sabía
demasiados detalles de su vida íntima. Intenté sonar lo más maternal que pude y
Florencia se tranquilizó, especialmente cuando me sinceré y le expliqué porqué
me tomaba semejante molestia: por ahora no tenía otra forma de ayudar a Sofía. Reunirlas, aunque fuera una vez al mes, era la </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">única solución que encontraba para
hacer de su vida, una vida más alegre. Se desarmó. Soltó unos
sollozos inacabables. No supe distinguir si lo hacía por el llamado en sí, por los
nervios, la emoción o porque iba a volver a encontrarse con Sofía. Hablamos
unos minutos más y le pasé la dirección, mi nombre completo, y el número de
Maxi por si algo llegaba ocurrir. Me agradeció y prometió pasar mañana a la
tarde sin falta.</span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Estaba tan contenta con las noticias que
apenas corté necesité trasmitírselo a alguien. Como Maxi no estaba y Laura
había desconectado el teléfono, recurrí al único que encontré disponible: mi
compañero de fobia. Nicolás me estaba esperando en línea como las dos últimas
noches, aguardando la novedades de mi segundo viaje en el 101.</span></b><span style="font-family: Arial, sans-serif;"><o:p></o:p></span></div>
Fernanda Alcorta http://www.blogger.com/profile/15604187086001617999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4873697310506597355.post-21833379597896698802012-09-18T21:35:00.001-09:302012-09-19T18:03:59.985-09:30<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Definitivamente hoy sí es mi día. Repetí el
viaje en el 101 tal y como lo había hecho la última vez con una
pequeñísima excepción: todo resultó muy bien. Y además se me ocurrió una idea genial para ayudar a Sofía. <o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El lunes a la mañana, luego de despedir a Justo,
completé mi último paseo en el 53. Me bajé muchísimo después de que el
colectivo dejara atrás la concurrida Plaza Flores, pero antes de que abandonara
la Avenida Rivadavia y se perdiera en los famosos barrios arrabaleros de la Capital.
Hoy, en cambio, respeté la consigna de trabajo que el viernes pasado Clara me
había asignado. Hice exactamente lo que me aconsejó: exprimí cada segundo del día
que estuve fuera de casa sin dejar sobrantes; ninguna cáscara, no dejé ni siquiera los pellejos blancos y agrios.</span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Crucé La Rioja sintiéndome como la Fea Durmiente, luego de estar desmayada en su departamento durante una eternidad y algunos
días más. Respetando el orden de llegada de las demás personas, me detuve detrás de una señora
mayor y abstraída por el castañeo de su dentadura, mi cableado interno se desconectó una vez más de los motores nerviosos. Tuve la rarísima impresión de que el
tiempo en verdad no había avanzado, que todavía estábamos en el mes de Mayo; más
precisamente en el quince de Mayo: ¿habían pasado tantos días? Encontraba la situación surreal, como una autentica pesadilla. Tosí y mi sistema operativo volvió a funcionar. Miré a mí alrededor. Me di cuenta de que estaba equivocada; estaba viviendo mi realidad. El viento se había trastornado; parecíamos estar en sintonía. Y además había algo
más concreto que me aseguraba que no estaba alucinando: esperaba
con expectativa al colectivo de la desgracia. Saqué pecho. Me prometí que el desenlace iba a resultar mejor que el de un sueño; esta vez por nada del mundo me
iba a dejar derrotar. </span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Aguardé diez minutos y me animé a subir al
colectivo más hinchado que pudimos detener. A fuerza de empujones, propinados
por quienes hacían cola abajo, pude encajar en el rompecabezas humano sin
mayores complicaciones. Me agité y me quedé sedada por el olor a humedad que despedía el saco negro de un hombre que estaba estancado en la mitad del pasillo. La situación se presentó como un </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">tentempié, porque el plato fuerte o, mejor dicho, “la prueba de fuego” me estaba aguardando a
tres cuadras de distancia... A través de las cabezas de mis compañeros de viaje,
pude tener una fotografía completa. Abajo había un matorral de personas que
intentaban infiltrase hasta por las puertas traseras; eran una cuadrilla de futuros psicólogos recién salidos de la facultad, que
subieron zamarreando sus vasos extra large de expresos ocupando, aún más, el
ancho y el largo de todo el vehículo. Por culpa de la sumatoria de los trotes atropellados, el colectivo tembló de igual manera que una fuerte onda expansiva. </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Cuando la comunidad del 101
consiguió recobrar el equilibrio, todos convinimos en que era mejor perder la estabilidad que perder el aire y el espacio. Estábamos en una especie de punto
piñata: es decir casi a una persona de reventar y estallar en millones de trocitos contra el parabrisas del chofer. </span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Algunos pasajeros un poco más individualistas, viajaban con las muñecas colgando deprimidas de los pasamanos. El viaje se había
vuelto tan poca cosa para mí que me permití asociar aquella imagen con una de
las primeras citas que tuve con Martín: fue la única y última vez que
había visitado el Zoológico de Buenos Aires; no terminé el tour. Huí
despavorida después de ver a unos monitos arañas amotinados en un microclima prefabricado, hecho de cartón y tanzas, al que decían llamar el “Rain Forest”. </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Pero no todo fue tan malo. Los cuerpos se
mantenían rectos gracias a nuestra veta más solidaria. El torso del compañero
de la izquierda y el torso del de la derecha fueron los principales sostenes que pudimos tener. Entre todos nos mantuvimos enlatados y parejos,
como unas sardinas en conserva. Por el resto no me puedo quejar: me fue
bárbaro. Un chico me cedió el asiento que ocupaba, y tuve la bendición de llegar sentada hasta la terminal. Claro que evité el colmo de los colmos. Si parada el brote no me había alcanzado, de ninguna manera iba a permitírselo sentada. </span></b><br />
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Intenté disfrutar de lo que quedaba del viaje; me fundí sobre la ventana y me dejé llevar hasta Retiro. Tengo que admitir que e</span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">staba tan cómoda que esta vez, si hubiese sido por mí, hubiera acompañado al chofer
hasta el fin del camino. </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Bajé del colectivo en plena oscuridad, pero loca de
felicidad. </span></b><br />
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El trayecto de la vuelta fue muchísimo mejor. Sentía que mis pulmones
se habían inflado de un optimismo y un amor propio que hacía tiempo no
reconocía como tal. Flotaba.</span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Llegué a casa hecha un cubo; todavía tenía las
ropas húmedas y mi campera se había impregnado con el hedor a humedad que
destilaba el pasajero del cual me había colgado a la ida. Cuando estaba cerrando la primera puerta del ascensor me invadió una repentina onda de mal humor; escuché unos ruidos de basura e imaginé que el que estaba en el pasillo era "El Sin Cara", y no. Sofía salió del compartimiento de la basura asustada. No me dio tiempo a nada. Cuando me estaba acercando para comentarle mi propuesta, me miró brevemente y se escondió dentro de su casa. </span></b><o:p></o:p></span></div>
Fernanda Alcorta http://www.blogger.com/profile/15604187086001617999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4873697310506597355.post-82924376626263846912012-09-17T22:48:00.001-09:302012-09-18T14:34:52.344-09:30<div style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="text-align: justify;">El que podría haber sido el banquete más normal
de los últimos cuatro meses viró inesperadamente. A pesar de los reproches y las culpas, todo terminó increíblemente
bien. Al final Justo estaba enterado de que Maxi venía mintiéndole desde hacía tiempo.
Mi mejor amigo quedó como un tarado y mi mamá desapareció en el baño hasta
que Pablo y Mariana, algo incómodos, decidieron emprender la retirada.</span></span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Esta vez llegaron todos juntos. Mi
hermano Pablo y su novia Mariana se disfrazaron de remís y recorrieron once
barrios porteños de más, para evitar que mi mamá hiciese un esfuerzo
innecesario. Unas horas antes me había dicho por teléfono que no podía viajar
ni en taxi ni en ningún medio de transporte público, porque “tenía la
pantorrilla izquierda dolorida”. Ganó. Bastó con que me esbozara la postal
catastrófica que me deparaba de acá a diez años: hace tiempo me viene
anunciando, de manera fatídica, que como su osteoporosis está avanzando a unos pasos agigantados, pronto voy a verme obligada a cuidarla y a
desplazarla por la ciudad en una silla de ruedas cromada. Sacudí la cabeza como
un perro después de revolcarse entre el yodo de las olas y me deshice de la
imagen patética que se desplegó de manera involuntaria en mi mente: yo hacía palanca e intentaba empujar
inútilmente del manubrio de su silla, mientras ella, loca de celos, le propinaba una buenas patadas a los
transeúntes que caminaban por sus costados, provocando una avalancha
zigzagueante en forma de dominó. Mi mamá se lavó las manos y no llamó a Pablo; me encomendó avisarle a mi hermano su impedimento. Me cosí la boca y contuve las
ganas de aconsejarle que pidiera otro turno con su endocrinólogo; me pareció
que la osteoporosis estaba comenzando a hacerle metástasis en sus falanges
perezosas. Al final fui una hija respetuosa, acepté. </span></b></span><br />
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Cuatro horas después, los ojos
hundidos de Pablo me asesinaron; lo entendí perfectamente: mi mamá nos había
mentido y a él le había hecho el viaje imposible. </span></b></span><br />
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">En ningún momento la vi renguear o pedirnos a gritos que
le encastráramos una pata de palo entre las carnes. Al contrario, ayer, igual
que siempre, llevaba puestos unos zancos altísimos que ocultaban descaradamente
la estatura de bonsái que hace años intenta esconder inútilmente. Caminó igual
de enérgica que siempre, de hecho, me
dio la sensación de que se burlaba de nosotros y se desplazaba por los cuatro ambientes campante, con la misma soltura que en un desfile de modas. Además, como siempre, se imantó a mi cuerpo esperando el momento preciso en el que se me escapara algún tipo de infracción para darse el gusto de hundir su uña postiza bordeaux en el error: me recalcó que al poner los vasos en la mesa había dejado mis huellas digitales en los bordes y me llevó hasta el baño para señalarme con un peine, que el espejo del botiquín estaba adornado con cuatro
manchitas y media de pasta dental blanca. ¡Y menos mal que yo no cociné!, sino todo hubiese sido mucho peor. Justo me salvó de la responsabilidades del menú.
Agradecido por el hospedaje me impidió que preparara el pollo al horno con papas y
batatas que Maxi había comprado en una granja naturista de Boedo, y decidió
invitarnos a todos con una parrillada acompañada con papas fritas, que encargó
y pasó a retirar personalmente, luego de comprar en la panadería un kilo y
medio de flautitas y un postre Balcarce tradicional, de vainilla y merengue con
batatas en almíbar.</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">En el trasncurso de la cena Mariana, Pablo y yo, acaparamos la conversación completamente. Nos aburríamos espantosamente. Justo
parecía apagado y solamente cotaba muy de vez en cuando. Su semblante había mutado a
una extrañísima forma de W, que reflejaba un estado incierto; de reojo pude
distinguir algo así como una mezcla de enojo y preocupación. Lo que más me llamó la atención fue el cambio de humor abrupto de mi mamá. Supongo que todo se debió a
la charla íntima que mantuvo con Justo en el balcón. Fue como si alguien le
hubiese renovado el cassette y hubiera limpiado a fondo su caparazón
ennegrecido. De la mismísima nada, adoptó unas maneras protocolares agradables.
Súbitamente había dejado de lado sus comentarios desubicados, en cambio, nos
escuchaba a nosotros con atención. También noté que evitaba volver la mirada hacia la cabecera, donde se encontraba sentado el papá de Maxi y cuando podía soltaba alguna alabanza a favor de mi amigo hippie con olor a Riachuelo, que
definitivamente nunca llegaban a encajar con el hilo conversacional que
manteníamos.</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La noche se desencadenaba en una armonía
reconfortante hasta que Maxi llegó con Mandy. Justo, que tenía muchísimas ganas
de conocerla, la recibió con los brazos abiertos y un palabrerío pomposo y
gentil. Tanto de la boca de mi amigo como de la mía, la novia de Maxi había
recibido unos cuantos comentarios positivos, así que Justo no se guardó nada.
La frase más amorosa de la noche la soltó frente a todos nosotros, cuando el hombre reconoció que hoy en día era muy difícil hallar chicas con el talante de Mandy; y no dudó en hacer una analogía que involucraba a una perla dentro de una
mina de carbón. Frente a estos comentarios singulares Mandy y mi mamá compitieron
para ver quién de las dos conseguía alcanzar más velozmente el tono rojizo de un tomate perita de
cosecha. Las dos estaban que explotaban de la vergüenza. Lo de Mandy era
entendible, pero lo de mi mamá resultó demasiado evidente: estaba anonadada con
las palabras poéticas de Don Justo y por como lo miraba daba a entender que anhelaba fervientemente algún piropo similar de su parte.</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La paz no duró demasiado. Sólo hasta que
Maxi y Mandy se sentaron en la mesa con los restos de la comida fría, y hasta que a mi mamá se le ocurrió la brillante idea de despertar la atención de Justo, a través de mi amigo:</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> -¿Y querido?, ¿mucho trabajo en el bar?</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El aire vibró. Sentí que las pupilas de
Maxi me infectaban con unos rayos X, dejándome totalmente desitegrada en el asiento. Me había
olvidado de advertirles a todos los presentes acerca de su absurda excusa del congreso de bibliotecarios. Y tenía mis motivos: ¿ella preguntando por alguien? Jamás se me hubiera ocurrido pensar que, del pozo ciego que mi mamá tiene por boca, pudiera haber emergido semejante preocupación.</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Mandy y Maxi dejaron los cubiertos en el
plato con una sincronización perfecta. Mariana y Pablo, que entendían poco y
nada, recorrieron la mesa con los ojos vueltos como signos de interrogación.
Con un chequeo fugaz vi como Justo reclinaba la cabeza hacia abajo y la dejaba
caer derrotada sobre las manos entrelazadas, apoyadas sobre
la mesa. También vi como mi mamá había canjeado su sonrisa curiosa y forzada,
por una mueca desolada. No fue suficiente para ella, insistió:</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> -¿Qué pasó?, ¿te fue mal?</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Nadie dijo nada. Las poses se extendieron
en el tiempo, y cuando presentí que mi mamá iba a arremeter con otra pregunta
estúpida, tuve que salir al rescate:</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify; text-indent: 0px;">
<b style="text-indent: -0.25in;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR"> - Callate por favor, ninguno te soporta.
Ni Justo. Dejá de actuar. </span></span></b><b style="text-indent: -0.25in;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR">Ya sabe</span></span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify; text-indent: 0px;">
<b style="text-indent: -0.25in;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR"> que sos una víbora. Una víbora enana. </span></span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Hablé con exasperación. Pero tenía la
garganta obstruida con una cola de cenas desagradables, y no recordaba que
ninguna hubiera resbalado hasta el fondo; pude revivirlas en un segundo y todas
eran igualmente horribles. Maxi cortó el silencio con una voz firme y madura.
Muy relajado invitó a su papá hablar a solas en la cocina. Se levantaron de la
mesa arrastrando las sillas, haciéndolas chillar exageradamente. Era el ruido del ring. Ya
se habían empezado a escuchar algunos gritos cuando mi mamá tartamudeó
algunos monosílabos ininteligibles. Por más que lo intentó no llegó al baño, el
lagrimeo se le despertó mucho antes. </span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Mandy, Mariana, Pablo y yo nos quedamos
compartiendo un silencio mortuorio e indefinido. Hasta que finalmente la puerta
de la cocina se abrió. Maxi tenía los ojos completamente desorbitados, pero de
la felicidad.</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Lo que pasó fue que Justo supo por boca
de su hermana, Beatriz, que su sobrino estaba trabajando en un bar. Beatriz lo
había visto de casualidad, en la segunda semana de las vacaciones de invierno,
cuando había venido a Capital a visitar a sus nietos. La primera vez que lo
encontró no lo había reconocido, pero la segunda vez lo corroboró a través de un
compañero suyo de trabajo. Ese día, la hermana de Justo, apareció muy tarde en
el local y cuando intentó acercarse a él, Maxi había desaparecido en la cocina. Esa noche su turno había terminado.</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La buena noticia es que Justo, enterado
de toda esta farsa, también logró engañarnos a nosotros. No vino a comprar
ninguna maquinaria como nos dijo. Vino a venderle la imprenta a un señor mayor
de Devoto que tiene planeado volverse a su pueblo, e instalarse nuevamente con su familia en Pehuajó. Y la mejor parte de
esta historia es que la plata que el papá de Maxi obtenga de la venta no
es para él, es para su hijo.</span></b></span></div>
Fernanda Alcorta http://www.blogger.com/profile/15604187086001617999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4873697310506597355.post-90605523717478067282012-09-16T15:32:00.000-09:302012-09-17T06:06:36.615-09:30<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></b>
<br />
<div class="MsoNormal" style="background-color: white; background-position: initial initial; background-repeat: initial initial; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b><span style="line-height: 12.95pt;"><span style="color: #444444;"><br /></span></span></b></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b><span style="line-height: 12.95pt;"><span style="color: #444444;">
Justo llegó ayer al mediodía. Lo recibimos con unas empanadas fritas, de carne
y pollo, que cocinamos durante la mañana con la ayuda de unos consejitos que
encontramos en línea, subidos por una señora jujeña especializada en cocina
gourmet, y un vino importado que Maxi tomó prestado del bar. </span></span></b></span><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b><span style="line-height: 12.95pt;"><span style="color: #444444;">El papá de Maxi arribó un poquito más tarde de
lo que en realidad tenía planeado. Había tenido un problema con el caño de
escape de su flamante Citro</span></span><span style="line-height: 12.95pt;"><span style="color: #000321;">e</span></span><span style="color: #444444;"><span style="line-height: 12.95pt;">n de colección. Sin saberlo, durante el camino, fue recogiendo
algunos residuos del pavimento, que evidentemente se encontraban esparcidos sobre
la ruta y que mágicamente lograron encestarse directamente en el interior del
reluciente caño de escape sobresalido, </span><span style="line-height: 17.260000228881836px;">tapándolo</span><span style="line-height: 12.95pt;"> por completo. Afortunadamente, la tortuga, recorrió
exitosamente los casi 370 kilómetros que separan la Capital con Pehuajó.
Como lo estábamos esperando en la calle, tuvimos la oportunidad de ver el espectáculo en vivo. Lo
identificamos sobre San Juan, en medio de una humareda blanca. La nebulosa nos
acompañó hasta que el motor se apagó en un estacionamiento de la Avenida Pavón,
en donde pudimos encontrar una vacante libre hasta el lunes por la mañana.
Almorzamos tarde y cuando terminamos, Maxi, acompañó a su papá hasta el barrio
de Devoto para finiquitar la compra de las maquinarias. </span></span></b></span></div>
<div>
<div class="MsoNormal" style="background: white; line-height: 12.95pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b><span style="color: #444444;">El plan de mi amigo no resultó tal y como lo había
imaginado. Consiguió que le cedieran el sábado, pero no pudo negociar el cambio
de horario para hoy a la noche. Es una muy mala noticia para mí, porque a su
papá no le queda otra opción: hoy tiene que participar en la cena que mi mamá
viene programando desde el día jueves. </span><span style="color: #444444;"><o:p></o:p></span></b></span></div>
</div>
<div>
<div class="MsoNormal" style="background: white; line-height: 12.95pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b><span style="color: #444444;">La cara de Justo reflejaba que no se estaba creyendo nada de
lo que su hijo le decía. De todas maneras aceptó las supuesta
obligación de Maxi sin chistar. Solamente se rascó la barba candado blanca y lo
escuchó pacientemente, asintiendo esporádicamente con la cabeza. Yo estuve a punto de dejarlo
expuesto. Con mucho esfuerzo tuve que tragarme las ganas de decirle que era la
excusa más idiota e inverosímil que se le podía haber ocurrido. Justificó las
diez horas, que un domingo a la tarde iba a pasar fuera, con un supuesto congreso
de bibliotecarios en un hotel ubicado en Microcentro, y subrayó
exageradamente su discurso argumentando que no podía ausentarse porque todos los
empleados estaban obligados a acudir sin excepción.</span><span style="color: #444444;"><o:p></o:p></span></b></span></div>
</div>
<div>
<div class="MsoNormal" style="background: white; line-height: 12.95pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b><span style="color: #444444;">De Sofía no hay noticias. Hoy nos levantamos expectantes. Los dos pensábamos que iba a escaparse de sus compromisos domingueros, y
que esta mañana la íbamos a ver sin falta. La estuvimos esperando con
una docena de churros, pero nunca vino. Lo más probable es que no se haya podido
escapar ni de su familia, ni del coro de la iglesia.</span><span style="color: #444444;"><o:p></o:p></span></b></span></div>
</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
Fernanda Alcorta http://www.blogger.com/profile/15604187086001617999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4873697310506597355.post-76877943795510092312012-09-15T21:46:00.001-09:302012-09-22T19:56:07.050-09:30<br />
<div style="margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br class="Apple-interchange-newline" />Sí, es verdad que el viaje en el 53 podía haber terminado en un desastre. En un verdadero Apocalipsis. Cuando me di cuenta en dónde estaba por unos instantes pensé que iba a experimentar una especie de regresión. Sin embargo, nada de esto pasó. Me controlé y superé mi negligencia demostrándome a mí misma que estoy preparada para afrontar cualquier situación como cualquier persona normal. Esto último no lo dije yo, lo dijo Clara en la sesión, mientras yo cruzaba las piernas y evitaba humedecerle el sillón con los litros de pis que había acumulado en las tuberías, a causa de los nervios. Evidentemente esto tenía que pasar, sino, jamás hubiese estado a nueve cuadras de distancia de la casa de Nicolás.<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Estoy segura de que el motor que despertó mi ansiedad fue la llamada que le hice a Rebeca, pero más que nada tuvo que ver la llamada que recibí de Joaquín. Ni hablar de su invitación desprevenida a unirme a su flamante emprendimiento, o cuando me propuso quedar al frente del departamento de imagen. Toda una responsabilidad. Demasiada. Ahí realmente vibré. Creo que si en ese momento mi coxis se hubiera transformado en una cola canina, por tanto revoleo desenfrenado, se hubiese desprendido de la articulación dándole al aire unos violentos latigazos. </span></b><br />
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Apenas cortamos me olvidé de mi acidez. Despanzurré el resto de budín y me encargué de exterminar hasta la última miga que quedaba en el molde. Me vestí a la velocidad de la luz. Salí del departamento a los tumbos y cuando abrí los pulmones y respiré un viento casi primaveral, sentí que, por primera vez, me animaba a pisar las veredas del barrio con una necesidad distinta. No sé cómo sucedió; simplemente me olvidé de que mi salida formaba parte de un tratamiento diagramado por mi esquizofrénica terapeuta. Esta vez buscaba</span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> desesperadamente despejarme y acomodar las ideas. </span></b></div>
<div style="margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">En el 53 encontré un asiento que parecía aguardarme a mí, y también me topé con un entretenimiento hipnotizador. Un chico rapado con un par de anteojos telescópicos, destartalaba, con una serie de movimientos maniáticos, un cubo de Rubik. Los párpados comenzaron a pesarme cuando el aparatejo de gafas ya tenía unas tres caras completas. Sólo alcancé a ver como completaba una más, porque el resto me lo perdí. Cerré las pesadas persianas y todo quedó a oscuras. Volví a abrir los ojos y el chico del cubo ya no estaba. En cambio me encontré recostada sobre el hombro de un señor obeso que me respiraba en el cuello una fragancia a ajo pasado, que debía tener hace años atascado en el estómago. Me costó tomar consciencia. Todavía dormida, estuve a punto de caerme de boca directamente sobre su entrepierna, pero el hombre llevaba un bolso negro enorme en las manos que ayudaron a que mantuviera mi cuerpo en su lugar. Vi el cartel y me sobresalté. Estaba en la Avenida Rivadavia. Con mucho orgullo puedo decir que, de la variedad de reacciones que pude haber tenido, actúe de la manera más natural: </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">me quedé paralizada en el asiento lamentando mi error. No huí. No me permití pensar en las cosas malas que podían sucederme y tampoco me sujeté de los rollos del obeso como un salvavidas. Un poco más calmada, inhalé y exhalé, recordando las técnicas que, Ariel, el novio de mi hermana me había enseñado la vez que vino a casa. En cuestión de segundos encontré la paz. Me tranquilizó saber que no tenía motivos reales para preocuparme; salvo llegar a tiempo a la sesión. Bajé dos paradas después, en Plaza Flores. Desmenucé el paisaje con la mirada: pequeños grupos esparcidos formaban extensas colas aguardando a otras líneas de colectivos, más en el centro, en la plaza, había personas que disfrutaban el clima recostadas sobre una mantas improvisadas, y otros, más a lo lejos, esperaban que el semáforo les ordenara de una buena vez cruzar la avenida. Me uní a este último grupo. Cruzamos la calle en manada, y ya del otro lado, busqué rápidamente el cartel de mi 53. El colectivo vino en menos de cinco minutos. Aunque me ofrecieron sentarme dos veces, viaje parada desde Flores hasta Boedo. Estaba inquieta. Sospeché que si llegaba a sentarme, el trayecto, iba a volverse mucho más duro; necesitaba mover las piernas y descargar la tensión. Me fui desentumeciendo a medida que nos acercábamos a casa; a la altura de Alberdi ya sonreía.</span></b></div>
<div style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Llegué al cuarto piso veinte minutos tarde, con el riñon inflamado, la cara desencajada y con los pelos chorreados de grasa de torta frita. Los roles se invirtieron. Esta vez la que me examinó de arriba abajo fue Clara. En los cuarenta minutos de sesión, mi terapeuta, se encargó de relajarme y de enumerarme la aspectos positivos de mi travesía. Me convenció. Como siempre, Clara tenía unos muy buenos fundamentos. También nos enfocamos en el lunes veinticuatro, el día de mi reincorporación obligatoria, y en los ejercicios de esta semana. </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Recién sobre los últimos minutos de nuestro encuentro me animé a comentarle la propuesta que me había hecho mi ex jefe. Pero Clara no opinó. Sí me dejó entrever que, en comparación con mi actual trabajo, el proyecto de Joaquín es bastante reciente, por no decir incierto.</span></b></div>
<div style="margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Por otra parte, Nicolás, se volvió loco de la alegría cuando le conté mi pequeño incidente en el colectivo; me felicitó y estuvo de acuerdo con Clara, pero se quiso morir cuando le dije en dónde me había bajado. A esa misma hora, a tan sólo a unas poquísimas cuadras de distancia, él estaba haciendo sus ejercicios diarios. La coincidencia nos llenó de asombro y nos dio mucha gracia a los dos. Se me detuvo el corazón cuando escribió, mitad en chiste mitad verdad, que, en el fondo, pensaba que nuestra cercanía había sido una especie de señal. </span></b></div>
Fernanda Alcorta http://www.blogger.com/profile/15604187086001617999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4873697310506597355.post-58070072210888387582012-09-14T20:22:00.001-09:302012-09-18T21:56:10.042-09:30<br />
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">A veces las noticias se asoman en tu
ventana y te apuntan con una ráfaga huracanada de mil kilómetros justo dentro
de la boca y te hinchan-hinchan-hinchan como a un globo de cotillón; esos que
algunos animadores suelen usar para fabricar perros salchichas o aureolas de ángeles en
los shows de cumpleaños. En los peores casos te tumban al primer vientito y
te dejan con la cola desnuda apuntando en dirección al sol, y en los mejores,
te dan un envión tan potente que te escupen entre las nubes de la esperanza. Hoy, ¿dónde estoy yo? Entre un nubarrón, mostrando media nalga
pálida por encima de mis calzas; tengo una semana para pensarlo: o vuelvo a mi trabajo o pruebo con Joaquín.</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">“¡Feliz falso aniversario!”, me deseé a
mí misma hoy a la mañana cuando aventé enfurecida la almohada que tenía
tapándome la cara. Estuve un rato sin
moverme. Me negaba. Si apoyaba el pie descalzo sobre la baldosa buscando la
pantufla de Kitty era el fin. Mi día iba a comenzar. Y definitivamente no
quería eso. Si comenzaba iba a hacerlo de la peor manera: dándole el parte de
presentismo a Rebeca. Tenía que recordarle que estaba a un día de mi aniversario y que
pronto iba a volver. Lo postergué. Dejé pasar las horas, pero cuantas más horas
pasaron fue peor. De costado y boca arriba. Tapada o descubierta... No sólo
pensaba en Rebeca. También en Sofía, ¿estaría en la escuela?, ¿cómo se
sentiría?, ¿creerá que la abandonamos? ¿Y Nacho? Seguro que mientras yo me
revolcaba en mis angustias, él se revolcaba con alguna de sus alumnas. Me cansé de
mí y mi lástima. Huí arrastrando los pies y pateándome el alma. Me preparé un café con leche y corté tres porciones de budín
marmolado de chocolate y vainilla con pasas de uva que tragué sin masticar, y
que cayeron en mi estómago como un mazacote insípido. Pronto
llegó el incendio. El ardor comenzó con una chispa dulce y se extendió por las paredes de mi
garganta como si un dragón de la época del Rey Arturo soltara llamaradas en mis órganos. Tenía acidez. </span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Llamé. No me atendió nadie que conociera.
Ni siquiera la chica que me había atendido las dos últimas veces; la que
mecanografiaba a una velocidad supersónica. Me habló un tal Juan Manuel, que
parecía no entender cuál era su trabajo ni qué era lo que hacía ahí. Despreocupado, no ocultó su ignorancia. Me preguntó a
mí dónde era que debía teclear mi apellido. Silencio y clacks, clacks, clacks. A prueba y error logró confirmarme en
la base de datos, y luego se atrevió a preguntarme el número del interno al que él debía llamar. El colmo fue cuando
me consultó cuál de los botones era el que lo comunicaba directamente con
Rebeca, ¿era el verde o el gris? Di por sentado que desconocía los horarios de mi jefa, por lo tanto, podía encontrarme con dos variables: que me atendiera mal, o que me atendiera más o menos
bien y como era de esperarse, ocurrió lo primero, claro.</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify; text-indent: 0px;">
<b style="text-indent: -0.25in;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR"> -</span><span lang="ES-AR">¿"Ferchu"?, mirá, estoy saliendo para una
reunión. No quiero excusas</span></span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify; text-indent: 0px;">
<b style="text-indent: -0.25in;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR"> ni problemas, ¿si? Supongo que llamas para que te
extienda la licencia.</span></span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify; text-indent: 0px;">
<b style="text-indent: -0.25in;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR"> Ni lo sueñes. Pradera dijo que el veinticuatro, no más. Hasta </span></span></b><b style="text-indent: -0.25in;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR">el</span></span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify; text-indent: 0px;">
<b style="text-indent: -0.25in;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR"> martes, “Ferchu”. </span></span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Eso fue todo. Habló ella sola. Veinte
minutos más tarde me sonó el celular. El identificador de llamadas no reconocía el número. Miré al aparato de reojo. Se me ocurrió pensar que era Rebeca desde otra oficina, para darme alguna noticia terrible que se le había olvidado, o que se le había ocurrido en el trayecto sólo por el placer de torturarme. Atendí de malhumor. No era
Rebeca. La ironía de Joaquín me llenó de felicidad en cuestión de segundos:</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> - ¿Alcorta? Te escucho tranquila,
¿todavía estás encerrada?</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Nuestra charla duró más de una hora. Joaquín de
ninguna manera aparentaba ser mi ex jefe, y yo tampoco parecía ser su ex
empleada, chusmeamos como dos señoras en chancletas baldeando la vereda. Inmediatamente nos pusimos al día. Le transmití lo mal que me había
sentido cuando me había enterado de su despedida, pero también me desquité; me cegó la prepotencia
y lo acusé de haberme abandonado sin aviso. No contestó mis reproches.
Simplemente me recordó que jamás debía fiarme de la información que circulaba en las oficinas de mi trabajo. Él era el ejemplo perfecto. Me puso al tanto
de lo que había sucedido: no lo habían echado de la empresa; se había ido antes
de que lo despacharan del puesto. </span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Lo olí en el aire; sabía que se estaba
guardando medio mazo en el bolsillo y lo obligué a desabotonarse la armadura de caballero. Me dijo la verdad: Rebeca no se ganó su lugar en buena
ley. Lo que sucedió fue que se enganchó al dueño de la productora. El dueño es un viejo sexagenario y
millonario que, aún después de veinte años de ser la cara visible de la
empresa, todavía no tiene ni la más remota idea a que rubro nos dedicamos. La
productora es un regalo que adquirió como pago de una deuda no blanqueada, y un gran porcentaje está manejado por terceros que, para variar, desconocen el oficio tanto como él. Básicamente se podría decir que los únicos que entendemos lo que hacemos somos
nosotros, los empleados. Sin lugar a duda Rebeca vio en él una oportunidad. Es
muy cierto que el hombre no necesita inflar más su capital, por eso se la cedió. Le debe interesar tres
rabanitos si la nueva novia le conduce el negocio derecho a la bancarrota; para el viejo una empresa menos en sus papeles significa lo mismo que un moretón nuevo en el codo. </span></b></span><br />
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Y </span></b></span><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Joaquín, muy sabiamente, fue el primero que se anticipó al final de esta historia: a ella la iban a ascender. N</span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">o negoció bajar escalafones, no era justo. Lo mejor que pudo hacer es irse
con la frente en alto.</span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Contó su versión y el resto fue una sorpresa para mí; me dejó sin aliento.
Cerró el tema de Rebeca con un suspiro y me develó que su llamado no tenía un
carácter informativo. Quería hacerme una propuesta tentadora. Joaquín me explicó que si no se había comunicado antes conmigo fue porque sabía, por medio de los
e-mails que mantenía con Rodrigo, que todavía seguía recuperándome de mi fobia. Además él estaba ocupado. Estuvo organizando la previa de su proyecto
personal: su propia productora. </span></b></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span></b></div>
Fernanda Alcorta http://www.blogger.com/profile/15604187086001617999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4873697310506597355.post-53123387118637925822012-09-13T18:39:00.002-09:302012-09-24T00:42:26.327-09:30<br />
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El sábado tenemos visitas. Eso es lo que
me confirmó Maxi cuando me llevó a nuestro bar para endulzar nuestras penas con
dos porciones de torta de manzana y dos capuchinos, después del doble tour en
el 53: Justo, su papá, va a venir de Pehuajó a inspeccionar unas maquinarias que
la semana pasada encargó, por teléfono, a una fábrica de Devoto. Como son
pocos días, convencí al desalmado de Maxi para que no lo despachara en un hotel
como siempre suele hacer en sus visitas esporádicas. Se va a quedar con nosotros y en teoría, se iría a su
pueblo el lunes por la mañana. Pero hay un pequeño detalle que Maxi me escondió:
Justo no sabe que su hijo está trabajando de mozo; cuando mi amigo se quedó
sin trabajo, su papá intentó convencerlo para que volviera a Pehuajó para trabajar
en la imprenta familiar, pero Maxi se negó, diciéndole que había conseguido un
puesto como administrativo en una biblioteca pública. A su progenitor la novedad lo
puso tan contento que volvió a enviarle, a modo de felicitación, algún
que otro dinero para que se lo gastara a su antojo. No hay otra palabra para
describir la farsa que montó Maxi: es un fraude; pero es un fraude entendible. Si
Justo se enterara de que su empleo es falso, se lo llevaría a rastras; al
menos eso es lo que pasó hace unos años cuando descubrió que su hijo había
dejado la facultad de cine que él estaba pagando con sudores y lágrimas, y que sólo invertía su tiempo trabajando de lunes a domingo caramelizando
pochoclos en una importante cadena de cines. Hoy va a rogarle a su gerente que le
cambie los horarios nocturnos que le tocaron para este sábado y domingo, y si la
estrategia no funciona, tiene decidido hacerse pasar por enfermo.</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">A las cuatro nos despedimos en la en la
esquina, y volví sola al edificio. Como si algún titiritero estuviese moviendo
nuestros cuerpos con una tanza, para fastidiarme, en el hall del edificio me
encontré con las dos personas que encabezan mi lista personal de los seres más
detestables del planeta tierra: uno de ellos era Florindo agachado con los pantalones
bajos, mostrándome el inicio de la raya de su cola, oscurecida y peluda, mientras aspiraba
con un aparato antiquísimo y ensordecedor, las pelusas descomunales y
acolchonadas que estaban comenzando a cubrir el recibidor como un castillito
inflable. Y el otro ser horrible y desgraciado, era Nacho que hacía que esperaba el ascensor, o mejor dicho, me estaba esperando a mí para que
subiéramos juntos en el ascensor estacionado en
la planta baja. De tanto esperar se había momificado, parecía estar ahí desde hacía bastante; se dormía parado y cuando se dio cuenta de
que era yo la que estaba atravesando la puerta de entrada, cabeceó, irguió su
cuerpo curvado y se descruzó los brazos. Tanto teatro fue inútil. Yo había visto el ascensor desde la distancia, alumbrándole la cara. Pensé
en subir por la escalera, pero me pareció injusto. No iba a ser semejante
sacrificio para evitarlo. Me decidí a afrontar maduramente este cambio
repentino en nuestra relación. Nos saludamos pacíficamente como dos buenos
vecinos; abrió la puerta de madera y descorrió la plegable. Fue caballerísimo;
con un gesto de su mano me invitó a pasar primera. Cerró las dos puertas, marcó el noveno piso y con una distancia abismal, nos apoyamos en las paredes de
acero mirando hacia el frente. Durante el ascenso no lo espíe, no sentía
curiosidad, al contrario, me sentía indiferente. Me dejé embobar por las
paredes húmedas y los pisos que despedíamos a medida que nos elevábamos. En
cambio, sentí que los ojos de Nacho intentaban salirse de sus cuencas para
mirarme de reojo. Y fue así, porque al llegar a nuestro piso, cuando quise
descorrer la reja plegable, Nacho detuvo el trayecto de mi mano en el aire. Lo
miré indignada. Él me miró con tristeza, y de pronto se acercó. Vi como su labio
superior se superponía con el inferior, aplastados y desnutridos, uno encima
del otro. Lo sentí vulgar; estaba
intentando besarme y veía sus movimientos en cámara lenta. Descorrí la boca a
tiempo y salí. Él se quedó parado dentro del cubículo iluminado cenitalmente
por la luz dicroica, con los brazos muertos sobre sus caderas. Sin lugar a dudas
era la imagen de la desolación. Pareció una despedida programada; las líneas
salieron naturalmente, como si un libretista las hubiera repetido en mi oído a
través de una cucaracha invisible. Pero la verdad es que nunca en mi vida fui tan
espontánea y precisa:</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> - No tendremos
París, pero siempre tendremos una terraza. Nos vemos, </span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="margin-left: 3pt; text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> “Sin Cara”.</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="margin-left: 3pt; text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Me di media
vuelta, superada o intentando serlo, y cerré la puerta sin mirar atrás.</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText">
<br /></div>
<div class="MsoBodyText">
<br /></div>
<div class="MsoBodyText">
<span lang="ES-AR"> </span></div>
<div class="MsoBodyText">
<br /></div>
<div class="MsoBodyText">
<br /></div>
<div class="MsoBodyText">
<br /></div>
<div class="MsoBodyText">
<br /></div>
<div class="MsoBodyText">
<br /></div>
<div class="MsoBodyText">
<br /></div>
Fernanda Alcorta http://www.blogger.com/profile/15604187086001617999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4873697310506597355.post-27556581895907425762012-09-12T21:34:00.001-09:302012-09-14T06:33:58.511-09:30<div style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">No estoy asombrada. Aturdida resulta demasiado. Quizás, la palabra correcta para describir
mi actual estado emocional, debería ser menos efusiva... Estoy desilusionada. Si bien se acerca un poquito más, no llega a explicar del todo, la
oleada de sentimientos que me despertó encontrarlo en esa situación. </span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ayer, luego de la irrupción del resucitado
Gauchito Gil adicto a los anabólicos, las reacciones fueron disparejas: yo quise
manifestarle mi agradecimiento macerándole, a la fuerza, un bife congelado en el
ojo para intentar bajarle la hinchazón y Nacho, arisco, me rechazó de mala
gana. Salió sin despedirse y lo escuché encerrarse en su departamento.</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Hoy pasé la mañana relatándole a Maxi hasta
el último detalle lo que había sucedido; intentamos idear algún tipo de plan
para rescatar a Sofía, pero no llegamos a ninguna conclusión. Maxi tenía razón:
es un poco alocado denunciar a una familia de catequistas por fanatismo
religioso y xenofobia. En la comisaría se nos iban a reír en la cara. La otra alternativa era enfocarlo desde la privación de la libertad. Pero es exactamente igual de disparatado; Sofía es menor de edad y Los Vargas, como padres, tienen el poder de moldearle la vida como se les venga en gana. Todas las </span></b></span><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">ideas que se nos ocurrieron eran arriesgadas, y si a futuro no resultaban, la única perjudicada iba a ser Sofía. Así que después de devanarnos el cerebro por horas, coincidimos en lo mismo: lo mejor que podemos hacer estos días es
esperar que los humores se calmen un poco.</span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ya había atardecido cuando tuve la brillante idea de invitar a Nacho a cenar. Quería reivindicarme y
agradecerle por haber intentado ayudarme. La culpa me estaba matando; sentía
que había sido muy dura con él y que había arruinado todo por una estupidez. Exageré. Él tenía otras expectativas para nuestro encuentro del viernes, y no tenía por qué solidarizarse con Sofía; también recordé que no le
había ido muy bien, aquel sábado de junio, cuando se enfrentó al abuelo Vargas. Ese día el abuelo de Sofía se encargó de darle motivos suficientes para que no volviera a meter sus narices en problemas ajenos.</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Llamé a su puerta convencida de que
podíamos darnos otra oportunidad. Pero Nacho estaba en medio de otros planes... </span></b></span><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Se asomó al quinto golpe, dejando su
cabeza entre el marco blanco y la puerta de cedro oscura. El ojo le había
virado a una mezcla extraña de colores, entre un azul y un violeta tornasolado. Esta vez él no se acercó
a saludarme. Le agradecí por socorrerme y me lamenté nuevamente por su ojo. Nacho, apurado, me dijo que no me preocupara, mientras volvía la cabeza hacía atrás. Me pareció que estaba ocupado, por eso le pregunté:</span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> - ¿Estás dando clases?</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Contestó que sí. Me
disculpé por la interrupción y cuando estaba por invitarlo a cenar en casa, u</span></b></span><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">na risa tonta y aguda, que venía desde el interior de su departamento, regó el pasillo. Era una risa de mujer; rápidamente deduje
que esa mujer estaba acostada, porque no llegó con demasiada intensidad; se había escuchado
entrecortada, como si tuviera el tórax presionado contra algo mullido. Nacho me dedicó una mirada tímida. Me
trastorné como un toro mecánico. Le pegué una patada a la puerta, que me hizo doler hasta el alma, y él, que seguía agarrado del picaporte, retrocedió junto a ella. No me equivoqué. Estaba vestido solamente con un slip. Fui masoquista. Podría haberme ido, para mí estaba todo clarísimo, pero aposté todas las fichas: empujada por la intriga me abalance en su living-dormitorio, hasta tener en primer plano a una rubia que me resultó vagamente familiar. Parpadeé y exploré en los archivos de mi memoria hasta encontrar el identikit que se ajustara a sus rasgos faciales. Era la rubia espantapájaros;
la que había visto unos meses atrás salir junto a él de su departamento. Estaba acostada en el sillón-cama verde botella, cambiando los canales de la mini televisión. </span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<br /></div>
Fernanda Alcorta http://www.blogger.com/profile/15604187086001617999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4873697310506597355.post-1746085027070940502012-09-11T22:56:00.001-09:302012-09-13T08:19:13.267-09:30<br />
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
¿Quién iba a decir que un catequista se iba a violentar así? </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Nacho terminó noqueado,
con un grupo de constelaciones girándole alrededor de la cabeza, y una aureola
azulada estampada sobre el ojo derecho. No pudimos hacer mucho; el padre de
Sofía se llevó a su hija al departamento como un trofeo, y nos amenazó.</span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Hoy me bajé en la Avenida Juan Bautista
Alberdi, y en vez de volver a casa caminando, volví a tomar el 53. Me fatigué,
transpiré y corrí tres cuadras; luché contra el reloj, pero llegué justo cuando
Sofía se estaba despidiendo del resto de sus compañeros en la esquina de la
escuela. Volvimos caminando bajo el sol del mediodía. Cocinamos milanesas
con puré y almorzamos sentadas en el sillón. <o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Pasada la tarde, Sofía, insistió con
reabrir el videoclub. Manoseó pilas y pilas de cajitas, hasta que curiosamente
se decidió por un clásico del género de terror, como si de alguna manera,
hubiese vaticinando lo que unas horas después iba a suceder. Se dejó llevar por
un título que le pareció prometedor y por la imagen lúgubre que vendía la tapa
del DVD: la fachada de una casa enrarecida y una figura humana, iluminada por
un farol brillante y una ventana fantasmagóricamente sobreexpuesta. <o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Aunque se tapó la cara con las manos en la
mayor parte del film, desde el minuto uno, se auto pronosticó largas pesadillas
para el resto de la noche, y casi ciento veinte minutos después, quedó hecha un
trapo lamentándose por la pésima elección: odió "El exorcista" y me
odió a mí por no haberle advertido con qué tipo de personajes se iba a
encontrar. Tardó en recuperarse. Pasó un largo rato escondida detrás de los
almohadones del sillón y del lomo oloroso de Capitán, mientras yo le adjuntaba
a mi compañero de trabajo, las fotografías que había corregido la semana pasada.
<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Dejamos de hablar cuando se quedó dormida... </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Y no lo vi venir. Otra vez un portazo; llegó como un flechazo directo mis
tímpanos destrozándome los nervios. Instintivamente solté el mouse de mi mano,
que quedó pendiendo en el aire gracias al cable. Para variar, Sofía, se
despertó sobresaltada de su breve siesta, con un grito espantoso, mientras que
Capitán se lanzaba a la puerta con unos gruñidos de Rottweiler sin antirrábica.
Los pasos retumbaron por todo el pasillo, y el temblor llegó de inmediato a mis
pies. El ventanal del balcón zumbó y los muebles se agitaron. Hasta me pareció ver que, el
sillón en el que estaba recostada Sofía, se había despegado un centímetro del suelo.
Alguien se estaba acercando. Nos miramos aterradas. La situación era más
escalofriante que el cuello giratorio de Linda Blair. Sentía con seguridad que algún miembro del clan Vargas venía a contraatacar. Por algún motivo estaba idiotizada. Sentada en la silla, me paralicé
imaginando que la puerta iba a ser atravesaba en cualquier momento por un
hacha, y que por la hendidura no ese iba a asomar ningún Jack Nicholson exasperado,
sino la cara sombría de la Abuela Vargas mostrando sus dientes filosos y
amarillos... </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La puerta de entrada recibió cinco golpes escandalosos. </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">No encontré
ni a Jack Nicholson ni a La abuela Vargas. Era el Gauchito Gil, con exceso de
vitaminas y mollejas, resucitado en el padre de Sofía. Lo identifiqué
enseguida. A diferencia de la madre, recordaba haberlo visto entrar y salir de
su casa, o de algún negocio del barrio. Era imposible olvidarlo. Es un gigantón
con una melena piojosa de décadas y una barba rala gris, áspera como una virulana.
Lo saludé cordialmente, y el hombre arrugó la cara demostrándome que no tenía
interés en ser educado. Me pareció descabellado que ese titán sin modales fuera un catequista.
No podía imaginarlo haciendo ninguna buena acción, ni siquiera ayudando a un ciego a cruzar la calle; era un ogro. Rechazó mirarme
y caminó algunos pasos dentro de mi casa; me obligó a retroceder. Llamó a Sofía a
los gritos, pero ella no apareció. Se desplazó unos metros más e instintivamente volví a correrme hacia atrás. Me arrepentí de
haberle abierto la puerta, y me arrepentí mucho más, cuando me recordé a mí misma convenciendo a Maxi para que se fuera a
dormir en lo de Mandy. Volvió a gritar y Sofía no respondió. Se me estrujó el
corazón. Escuché que se abría una puerta, e imaginé que Los Vargas
estaban saliendo, uno a uno, de su hormiguero para cobrarse la negativa del domingo...La voz
de Nacho llamándome por mi nombre me tranquilizó. Como la puerta estaba abierta
se asomó de cuerpo entero y nos vio. El papá de Sofía se dio vuelta, y lo
examinó con insignificancia, mientras volvía a llamar impaciente a su hija.
Nacho no ayudaba, estaba tarado. Lo miraba a él y me miraba a mí; me miraba a mí y lo miraba
a él. El grandote miró su reloj pulsera y se fastidió. Giro sobré sí mismo y me
asesinó con la mirada, ofreciéndome dos alternativas:</span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> - O la busco yo, o la traes vos. Decidí.<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Como no le contesté y apenas me moví, el
papá de Sofía se desplazó campante por el hall. Nacho impulsivamente le sujeto
la camisa celeste y el hombre se volvió para darle una trompada en el ojo derecho.
Nacho intentó devolvérselo pero lo retuve a tiempo, y terminó abofeteando al
aire. Le sangraba el párpado. El llanto de Sofía llegó desde mi habitación. Supuse
que la había encontrado. Volvió empujándola, y cargando su mochila colorada en la
mano. Antes de destartalarme la puerta con otro golpe desmedido, se animó a
decirnos:<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> - No rompan más las pelotas. Y decile al
otro, a tu amigo, el </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">gordito,</span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> que</span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> no </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">me
vuelva a amenazar porque lo hago</span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> de goma. ¿Estamos chicos? </span></b></div>
Fernanda Alcorta http://www.blogger.com/profile/15604187086001617999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4873697310506597355.post-72901204987293668652012-09-10T22:50:00.000-09:302012-09-11T07:25:38.789-09:30<br />
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">A la mañana, después de la inútil protesta, la abuela Vargas y el abuelo
Vargas, le entregaron de mala gana el uniforme azul y la mochila colorada a
Maxi, (no sin antes haberle deseado un feliz descenso al infierno), y, Sofía, finalmente pudo llegar al colegio a tiempo.</span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Los trabajos fueron repartidos: yo me
encargué de prepararles el desayuno y Maxi la escoltó hasta la escuela. Unos
minutos después estaba de regreso, dispuesto a acompañarme en mi travesía.</span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Viajamos separados, sentados en asientos individuales.
Maxi estaba lejos, pero desde mi lugar podía ver su cabeza derrumbada en el vidrio y sobre él, el reflejo de sus ojos muy abiertos, como si intentara revivir, escena
por escena, los acontecimientos de las últimas horas.</span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Por mi parte, en lo que duró el traslado, no tuve tiempo de boicotearme con ningún pensamiento amenazador. Tenía la cabeza ocupada con miles de inquietudes. <o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Tuve un destello. A diferencia
de la semana pasada, advertí que el colectivo 53 se estaba engranando en mi
rutina como un deber más. Era un sentimiento de felicidad algo contradictorio; es
difícil volver a acostumbrarse al rejunte de detalles vulgares que había
sepultado junto con ese último viaje en el 101: la intolerancia del chofer, el
malhumor de los pasajeros y la ensalada de cuerpos fragmentados, custodiando
los asientos como si fueran los últimos bidones de agua mineral en el planeta
tierra.</span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El camino de regreso se volvió más
dinámico. Poco a poco nos fuimos despertando. El viento había cambiado de dirección; el soplido
dejó de golpearnos de frente, pero nuestros pasos estaban convulsionados y helados. Cruzamos las primeras palabras de la mañana temblando, tapados por
nuestras bufandas hasta las orejas. La lana azul absorbía la voz de Maxi, y llegaba
a mis oídos con algunos tonos menos. Caminamos quince cuadras; ese fue el
tiempo que le llevó contarme esa parte de la historia que todavía no sabía: <o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Hace más o menos un año, la madre de Sofía,
había inscripto a su hija en una actividad extra-curricular a cargo de un
catequista, colega de la familia. El grupo cristiano "Perseverancia",
estaba formado por algunos adolescentes de su barrio; se juntaban todos los
viernes a la salida de la escuela, para leer algunos pasajes de la biblia,
realizar pequeñas tareas de beneficencia, cultivar el espíritu cristiano, y lo
más deseado por todos: prepararse para la confirmación. En este grupo, Sofía,
conoció a Florencia.<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Sofía y Florencia, trabaron amistad enseguida.
De un día para el otro se hicieron inseparables. Inexplicablemente había dejado
de ver a todas sus amistades fuera del colegio y comenzó a pasar las tardes en
la casa de su nueva amiga. </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Los chicos mayores del grupo, un poco más experimentados, comenzaron a
correr un rumor. El rumor decía que entre ellas había un lazo más profundo. Y no
se equivocaron. El chisme llegó a los oídos del catequista a cargo, y el catequista no lo dudó. Se lo hizo saber al titular de la iglesia, gran amigo de los padres de Sofía:
el Padre Carlos. El Padre Carlos, rápidamente tomó cartas en el asunto. Se le acercó, la sedujo y consiguió ganar su confianza. Sofía accedió
voluntariamente a una confesión, buscando algún tipo de consuelo, y cometió el
error de confirmar lo que todos ya sabían. </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Este Padre tenía la boca tan ancha como
una fuente de agua bendita, porque en un acto "preventivo", invitó a los papás de Sofía a cenar y, rompiendo el pacto de silencio, ventiló los secretos impuros de su pequeña y única hija.</span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Es por eso que, desde aquella cena, Sofía tiene prohibido todo tipo de reunión social. Los padres, ayudados por sus
abuelos, se encargan de mantener un estricto control en sus relaciones y si
pueden en sus pensamientos...O eso era lo que pensaban hasta este viernes. </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Este
viernes, en un chequeo de rutina, la madre de Sofía encontró dentro de un libro
de matemáticas, la última película que habíamos visto juntas. Como ningún
miembro de la familia tiene trato directo con la tecnología, la señora tuvo que
cruzarse hasta el ciber de San Juan y La Rioja. Los empleados del negocio, motivados
por una buena propina, la ayudaron a registrar el material desde el principio
hasta el final. </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Las imágenes eran claras. Volvió endiablada, dispuesta a
registrar cada milímetro de la habitación de su hija. </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El resultado fue un éxito: dio con su
diario personal, enterrado en la espalda de un oso de peluche estático, cortado
y pegado por abrojos. El diario comenzaba a partir del primer día de su nueva
vida. </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La humillación no bastó. Sofía tuvo que
leer el contenido en voz alta.</span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Maxi no continuó. Yo sabía mejor que nadie
el desenlace: los gritos, el portazo y el pasillo.</span></b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span><span style="font-size: medium;"><o:p></o:p></span></div>
Fernanda Alcorta http://www.blogger.com/profile/15604187086001617999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4873697310506597355.post-67469156549335297892012-09-09T21:00:00.001-09:302012-09-12T00:02:22.287-09:30<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Si lo hubiera sabido antes, probablemente todo el espectáculo del pasillo se hubiera podido
evitar. Pero creo que era una cuestión de tiempo...<o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Las feligresas me obligaron a madrugar.
Aporrearon la puerta y no se detuvieron hasta que les abrí. Sabía que en algún
momento iban a venir, pero no sabía que las iba a recibir tan temprano. Era la abuela
Vargas y la madre de Sofía, que la reclamaban para ir a la iglesia. </span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Hasta hoy, no me había dado cuenta de que
nunca había intercambiado una palabra con la madre de Sofía, inclusive, fue la
primera vez que la veía de cerca. </span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Las dos estaban vestidas de un luto
dominguero: polleras negras y camisas grises. Indudablemente eran madre e hija.
Me llamó la atención la anchura de sus frentes, despejadas y blancas; ambas tenían la misma superficie que la de un pizarrón de pared. También llevaban un peinado idéntico: los pelos estaban estirados y mojados hacia atrás, atados con un
rodete estricto, casi militar, acentuándoles las caras
cuadradas. Una era el retrato vivo de la otra, lo único que las diferenciaba era el
paso del tiempo en la piel y en el color del pelo. Me alegré de que Sofía no se les
pareciera en nada. Ella, al contrario, tiene unas facciones suaves y angelicales. </span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La anciana Vargas estaba en segundo plano, solamente observaba a su hija interactuar; de vez en cuando,
la veía acribillarme, por encima del hombro de su hija, con sus ojos felinos. La mamá de Sofía estaba pegada al marco de la puerta; me invadía. Tenía la sensación de que intentaba escabullirse dentro de mi casa. En la mano
sostenía una percha de madera, y, en ella, se bamboleaba un vestido largo de
color topo, con un moño negro en el pecho algo infantil; deduje inmediatamente que era de Sofía.</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Me saludó con una sonrisa
excesivamente cordial. Sabía que estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano intentando esconder la rabia que sentía por la situación. </span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Con un tono impostado me
pidió que le devolviera la hija; iban a llegar tarde. La negativa hizo
que el peinado se le atrofiara. Algunos pelos aislados se le irguieron. Amablemente le expliqué que no iba a permitir que trataran a Sofía como un
paquete, también les comuniqué que nadie la retenía y que ella iba a volver cuando tuviera ganas; por
último agregué que dormía y no tenía intenciones de despertarla. </span></b></span><br />
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La mujer agitó
el vestido embravecida, y lo alisó cuando se dio cuenta de que, mi cara marcada por las sábanas, no iba a tolerar su muestra de violencia matutina. Recobró la
cordialidad e intentó convencerme con el ruego más inútil que pude escuchar en
mi vida: </span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> - Vos no entendés. La tienen que purificar...</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La palabra purificar me entró por un
oído, bailó la conga dentro de mi cabeza, y salió disparado por el otro, junto
con una avalancha de risas. La madre de Sofía retrocedió enfurecida y le cedió el lugar a la abuela.</span></b></span><br />
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La anciana tomó las riendas de la situación. Cuando abrió la boca noté que tenía los dientes
filosos y amarillos, y que, de cerca, el color de sus ojos eran de un verde
agua desgastado. Me miró en silencio con una sonrisa, y destapó un hilo
de voz oscuro y críptico, con el que intentó intimidarme:
</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> -
Esta nena tiene pensamientos malos...</span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Traté de sonar lo menos irónica posible, pero de todas maneras se
me escapó:</span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> -¿Por qué,
señora?, ¿porque quiere salir como el resto de las chicas de su </span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> edad?</span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La abuela se volvió a quedar en silencio.
Parecía que algo la excedía, la horrorizaba.</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El estornudo me hizo girar. No había visto que Maxi se había acercado, descalzo y
sin remera, hasta nosotras, sonándose la nariz con una servilleta. Las dos lo
miraron despectivamente. Inesperadamente habló:</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<b style="text-indent: -0.25in;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR"> - Señora, a</span><span lang="ES-AR">cá nadie va a purificar a nadie. Y va
a volver cuando se </span></span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<b style="text-indent: -0.25in;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR"> dejen </span></span></b><b style="text-indent: -0.25in;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR">de joder con sus amenazas precámbricas. Sofía no tiene </span></span></b><b style="text-indent: -0.25in;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR">ningún</span></span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<b style="text-indent: -0.25in;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR"> problema. </span></span></b><b style="text-indent: -0.25in;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR">Ustedes como familia deberían apoyarla.</span></span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Las expresiones de la cara se les contrajeron, y vi como la abuela cerraba la boca, tragándose lo que estaba a punto de decir. Sospeché. La mirada de Maxi era firme. Hablaba enojado. Él sabía algo que yo no sabía. La madre de Sofía avanzó,
hasta quedar frente a él:</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<b style="text-indent: -0.25in;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR"> - Pasado m</span><span lang="ES-AR">añana va a venir el padre y ya vamos
a ver si...</span></span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Maxi la interrumpió, sin vueltas, les
recordó que en primer lugar todo había empezado porque la habían echado al
pasillo otra vez. Antes de cerrarles la puerta, les dijo que si intentaban
hacernos otro tipo de manifestación, él se iba encargar personalmente de
difamarlos en todo el edificio, y que si eso no los espantaba, los iba a denunciar por maltrato de menores. La última imagen que tuvimos de ellas, fueron sus bocas entreabiertas.</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Cuando me terminé de preparar el cortado,
Maxi se había vuelto a acostar en el sillón. Estaba tapado hasta la altura de
los ojos. Dejé la taza en el suelo y lo zamarreé con impaciencia. No estaba segura qué era lo que debía preguntar. Pero sí estaba segura de qué había pasado algo por alto. La pregunta nació sola:</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<b style="text-indent: -0.25in;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR"> -¿Qué fue ese discurso?</span></span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Maxi se reclinó en el sillón. Echó una mirada rápida en dirección a su habitación, donde estaba durmiendo
Sofía. Después de un suspiro interminable, m</span></b></span><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">e traspasó los ojos con una mirada confidencial. S</span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">u susurro llegó tan claro como todo lo demás:</span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> -Fer, Sofía es gay. Le gustan las
chicas. </span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText">
<br /></div>
<div class="MsoBodyText" style="margin-left: .25in;">
<span lang="ES-AR"> </span></div>
<div class="MsoBodyText">
<br /></div>
<div class="MsoBodyText">
<br /></div>
<div class="MsoBodyText">
<br /></div>
<div class="MsoBodyText">
<br /></div>
<div class="MsoBodyText">
<br /></div>
<div class="MsoBodyText">
<br /></div>
<div class="MsoBodyText">
<br /></div>
Fernanda Alcorta http://www.blogger.com/profile/15604187086001617999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4873697310506597355.post-80461451791127920332012-09-08T22:30:00.002-09:302012-09-12T22:56:32.813-09:30<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Creo que ayer fue una de las noches más
horribles de mi vida. Me cuesta creer que Nacho haya sido tan idiota. Todavía no sé lo que pasó. </span></b></span><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Hasta ahora, Sofía, no quiso hablar
demasiado. El único que logró sonsacarle algunas palabras fue Maxi.</span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Estuve a las diez. A Nacho no le importó mi retraso. Tardé una hora más de lo previsto, y aunque me acicalé hasta la uña del dedo gordo del pie, la
imagen final no consiguió satisfacerme. El error fue haberme obsesionado con la idea de innovar el peinado. Me había parecido
una idea brillante imitar, como en internet, el look inolvidable de </span></b></span><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><b>Audrey Hepburn</b></span><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> en "Desayuno con diamantes". Pero cuarenta minutos de peluquería doméstica
y unos tutoriales en la red, no lograron que el rodete castaño oscuro y las
hebillas negras se me derritieran desde el centro de la cabeza hacia los
costados, como un cucurucho de chocolate amargo con pasas al rhum. </span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El encuentro fue torpe: Nacho me arrancó del
pasillo con un tirón al interior de su casa, acorralándome en la puerta de
entrada. Sus manos, descontroladas por un breve brote de pasión, hicieron que
soltara bruscamente la bolsa de nylon que llevaba en la mano. </span></b></span><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El resultado fue
desbastador. Las dos botellas de cerveza artesanal, que había robado de la
bodega personal de Maxi, estallaron en el mismo momento que tocaron el suelo, y la mitad de la noche nos la pasamos estrujando, por turnos, los trapos
rejillas amarillos en la bacha de la cocina. </span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">En cuestión de segundos, el líquido, se había avecinado como un maremoto al pequeño living-dormitorio, remojando los
dos pequeños puffs negros de cuero ecológico que Nacho tenía opuestos en una
mesa ratona negra forrada del mismo material. Como la ventana de su
living-dormitorio está encerrada por el resto de la construcción del edificio, el aire no circulaba. El vaho a alcohol se encadenó a todos los materiales que se encontraban a nuestro alrededor. </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Lo mismo había pasado con nuestras pieles y nuestras ropas, éramos dos sahumerios de malta y
cebada.</span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El portero sonó
cuando ya habíamos terminado de limpiar, y Nacho bajó a buscar el pedido al segundo timbrazo.</span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">En su breve ausencia noté que la decoración del
departamento se basaba únicamente en las guitarras. Tiene siete guitarras distintas colgadas
en la pared. Dos son eléctricas y las cuatro restantes, a simple vista,
parecían iguales; salvo por los colores.</span></b></span><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Mi cena terminó en la segunda porción de pizza,
y Nacho abandonó el triángulo que había empezado, cuando me vio sentarme en el
sillón-cama, color verde botella. </span></b></span><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El sillón era lamentable. El rechazo inicial fue mutuo. Los resortes metálicos sobresalían por encima del colchón, rasposos
e inflados incrustándose en mi cola. El roce me hacía
dar pequeños respingos de dolor.</span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Nacho apiló las servilletas en la caja de
cartón y llevó la gaseosa a la cocina. Volvió al living-dormitorio en un parpadeo, con una risa juguetona que, hasta ese entonces, no
había conocido. Me invitó a ponerme más cómoda, y estiró el sillón-cama, atléticamente, a lo largo de la diminuta habitación. El colchón era tan chato como un disco de vinilo. </span></b><br />
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Con la mirada fija en mí, Nacho, se desató los
cordones, y logró descalzarse un borcego con la ayuda del otro. Sin consultas ni planes, inclinó mi cuerpo hacía atrás, y se entretuvo limpiándome los mechones de pelo de la cara. Me
besó. Se lo devolví. Me volvió a besar. Y de repente, no quise que lo volviera hacer. Estaba incómoda. Me sentía recostada sobre la
cama de un faquir. Con cada mínimo movimiento, el sillón-cama, maullaba dolorido.
Por otra parte, él emanaba una ráfaga a ebrio que espantaba.</span></b><br />
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Como en una película de terror, el grito, llegó de lejos para estacionarse en la puerta de Nacho. Fue tan desaforado que me heló:</span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> - ¡¡El señor que castiga a los pecadores!!<o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Seguido pude advertir un llanto familiar. Y otra vez el grito de la mujer:</span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> - ¡¡El señor que castiga a los pecadores!!<o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El llanto dejó de ser familiar, era personal. Venía más allá
del pasillo; venía de la derecha. De la casa de Sofía. Me recliné apoyando los codos sobre la cama para escuchar mejor:</span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> - ¡¡Como a vos!!<o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Nacho oía atento. Pero a la vez, seguía igual de cargoso, acariciándome el
pelo que me bordeaba las orejas. </span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El llanto de Sofía me parecía cada vez más cercano. Dudé. Y después de darme cuenta que no podía estar imaginándolo, me
levanté alborotada del sillón-cama. Pero enseguida volví a caer, empujada por el tirón de Nacho. Me giró la cara hacia él y me volvió a besar. Hasta que la misma voz desencajada repitió:</span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> -¡¡Pecadora!!<o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La puerta de los Locos Vargas se
cerró. La distinguí enseguida. También pude reconocer los pasitos que se arrastraban por el pasillo. Conocía ese roce: provenían de las chancletas rosas de Sofía. </span></b></span><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Volví a tomar impulso y Nacho consiguió retenerme. Intenté soltarme, pero mantuvo su mano firme apoyada en mi hombro. Lo miré furiosa:</span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> -¿Qué haces, nene?</span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Del otro lado escuchaba que Sofía estaba
derribando mi puerta a golpes. </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Nacho se rió. Me miraba con gracia. Hasta que
no habló, no estuve segura de abandonarlo:</span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> - Bueno, no te pongas así. Es la pendeja que
llora los sábados.</span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Eso bastaba. Me quería ir. Me levanté con tanta bronca que Nacho se
balanceó hacia atrás con las manos en el aire. Dio un suspiro largo:</span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> - Dale, Fer, ¿te vas a ir por esto?</span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Y fue lo último que dijo antes de que cerrara
la puerta. <o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Todo había sido real. Sofía estaba sentada con la espalda vencida sobre mi puerta. Desde mi lado del pasillo, por
debajo de la puerta de los Vargas, se podía llegar a ver una sombra intermitente pasearse de un lado a otro. </span></b></span><br />
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Cuando Maxi llegó del trabajo, Sofía, nos contó que la de los gritos había sido su mamá. Durmió
la mayor parte del sábado.<o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
Fernanda Alcorta http://www.blogger.com/profile/15604187086001617999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4873697310506597355.post-55230693093981431142012-09-07T18:39:00.001-09:302012-09-14T06:09:23.094-09:30<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<br />
<div style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Entreabrí los ojos y estaba todo en blanco. Blanquísimo; de un blanco especular. Quería despertarme, cambiar la diapositiva. Pero resultó imposible. No estaba soñando que viajaba sentada en una aerosilla al corazón del cerro montoto en pleno Bariloche; fue mucho mejor que un sueño. Tenía un cuadrado de papel en blanco pegado en mi frente, que caía sobre mis ojos, hasta taparme los labios. Con la respiración entrecortada, la hoja se levantó en el aire y gracias a la distancia, leí y releí unas palabras, de trazos suaves y grises, escritas con lapicera negra: era un mensaje de Nacho. Recuperé la conciencia totalmente y las asociaciones se unieron en mi cabeza sin esfuerzo. No había duda; la había dejado debajo de mi puerta y el tarado de Maxi se había encargado de cortar dos trozos de cinta de pintor para adherirlo en mi frente como una calcomanía en un parabrisas. El mensaje decía:<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Perdoname que no te avisé. Reemplazo de último momento. Pasa por mi </span></b><br />
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> casa cuando te </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">despiertes. Ignacio.</span></b></div>
<div style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Volé de la cama y me vestí en un microsegundo. En la cocina, encontré a Maxi tomando mates y leyendo el diario. Mandy ya se había ido a trabajar. Automatizado, sin levantar la vista del suplemento, me señaló la cafetera. El café estaba fuerte y frío, pero lo tomé de un sorbo como un shot de tequila. Me envolví en mi campera negra, y antes de salir, Maxi, me miró fijamente; entre risas, me advirtió:<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> - Fer...lleva paraguas.<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Le di un beso en la cabeza y salí del departamento. Nacho abrió la puerta enseguida. Me estaba esperando. Tenía la campera de cuero puesta y llevaba un morral del mismo color cruzado sobre el pecho. No entendí que era lo que le causaba tanta gracia, hasta que despegó un pedacito de cinta blanca que había resucitado inexplicablemente en mi cachete izquierdo. El dolor hizo que soltara un gritito ahogado. </span></b><br />
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Salimos indecisos. Él no había desayunado y yo tenía ganas de comer un tostado king. Sin un acuerdo previo, caminamos hasta el bar. Había dejado de llover, pero los paños azules de las sillas seguían chorreando unas gotas del tamaño de unas pelotas de golf, que bajaban violentamente por los caños grises de acero hasta desembocar en la vereda.<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Como la masa de nubes manchadas absorbieron por completo la luz natural, el interior del bar estaba iluminado al máximo por los paneles de luz naranja; y gracias a ellas, las paredes rojas, refulgían mostrándose en algunos sectores con un rojo sangre cegador. El mozo cantor no estaba de humor. Tardó añares en atendernos, confundió el pedido de Nacho con el de un señor mayor que estaba a seis mesas de distancia, y cuando volvió con el correcto, lo hundió con un golpe seco en la mesa, salpicando la espuma esponjosa del café irlandés en el mentón de Nacho. Se lo limpié riéndome, como él antes lo había hecho con la cinta de pintor.<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Batiendo escandalosamente la cuchara, se disculpó por su repentina ausencia. El domingo por la tarde, Federico su mejor amigo y bajista del dúo, había conseguido, a último momento, la posibilidad de dar dos presentaciones en un teatro pequeño de la ciudad de Uribelarrea. También se disculpó por no avisarme que, el miércoles a la noche, tuvo que reemplazar a un guitarrista de una banda amiga, indispuesto por una gastroenteritis.<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">A la hora, Nacho notó mi cara de preocupación. Eran las doce y media del mediodía. Había tiempo de sobra, pero la idea del ejercicio incompleto me impacientaba. Cuanto más tarde se hiciera menos probabilidades tenía de encontrar un colectivo vacío; además a las 16:00 hs tenía que estar en lo de Clara. Nacho fue insistente:<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> - Dejame acompañarte, por favor. Tengo un alumno recién a las tres.<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Me negué por vergüenza. Me daba muchísimo miedo lo que pudiera llegar a pasar; pero a Nacho no le importó y cuando salimos del bar se me pegó a mi cuerpo como un perro de la calle sin dueño.<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El 53 vino recargado. La multitud estaba desparramada por todos los recovecos aprovechando al máximo el ínfimo espacio de la cafetera destartalada; la comparación con una gran empanada de carne cortada a cuchillo, rebalsada de contenido, no me pareció tan alocada. </span></b><br />
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Hicimos la mayor parte del viaje parados. Axilas, brazos y demás partes del cuerpo humano se entrecruzaron entre nosotros distanciándonos. Durante el viaje Nacho no me dio respiro. La seguridad que me demostró en tierra se desvaneció apenas arrancamos, con la verborragia que se le disparó inconscientemente. Me di cuenta de que era la manera que tenía para tranquilizarse. Estaba aterrado de que tuviera un ataque ahí mismo, junto a él. A los gritos me hablaba de sus películas preferidas, las bélicas. Me enteré de que tiene especial simpatía por Pelotón y ¡Viven!, y también por un norteamericano, ya fallecido, que cuenta con una docena de películas de culto. Inmediatamente continúo hablando de sus ex-parejas: solo tuvo una novia a los dieciocho años, y el resto fueron relaciones esporádicas que le llegaron a durar lo mismo que una púa de guitarra en un recital. Asentí con la cabeza restándole importancia a ese pequeño detalle, que contaba como un dato secundario y aleatorio; no me sorprendió que lo atribuyera a su complicada profesión. </span></b><br />
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Bajamos en el cruce de la Avenida Pedro Goyena y Beauchef. Sentí que nos alejamos más de lo que hubiese querido. </span></b><br />
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Hicimos la vuelta a pie, y Nacho recién comenzó a distenderse cuando cruzamos la Avenida Boedo. </span></b></div>
<div style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">LLegamos al edificio cuando faltaba media hora para su clase. En el hall, no me pude negar a usar el ascensor. Nacho tenía razón: si había podido estar más de dos horas fuera de mi casa, por qué no iba a poder estar cincuenta segundos en un cubículo asfixiante. Me convenció con su promesa:<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> - Ni lo vas a sentir.<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Y fue verdad. Ni lo sentí; lo que sí sentí fueron sus labios, que durante todo el trayecto se apoyaron sin permiso, cálidos, sobre los míos. <o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Nos despedimos en un espacio intermedio a nuestras puertas. La invitación de último momento me dejó sin aliento:<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> - ¿Comes conmigo? A las nueve. Departamento del "Sin Cara" del "B".<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Me miró desafiante; y no pude contener la epidemia de risas que estallaron de repente. Le dije que aceptaba, nos dimos un beso, y nos despedimos.<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">A las 16:00 pm estaba sentada en el despacho de VilmaMiriam, esperando que Clara se reorganizara. Diez minutos después me llamó desde el living. <o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La encontré con las piernas despatarradas sobre el sillón opuesto, que descorrió apenas me vio. El vestidito crema, bordado con flores rojas y verdes, que llevaba puesto era lamentable; parecía una bolsa de arpillera de estilo country, erosionado por el paso del tiempo.<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Se puso increíblemente feliz cuando le conté los resultados de los ejercicios. Me abrazó y me besó los cachetes. Llamó a VilmaMiriam con un rugido y le pidió que hiciera una ronda de Kukicha, que cinco minutos después estaba escupiendo en la taza de té. Clara quiere que mis viajes se extiendan más.</span></b></div>
Fernanda Alcorta http://www.blogger.com/profile/15604187086001617999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4873697310506597355.post-43254874765290571922012-09-06T13:33:00.000-09:302012-09-22T19:46:12.791-09:30<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Primero el mentiroso de Juan, ahora Nacho. Es
la segunda vez en menos de un mes que me dejan plantada. Y lo peor es que, en la
espera, no me sentí como una plantita cualquiera, o un yuyo triste, como los
tréboles milagrosos que crecen entre medio de los ladrillos de algunas
fachadas, o como el rejunte de hojas mezquinas que venden con sobreprecio
algunos puesteros de la Chacarita, frente al cementerio. Me sentía como un
racimo importado, recientemente florecido, perfumado y vistoso. Me había
bañado, peinado y maquillado, casi, profesionalmente. Había elegido de mi
guardarropa una combinación de prendas exquisitas. No voy a exagerar; no estaba
para “matar”, pero sí estaba segura de que podía llegar a infartarlo. Todo para
nada. </span></b></span><br />
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Nacho no pasó cuando terminó de dar clases, como prometió. Lo esperé
esperanzada hasta la madrugada. Se me ocurrió que quizás se le había hecho
tardísimo, igual que el viernes. Pero no. Los segundos se apilaron unos sobre
otros, para convertirse en minutos, y más tarde en horas. Y no vino. La metamorfosis
fue un proceso. No era más un racimo florecido; intercambié el perfume
especiado, de canela y vainilla, con el que me había embadurnado el cuello y
las muñecas, por una fragancia invasiva a churrasquito sangriento y grasiento,
que había cocinado para Maxi y para mí. Además, la humareda, que había escapado por los costados de la tapa de la sartén, removió la humedad que flotaba en el departamento, achicharrándome todos los
pétalos que pacientemente había alisado con la planchita; mis pelos volvieron a
su forma natural: las ondas tristes de un sauce eléctrico. A las doce y media me rendí. Deshojé, resignada, las prendas que llevaba puestas, y me vestí con una remera ancha de
color marrón. Sí. No era un racimo despampanante venido del extranjero, tampoco
era un trébol calvo. Ni siquiera era una hojarasca. Era un tubérculo podrido
y oxidado. Una papa amarronada y negra que estaba comenzando a echar sus primeros
brotes blancos y mohosos, como una enredadera, en la silla de la computadora. <o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Para colmo, cuando Maxi volvió del bar, ni
siquiera me agradeció por la comida. Estaba ocupado con Mandy. No le conté lo
que había pasado con el vecino. ¿Para qué, para que se rieran de mí?<o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El único que cambió mi humor fue
Nicolás. No sabía si estaba en la computadora, porque debajo de su “nickname”
tenía un cartel rojo amenazante, que daba a entender que estaba ocupado. No me
importó. Lo molesté igual, y, al minuto, me respondió. Las primeras líneas que
aparecieron en el pequeño recuadrito blanco sonaron frías; tenían un claro tono
de reproche e indiferencia, que no se había molestado en ocultar. Realmente
estaba muy enojado. Confesó. Estaba molesto por mi repentina
desaparición. Tenía razón. Me olvidé de él completamente. No había vuelto a
dejar ningún mensaje en el foro, y de un día
para el otro </span></b></span><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">no volvimos a hablar</span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">. Tampoco le contesté los mensajes que me había dejado en mi
casilla personal. </span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Omití la explicación: Juan. Desde el encuentro casual con Juan, solamente había usado la computadora para cumplir mis obligaciones
laborales. </span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Costó, pero de a poco pude ablandarlo. A la hora, ya éramos los
mismos amigos cibernéticos de antes. <o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Durante mi ausencia pasaron tres cosas:
Margarita, la señora de misiones, se curó de su agorafobia. Todos nos habíamos
creído las estupideces que un tal Omar había publicado, en las que decía que
Margarita, en realidad, se dedicaba a unos negocios oscuros. Nicolás me secreteó que, hace tres semanas, la mujer escribió en el foro desmintiendo las acusaciones, y contó la verdad. Sus hijos le habían tendido una trampa. La sedaron y la llevaron al centro
de la ciudad, directamente a las manos de un curandero muy famoso. Margarita aseguró que
se recuperó del mal repentinamente, cuando el brujo le apoyó sus manos santas en la frente. También
nos invitó a hospedarnos en su casa, en caso de que quisiéramos probar ese
método efectivo.<o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Los chicos de Miramar no pudieron resolver sus
diferencias. Lucía contó en el foro, que se separaron y que ya no conviven más. Pero también dijo que siguen compartiendo el mismo edificio. Sebastián resolvió su problema fácilmente; pudo conseguir un departamento dos pisos más arriba del de ella. Igual se siguen hablando por la página; parece que Lucía está despechada
por el abandono, y porque él se llevó el dálmata sin su consentimiento.<o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La otra noticia tiene que ver con Nicolás:
había roto con Carola definitivamente. Fue ella la que lo dejó a él. No hice
ningún comentario, pero las razones de Carola me parecieron bastante egoístas:
le dijo que no podía soportar más la relación; sentía que se estaba volviendo
agorafóbica a la par de él. Y lo más feo de todo, es que le dio la noticia el día de
su cumpleaños.<o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Me puso muy contenta saber sobre los progresos de
Nicolás. Hace poco descubrió que correr no le provoca el mismo pánico que caminar.
Ahora, todo los días trota alrededor de tres manzanas. <o:p></o:p></span></b></span></div>
<span lang="ES-AR"></span><br />
<div style="text-align: justify;">
</div>
<span lang="ES-AR">
</span>Fernanda Alcorta http://www.blogger.com/profile/15604187086001617999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4873697310506597355.post-88708261788607960622012-09-05T18:07:00.000-09:302012-09-06T08:30:03.019-09:30<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Soy una estúpida. Quedé como aquello que no quería
parecer: una neurótica. Pero todo había sido culpa de Maxi y sus teorías
taradas.<o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Nacho debió haber llegado pasado el mediodía, cuando
yo no estaba, porque al salir de mi departamento pude comprobar con la ayuda de
una espátula de cocina, plana y alargada, que los papelitos que le había dejado
todavía estaban ahí. En total, en tres días, le dejé tres notas distintas que reflejaban que
era una acechadora en potencia. Las dos primeras decían algo así como:</span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<b style="text-indent: -0.25in;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR">-</span><span lang="ES-AR">¿Querés
hacer algo? Podemos tomar un café y visitar al mozo cantor. </span></span></b><b style="text-indent: -0.25in;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR">Fer.</span></span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<b style="text-indent: -0.25in;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR">-<span style="font-size: 9.600000381469727px;"> </span></span><span lang="ES-AR">Cuando
puedas tocame la puerta. ¡Vayamos a la terraza! Tu vecina.</span></span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El primer papelito era bastante sobrio y, el
segundo, inofensivo en apariencia, parecía esconder otro tipo de mensaje. El
que había dejado ayer a la noche, inspirada en el discurso de Maxi, era el
peor:</span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Te olvidaste de mí? ¿Hice algo mal? ¿Hablamos? Fernanda.</span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Era tristísimo. No era propio de una persona
que acaba de conocer a otra; era de una novia arrastrada, asquerosamente melosa
y celosa. Tenía que romperlo en veinte mil pedacitos. No quería demostrarle que
estaba empezando a obsesionarme con él. Lo iba a espantar.<o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Mientras hundía la espátula más y más, en la
pequeña abertura que dejaba la puerta y el piso, la pregunta seguía
repitiéndose obsesivamente en mi cabeza: ¿si no había vuelto, dónde estaba? <o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">En casi veinte minutos había conseguido
recuperar las dos primeras notas, pero estaba empecinada en alcanzar el tercer papel. La suciedad
me pesó en todos los sentidos; sabía que estaba haciendo algo incorrecto
pero no podía detenerme. El pasillo estaba helado, sin embargo, sentía unas
gotas, finitas y nerviosas, caer, como una cascada, desde el cuello hasta el
tiro del pantalón; las rodillas se me estaban acalambrando y con cada cambio de
postura, mis rótulas crujían como una galletita de agua partida al medio. Lo
que me daba más asco era sentir las pelotitas negras del suelo
apestoso pegarse en mis manos húmedas. Fue un trabajo difícil. Tanteé durante algunos
minutos, a ciegas, sin saber exactamente en qué ángulo podía estar el papel más
chico...Y sentí que me desmayaba. El ascensor se abrió. Me ahogué con mi propia
saliva, y me paralicé completamente. Pero resucité. Era la abuela de Sofía que salía con un changuito de compras. Dejé escapar el aire que tenía atrancado, y me serené. No podía engañar a nadie, pero sí a una
señora mayor. Me aferré al típico cliché como un salvavidas: disimulé buscando
un “algo” microscópico que había dejado caer en el suelo. Afortunadamente la
anciana no tenía los anteojos puestos y sentí alivio; no había podido ocultar
el mango de la espátula que sobresalía, negro y brillante, como una extensión
extraña de la puerta de madera. Si no lo miraba con detalle, podía
confundirlo tranquilamente con un pie que salía, desde adentro del departamento, para trabar la
puerta. Pasó por mi izquierda y la saludé. La señora no respondió; era lógico,
debía seguir ofendida por la amenaza que, Maxi y yo, le hicimos a su hija la última vez
que encontramos a Sofía en el pasillo común. La abuela se limitó a mirarme con
el entrecejo fruncido mientras revolvía la cartera en busca de sus llaves. La
perdí de vista cuando entró a su casa. Guardé la espátula y desistí. Sentía
que, del otro lado del pasillo, la anciana estaba incrustado sus ojos amarillos
y maliciosos en la mirilla, siguiendo cada uno de mis movimientos. Me paré con felicidad, simulando haber encontrado ese algo invisible que buscaba; sacudí la mugre que
tenía pegada en la ropa y bajé por la escalera. <o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Exceptuando el susto que tuve a causa de unas
contracciones repentinas que terminaron convirtiéndose en un fuerte ataque de
tos, mi primer viaje sola fue todo un éxito. Salir sin compañía no fue un
asalto de valentía; en verdad, tomé conciencia de que no tenía otra opción.
Perder el trabajo no está en mis planes; de hecho podría empeorarlo todo. Y si
mis amigos no pueden acompañarme, no puedo darme el lujo de sentarme a ver como
avanzan los días. El veinticuatro de octubre está a un suspiro de distancia. <o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Por precaución, no me arriesgué a seguir más de
lo debido. Bajé en las mismas calles que ayer. Y volví feliz de que todo hubiera
resultado sin problemas...<o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Cuando llegué a casa, me invadió un mar de alegría. La luz del
departamento de Nacho estaba encendida; debajo de la puerta se filtraban unas
sombras en movimiento. Había vuelto. No lo dudé. Toqué la puerta con
coscorrones exagerados. Eran los nervios. Repasé mis argumentos: quería
explicarle que me había confundido; que lo que decía el mensaje no era
exactamente lo que quería darle a entender. Que lo había escrito rápido al
pasar y... Entreabrió la puerta y estiró el cuello, dejando solamente su cabeza
y su pelo lacio desaliñado. Me dedicó una sonrisa rápida. Nos dimos un beso
torpe, y seguido, echó una ojeada fugaz hacia el interior, como si temiera que alguien pudiera estar
mirándolo. Eso bastó para que dudara. ¡Había alguien! Sino, ¿por qué iba a
mirar hacia atrás? Mi tono, celoso e infantil, sonó tan estúpido como lo que
pasó después:</span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> - Ahh...¿Tenés compañía?</span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Nacho, con un gesto de asombro, estiró las cejas
hacia arriba, y no contestó. Me mordí el labio reprimiendo la mueca de malhumor
que amenazaba con exponer mis sentimientos encontrados. Abrió la puerta y
avanzó hasta a mí. Sus risas volvieron con un efecto boomerang; chocaron en las
paredes del pasillo y volvieron a mis oídos nuevamente. No lo quería mirar,
desvié mis ojos y sólo volvieron a encontrarse con los de él, cuando me dijo:</span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> - Disculpá, estoy dando clases.</span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Era verdad. Al fondo me pareció distinguir a la
chica que ya había visto salir del edificio; la gótica salida de un fotograma de la película “Eduardo Manostijeras”. La distinguí desde la
distancia: el contraste entre la piel transparente de su cara y sus pelos
negros carbón fueron demasiado fuertes. Tenía una guitarra apoyada en las
rodillas, y la vista clavada en una partitura. Me reí aliviada y le pedí
disculpas. Nacho me dio un beso en la mejilla. Prometió avisarme cuando
terminara, y antes de trabar la puerta, se quedó con la última palabra:</span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<b style="text-indent: -0.25in;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR"> -<span style="font-size: 7pt;"> </span></span><span lang="ES-AR">Leí el
papel...nada. Dejá.</span></span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La puerta se trabó. Y yo me quedé descifrando que podía significar ese “nada” final.</span></b><o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-left: .25in; text-align: justify;">
<br /></div>
Fernanda Alcorta http://www.blogger.com/profile/15604187086001617999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4873697310506597355.post-58035376981008321082012-09-04T22:41:00.001-09:302012-09-05T02:07:47.529-09:30<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">No tengo ninguna noticia de Nacho desde el domingo a la madrugada. ¿Y si Maxi tiene razón? Pero no tiene sentido. Fue él, el que me invitó a salir y el que montó la puesta en escena con
aquella iluminación teatral. Fue él, el que armó aquel banquete de película pochoclera y el que se
acercó a mí, con su instrumento embrujado, para seducirme como a una rata
extraviada del club del Flautista de Hamelín. Pero entonces, ¿por qué no me
respondió las notitas que pasé por debajo de su puerta? </span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Pese a los roces de la semana
pasada, Maxi y yo estábamos de buen humor. Habíamos acordamos, sabiamente,
enterrar el recuerdo del robo del maniquí, para archivarlo en nuestro historial
de estupideces. Hoy, a</span></b></span><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">unque no llegué a manifestarlo (y él tampoco), realmente estaba encantada de que volviéramos a viajar juntos después de tanto
tiempo. Inclusive no tenía miedo. Me daba seguridad saber que mi amigo estaba orgulloso de mi
progreso. </span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Como era de mañana, el colectivo 53 se detuvo menos atestado.
Una pareja había dejado los asientos que ocupaban y nos pudimos sentar apenas
nos subimos. Maxi intentaba leer un libro de ciencia ficción, y yo viajaba con
la cabeza apoyada sobre su hombro, mirando a las personas caminar cabizbajas en
las sombras del día nublado. Retenidos por el semáforo de Carlos Calvo y
Maza, por la ventanilla, vi a un chico de baja estatura y barba apelmazada cruzar por la senda
peatonal con un violonchelo envuelto en una funda negra colgando en sus
hombros, y no pude evitar asociarlo a una guitarra gigante. Lo pensé al mismo tiempo que lo dije:<o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> -¿Hoy
ya es martes?<o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Maxi no contestó hasta que le saqué el libro de
las manos. Con pena me afirmó lo que en verdad ya sabía. Vi como las arrugas de
la frente se le amontonaban, de mayor a menor, en una coreografía perfecta. Las conocía. Eran
las arrugas de la lástima:<o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> -¿El
vecino no te habló más? <o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Si nos hubiésemos sentado cuatro asientos más
adelante habría estirado la mano, sin ningún esfuerzo, hasta alcanzar el
matafuegos prehistórico que estaba acostado debajo de la máquina de las
monedas, para abrirle el hueso frontal. La pregunta me pareció tan cruda que no
la contesté.</span></b></span><br />
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">En ese mismo momento el colectivo se detuvo, y algunas personas
descendieron, al mismo tiempo que otras subieron. Maxi me había preguntado algo
más, pero a causa del revuelo no alcancé a oírlo. Por eso, con un vozarrón de hincha de fútbol de la popular, se atrevió a repetir: <o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> -¿¡¿¡¿No concretaron, no?!?!?<o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Fue horrible. Grité un “NO” estruendoso, que
rebotó de punta a punta. Las personas que desfilaban por el
pasillo buscando algún hueco para apoyarse nos reprobaron con la mirada, y siguieron de largo. Se oyó una presentación. Había subido
un señor que decía vender lapiceras “Parker” originales. Intentaba demostrarles a sus potenciales clientes que estaban
hechas de un acero único y envidiable, </span></b></span><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">haciéndolas golpear en los pasamanos.</span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Las conclusiones de Maxi
activaron las compuertas de mi cerebro y dejaron pasar al bichito monstruoso de la duda, que se
arrastró absorbiéndolo de a poco. Terminé seca. No entendí lo que quiso decir hasta que lo
explicó con su manera cruda habitual. </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Los gritos del vendedor se oponían a los gritos de Maxi. Era una competencia. El hombre promocionaba
las lapiceras a precio de costo como una oportunidad irrepetible, y también nos
recordaba los colores originales que disponía: negras y azules, a la vez que Maxi me explicaba, con la
garganta desgastada, que para él, el problema era que, Nacho, se había
arrepentido de lo que había iniciado; las notitas que yo le había dejado y que él no había contestado eran pruebas concretas. No todo tenía que ver con mi problemita de agorafobia; alegaba gran parte de la culpa a los
encontronazos que tuvimos desde que empezamos a hablar. Quizás me estaba evadiendo, porque se había dado
cuenta con qué tipo de personalidad estaba tratando. Me hirió. </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Desplegó sus pensamientos al aire como si estuviera
hecha de piedra. Estaba afectada e indignada. Lo solté sin más:</span></b><br />
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> -¡¿Qué me estás queriendo decir?!</span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Maxi no pudo continuar. La interferencia avanzó. Había estado tan concentrada
escuchándolo a él, que no había notado que el vendedor estaba estrellando la
“Parker” original en el pasamanos que se extendía por encima de mi cabeza. El discurso propagandístico y el ruido metálico sonaba con eco dentro de mi oreja: ¡Parker!,
¡Parker!, ¡Parker!, ¡Parker de acero! El bochinche me transportó a mi infancia;
más precisamente a la cocina de mi mamá. Me veía jugando a la batería con sus cucharones, sus ollas y
tapas. No me aguanté más y lo expulsé:</span></b></span><br />
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> - ¡¡¡¡Dejá de perforarme el tímpano
con tu “Parker” berreta!!!!</span></b><br />
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span lang="ES-AR">El silenció cesó de repente. El
vendedor congeló los movimientos de su mano, y l</span>os pasajeros más
morbosos, esos que se estampan contra la ventanilla cada vez que olfatean un
accidente, se incorporaron en los asientos de golpe para captar los detalles
del incidente. Maxi estaba paralizado, pero su susurró llegó claramente:</span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-left: 3.0pt; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> - ...Este es un buen ejemplo.</span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-left: 3.0pt; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El vendedor
siguió repartiendo las lapiceras enmudecido. Tuve lástima de mí. Quería pedirle
disculpas al señor, pero no fui capaz de moverme del asiento. Esperamos a que bajara primero y después lo hicimos nosotros, en Avenida Pedro Goyena y Doblas, y volvimos
caminando en silencio. </span></b><span lang="ES-AR"><o:p></o:p></span></div>
Fernanda Alcorta http://www.blogger.com/profile/15604187086001617999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4873697310506597355.post-6468027435597594482012-09-03T21:17:00.000-09:302012-09-06T04:41:37.936-09:30<br />
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Fue agotador, pero me siento realizada. En primer
lugar porque no estrellé la mochila de Luqui contra la ventanilla, no arranqué
el botón negro para abrir las puertas automáticas, ni tampoco canturreé “chofer,
chofer apure ese motor”. ¡En total hice treinta minutos de viaje en colectivo!
Y la segunda buena noticia es que creo que encontré una cura esporádica para la
hiperactividad del hijo de mi mejor amiga...<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Sinceramente al principio pensé que no iba a poder
subir. No por mí, sino por el servicio. Estuvimos casi una hora esperando que algún
53 llegara vacío. Fue pedirle peras al olmo. Dejamos pasar quince colectivos y
cuatro siguieron de largo. Todos estaban repletos de pasajeros y no había
manera de que cupiéramos entre la multitud que se apiñaba con las narices
pegadas a los vidrios. La mayoría de los ocupantes eran chicos de primaria y
secundaria que salían de la escuela. Revolucionados, aullaban, como si se
acabaran de reencontrar de unas largas vacaciones de verano. El barullo era
infernal, tanto, que los gritos y las risas tapaban sin esfuerzo el catarro
automovilístico. Creo que si no hubiese sido por la persistencia de Laura,
habría vuelto a casa. Estaba por rendirme, cuando un 53, colmado, se abalanzó
hacia nosotras. Mi amiga, con su vista de cóndor, visualizó uno por detrás de aquel, a
medio llenar, que se encimaba a la carrocería de su compañero de adelante intentando
escabullirse. El chofer avanzaba lentamente con la puerta
sellada, esquivándonos con la mirada. Laura soltó a Luqui, comprobó
que el semáforo estuviese en rojo y se paró en el medio de la calle con las
manos extendidas, obligándolo a frenar. Atrás nuestro teníamos acompañamiento.
Otras nueve personas se unieron a la protesta. El chofer, con pelo de puercoespín,
abrió cuando nos amotinamos en la puerta y alzamos al nene. Subí primera,
empujada por Laura. El hombre, abalanzado al volante, gruñía que avanzara hasta
el fondo, para dejar pasar al resto de las personas, pero los pies no me
respondieron. Aceleró bruscamente y tropecé con el plástico agrietado y
gris del piso. No me caí porque llegué a sostenerme del pasamano que atravesaba
el lector de tarjetas amarillo. El puercoespín pensó que no iba a pagar por el
viaje y de reojo pude ver como giraba el torso sobre la silla de resortes.
Antes de que pudiera decirme algo, Laura estaba apoyando la tarjeta en la
máquina pagando por los tres. Caminé los primeros pasos, como quien visita una
casa por primera vez. Reconocí la textura del suelo a través de las
suelas de mis botas, reparé en los asientos agujereados, reconocí el olor a
sudor, y el caos de fragancias, algo desgastadas, que destilaban los cuellos de los
pasajeros. Todos los asientos estaban ocupados, y una docena de personas
estaban esparcidas por el pasillo. Me acordé de Laura y de Luqui cuando fue
demasiado tarde. La descubrí hostigando a un chico de rastas rubias que estaba
sentado en la tercera fila. Tenía unos auriculares demenciales que le envolvían
las orejas en unos paños esponjosos. Como no la escuchó, Laura, se agachó para
vociferarle:</span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> - ¡A ver!, un asiento para la señora que está
embarazada.</span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Me morí de vergüenza. El chico con pelo de fideos se
levantó algo indeciso y torpe. La gente miraba el espectáculo con curiosidad.
Especialmente a él, que se había comportado poco caballero; algunos pasajeros
ladeaban las cabezas con indignación. Me quería morir. Laura mantenía a Luqui
quieto por los hombros y le tapaba la boca para reprimir la risa que mi falso
embarazo le había provocado. Me senté y me hundí en el asiento. La señora
orejuda y encorvada que estaba sentada conmigo, del lado la ventanilla, no
ayudó con su cuestionario: <o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> - ¿De cuánto estás nena?<o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">No lo programé. Sonreí tímidamente y le dije lo
primero que se me ocurrió: de tres meses y medio. La misma cantidad de días que
hacía que no pisaba un colectivo. La señora me entretuvo hablándome de su nieto
recién nacido. Fueron cinco minutos, pero me parecieron una eternidad. Muy
emocionada, nos contó que se llamaba Simón, y que era el cuarto nene de su hija
mayor; eso dijo mientras me acariciaba el vientre con ternura. Se bajó dos
paradas después y Laura se sentó del lado la ventanilla con Luqui en las
rodillas. Fue insoportable. Luqui abría la ventanilla. Laura la cerraba.
Luqui se paraba. Laura lo sentaba. Luqui hacía burbujas con saliva, y Laura se
las arrasaba pacientemente con una carilina. Añoré las caricias de la señora
mimosa. A mi izquierda se había liberado un asiento individual, que me
seducía con su comodidad y silencio. Pero me quedé quieta; tenía miedo de que se
despertara mi fobia dormida. Preferí concentrarme en el camino que se dejaba
espiar por el parabrisas delantero del chofer, soportando los codazos y el
pataleo acrobático de mi ahijado. El colectivo avanzaba obstinado por Carlos
Calvo. Cinco cuadras. Diez. Nos atascamos algunos minutos. Otras dos y luego
algunas más; perdí la cuenta cuando los gritos de Luqui y la voz paciente de mi
amiga, resonaron chillonamente en mi cabeza. Se estaba haciendo pis. Bajamos
antes de que Carlos Calvo se convirtiera en Pedro Goyena, y caminamos dos
cuadras por Avenida La Plata, hasta toparnos con la Avenida San Juan.
Arrastramos a Luqui por turnos y pudimos llegar a Boedo. No se hizo encima de
milagro; En el bar Miño, una camarera amable la había dejado pasar sin
consumir. <o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Los esperé deambulando por la calle. Y sin saber
bien por qué, repasé la vitrina de un kiosco-bazar. Lo sentí como una
señal. Debajo de unas figuritas y una cartuchera de dos pisos, encontré un
juego de ajedrez de plástico colorido, muy parecido al que me había regalado mi
papá para mi séptimo cumpleaños. Seguí mi instinto. El kiosquero me rebajó el
precio porque, si bien la imagen de la tapa se veía perfecta, tenía algunas
letras borroneadas. Envolvió la caja en un papel azul con lunares blancos, y la
guardó dentro de una bolsita blanca. <o:p></o:p></span></b></div>
<div style="margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Los volví a encontrar en la esquina, y caminamos
hasta casa. Laura fue mi cómplice. En el camino logramos persuadirlo con pocas
palabras. La curiosidad se le despertó de lleno cuando hablamos de una
guerra y dos reyes, de caballos que saltaban casilleros y de un ejército de
peones fiel. El hechizo se completó con dos palabras: jaque mate; el resto lo
aprendió en dos horas con la ayuda del manual del juego, sentado en la reposera
de mi balcón.</span><o:p></o:p></b></div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></b></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<span style="font-size: 12pt;">
</span>Fernanda Alcorta http://www.blogger.com/profile/15604187086001617999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4873697310506597355.post-75862079408690134612012-09-02T15:46:00.001-09:302012-09-03T03:00:02.565-09:30<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Olga se acaba de ir. La pasó a buscar Victorio
en su Chevy. No quiso que la acompañara hasta la puerta, pero desde el
balcón pude ver el auto naranja arrancar en dirección a la Autopista 9 de Julio.<o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Hoy, igual que el viernes y el sábado,
Olga, se pasó la mañana sentada en las dos sillas unidas, embobada con los
platos coloridos y atiborrados que proponía un cocinero de aspecto triangular y
acento centroamericano. Parecía una gallina sobrealimentada; empollaba un mate
de boca ancha y el termo negro de acero inoxidable entre sus piernas gruesas.
Asombrosamente después de una hora de sorber litros y litros de agua, el
contenido, se mantenía caliente gracias a la temperatura de sus carnes. El
vapor se levantaba como una nube sobre su cara y le empañaban los vidrios de
los anteojos, pero a Olga, eso, pareció no molestarle. Estaba ausente. Las tres
veces que la llamé no respondió a su nombre. Sólo conseguí volverla a la
realidad cuando desenchufé el cable del aparato de la zapatilla. Mi intención
era captar su atención. Pero la pantalla gris inactiva sirvió de espejo; las
manos jóvenes y el cuchillo descomunal, que rebanaban con destreza unos
pimientos verdes aglobados en cuadraditos casi invisibles, desaparecieron
bruscamente, y los ojos de Olga, recibieron el reflejo triste que daba de sí
misma, como una bofetada en las retinas. El efecto volcán fue instantáneo. Los espasmos
comenzaron en la panza y continuaron en la garganta, haciendo vibrar las dos sillas. Explotó en llanto en menos de un minuto. Las palabras de consuelo no
sirvieron. Intenté con mucho esfuerzo bordear su panza con los brazos y la abracé
en silencio hasta que el cuerpo se le desentumeció. Se limpió los mocos en la
blusa y recuperó el aliento con los mates que le ofrecí. La acompañé en
silencio sentada en el sillón, y cuando me dijo que estaba preparada para
afrontar su situación, me cambié en mi habitación, dejé mi celular en la mesa
del living y salí del departamento. </span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Caminé por la calle 24 de Noviembre hasta
llegar a la Avenida Independencia y volví con pasos cortos y lentos por Dean
Funes hasta llegar a la Avenida San
Juan. Como había pasado solamente media hora, preferí seguir hasta la esquina,
en donde está el bar, y me senté en mi mesita de afuera. Varié el menú, el
viaje me había dado sed. Le pedí al mozo un jugo de naranja exprimido que tomé
con sorbos mezquinos y volví después de cuarenta minutos. Me pareció el tiempo
suficiente como para que Olga pudiera hablar por teléfono con todos los miembros de su familia y si
gustaba, hasta con la vecina. </span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Cuando volví encontré mi celular en el mismo lugar y temí encontrarla tirada en mi cama mirando la televisión. Pero Olga estaba vestida y perfumada, arreglándose el pelo frente al espejo del baño. La mueca de angustia se
había transformado en una sonrisa de alivio. Las noticias fueron buenas. El final feliz llegó solo. Olga no había presionado ni un solo botón para conseguirlo; no se animó a llamar a su
marido. El valiente fue Victorio, que la llamó directamente a su teléfono rogándole que volviera con él.</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText">
<span lang="ES-AR">
</span></div>
<div class="MsoBodyText">
<br /></div>
Fernanda Alcorta http://www.blogger.com/profile/15604187086001617999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4873697310506597355.post-69017356121044135362012-09-01T22:50:00.001-09:302012-09-03T02:35:24.164-09:30<div style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ayer tardó tanto que llegué a detestarlo. Eran las 23:00 hs y no
aparecía. Y claro, confiados en que nuestros departamentos estaban pegados uno
al lado del otro no nos habíamos intercambiado los celulares. La noche se había
vuelto una tragedia para mí, y una comedia para Maxi que pegaba una risotadas
estúpidas mientras yo me sumergía cada vez más en la cuerina del sillón y en
las grasas saturadas de las dos variedades de bolsas de papas fritas que tenía
sobre mi panza. Mandy intentaba controlarlo, pero él seguía picaneándome con su
estupidez. Todavía seguía algo resentido por lo del maniquí. </span></b><br />
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Olga, que estaba hipnotizada con los programas de cocina, no me llevó el apunte
cuando le dije que iba a salir, y tampoco le llamó la atención que, después de
cuatro horas de habérselo dicho, todavía estuviera a unos metros suyos
recostada en el sillón. No se había movido en toda la tarde de su lugar. </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Seguía sentada sobre dos sillas unidas (en una no
le entra el cuerpo), pegada a la pantalla del televisor. </span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">A las 23:30 Olga comenzó a cabecear y a repetir recetas de cocina entre sueños. La desperté y le cedí los derechos del sillón. Era el fin. Me encerré en el baño y
clausuré la noche, como siempre suelo hacer cada vez que algo sale mal: me
limpié el maquillaje. De la bronca,
cuando me lavé la cara y me quité los restos con unas tiras deshilachadas de
papel higiénico barato y áspero, se me levantó la piel del cachete izquierdo,
dejándome una aureola fucsia, como las que tienen pintadas esas muñecas peponas gigantescas y mullidas. Colgué en el
guardarropa la remera ancha color peltre y plateada; me senté en la cama para
tironear violentamente de las calzas negras y labradas, que cayeron en un vuelo
furioso al otro lado de la habitación, y me vestí con un short veraniego y una
remera-pijama rojo tomate con la temible cara del Tiranosaurio Rex de Jurassic Park. Me lavé los dientes con bronca y me sangraron
las encías. Veinte minutos después estaba en la cama tapada de pies a cabeza.
Cinco minutos después Mandy tocaba la puerta de mi habitación con un tono de
hermana mayor acaramelado y amable:</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> -¡Gordiii! Levantate, preciosa. Está el vecinito.</span></b></span><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Me quería morir. Salté de la cama como un
resorte, me tapé el cachete con la mano y llegué a la puerta de la entrada
haciendo temblar el aire con mis pasos embravecidos. Nacho estaba apoyado en el marco de la puerta. Cuando me vio llegar, la cara se le transformó repentinamente en
un signo de interrogación. Con una voz despreocupada le dije que estaba durmiendo. </span></b></span><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Sacudió la cabeza en ambas direcciones y
levantó las manos a la altura de los hombros para pedir una explicación:</span></b></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> - ¿Por qué?</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Lo odié. Era evidente:</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> - Es tarde, el bar cerró.</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Nacho sacudió la cabeza y se empezó a
reír. Avanzó hacia mí y me hizo retroceder; como sabía que Maxi y Mandy estaban escuchando la conversación, me susurró pausadamente al oído:</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> - ¿Y quién te invitó a un bar?</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Era verdad. ¿Quién había hablado del bar? Laura y yo. Me pidió con
un tono conciliador que me fuera a cambiar y me dio un beso en la mejilla. </span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Mandy me ayudó a taparme la aureola
rosada con una base que se había hecho traer de Europa. En el reverso del
envase la crema notificaba que tenía el poder de remover superficialmente los tatuajes
indeseados. Mi marca reciente se fundió con la piel sana, y sin ese detalle
estaba otra vez impecable. </span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Por mi cambio repentino de humor, lo encontré diferente. Me sentía seducida por el
respeto que impartía su fisonomía y la forma en la que el jean azul le moldeaba
la cola cuando distribuía el peso de las piernas sobre sus borcegos negros.
Nacho me tomó de la mano y me llevó a las escaleras. Por cada escalón subido una ráfaga de aromas se entremetían en mis fosas nasales. Mi nariz de
tobogán podía distinguir fácilmente las mezcla que llegaba como una sola:
shampoo de bebé, tabaco y cuero nuevo.
</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Me tapó los ojos con las manos y me hizo
avanzar. La sorpresa había perdido su efecto apenas me invitó a subir por la
escalera, pero de todas formas no manché sus buenas intenciones. Descorrió
lentamente las manos. Y ahí estábamos. La terraza estaba iluminada por un farol
de emergencia de luz blanquecina, que colgaba en un gancho de pared oxidado. La
luz no llegaba a iluminar todo el cuadrado, los recovecos se perdían en
sombras. Exactamente en el medio distinguí el tender reciclado que Nacho se había
robado hacía algunos años y dos banquitos enfrentados. El tender estaba
desplegado horizontalmente cumpliendo la función de mesita, exactamente igual
que aquella vez que lo identifiqué en su pasillo. El mismo mantel blanco caía
recto a los lados, y la picada que Nacho había preparado, se desparramaba
ordenada en una tabla de madera mediana, que parecía estar apoyaba sobre una
superficie sólida y plana. También había dos copas de vino vacías y un vino
tinto de dos años de antigüedad sin abrir entre medio de ellas.</span></b></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Hablamos. Comimos. Bebimos. Nos reímos. Señalamos tres estrellas fugaces </span></b><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">derretirse en la oscuridad. Pero no había llegado lo mejor. Faltaba el final.
Nacho se levantó de su asiento y desapareció en el pequeño cuartito de la
terraza. Unos minutos después escuché unas pisoteadas rápidas e impacientes, y reapareció con una
guitarra acústica roja cruzada por la espalda. Usó los dedos de su mano como una
peineta y levantó dos de sus mechones negros delanteros en altura. El jopo
lacio que intentaba semejar al del experimentado Elvis se derrumbó hacia el final de
la primera canción. Me dio la impresión de que se desplazaba en la terraza con la
misma facilidad que en los escenarios de los bares que debía visitar; paseó
alrededor de mi banquito como si intentara enredarme en esas melodías simples y
profundas que brotaban sin esfuerzo de sus dedos. Su voz grave y cálida, que no
llegaba a alcanzar las vibraciones de su ídolo, había encontrado la manera de
readaptar y complementar armoniosamente aquel estilo musical característico.
Podía haber pasado horas escuchándolo, pero al tercer tema se detuvo. Quería
una retribución a cambio. Estiró una gorra imaginara a un público imaginario, y
cuando la gorra llegó a mí, tiré de su mano hasta acercarlo a mis labios. Lo único
de valor que tenía para ofrecerle a cambio eran mis besos. </span></b></div>
Fernanda Alcorta http://www.blogger.com/profile/15604187086001617999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4873697310506597355.post-30019670852795550482012-08-31T19:37:00.000-09:302012-09-03T02:37:53.015-09:30<br />
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Olga no me devolvió la llamada. Pasó
directamente por mi departamento y me encontró minutos antes de que saliera a
hacer el ejercicio. Tenía el tiempo bien administrado: una hora estaba
destinada a recorrer el barrio y media hora a llenarme el estómago antes de la sesión con
Clara. Miré el reloj y le ofrecí acompañarme; a ella se le ocurrió que podíamos
llevar a Capitán con nosotras, que hace semanas está escondido debajo de la
mesa lamiéndose las patas atrofiadas o ladrándole a las palomas que se apoyan
sobre el cableado de la Avenida San Juan.</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Salió a los tropezones. Caminaba
compungida mirando a los autos y al perro. Sentí que lo había
traído como una excusa, porque se aferraba a la correa roja y amarilla, como si
el perro la mantuviera atada y quieta junto a mí, y no al revés. Tomé aire y me
concentré para interpretar el rol de Clara. Desde que habíamos bajado al hall
no había vuelto a abrir los labios pintarrajeados con esa pasta rosa chicle con
la que se suele untar. Inicié la conversación con un tono cálido y formulé las
palabras claves: no iba a juzgarla. Mágicamente después de mirarme de reojo,
durante unos segundos, se abrió como una ostra sobre la palma de mi mano.
Después de caminar seis cuadras, cuando le pregunté por Florindo y por la mujer
de él, Susana, se detuvo en seco en la esquina de la calle 24 de Noviembre y se
derrumbó sobre mi cuerpo con el peso muerto del suyo. Me empapó el hombro con
un torrente de lágrimas gruesas y pesadas que cayeron con la misma fuerza que
los baldazos sorpresivos de los aires acondicionados empotrados en las paredes de
los edificios. Acariciándole el pelo, noté que unas raíces negras brillantes
empezaban a entremezclarse con el rojo oscuro de sus tirabuzones. Y cuando dejó
los anteojos bamboleando sobre su pecho me espanté. Descubrí que detrás de los
vidrios tenía unos pozos profundos, grisáceos y colorados, que automáticamente
me hicieron imaginarla en una bata rosa, sumergida en la oscuridad del living de
Florindo. Sí, estaba hecha una piltrafa. Olga se enjugaba las lágrimas delicadamente
tratando de no correr la pintura de sus pestañas de plumerillo, mientras me
contaba lo apenada y avergonzada que estaba. Se arrepentía de todo: de la fuga
adolescente y de haber abandonado a su familia. Creo que cualquier otra persona
hubiera abierto los ojos como platos; pero a mí no me movió ni un pelo de la
ceja enterarme que Florindo la había engañado. No se había separado de la
mujer, y por nada del mundo tenía pensado hacerlo. </span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Antes de ayer Olga había levantado los mensajes
que tenía atascados en la casilla, y asustada, le pidió al pez globo una
determinación. Y él, como buen cobarde que es, cambió de actitud, como si Olga se
hubiera convertido en un carbón en llamas dentro de sus calzoncillos. Puso las
cosas en claro: lo de ellos era una especie de luna de miel, pero sin
casamiento. Y la luna de miel tenía una fecha de vencimiento: el lunes, el día en que Susana volvía de visitar a su media hermana tucumana. </span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Intenté ser objetiva y mantuve al margen
mis pensamientos negativos acerca de Florindo. Se conmovió cuando le recordé
que Gisella estaba en el quinto mes de embarazo, y que su ausencia seguramente estaba llenándola de disgustos. Se puso peor cuando le notifiqué que mi mamá se
había enterado, por Gisella, que su angina, en realidad, era una mentira que ocultaba su romance secreto.</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Caminamos durante una hora. El último
tramo lo hicimos en silencio. Me pareció que repasaba mentalmente las
explicaciones que iba a darle a su marido y a mi mamá. Si Florindo no la quería, no tenía otra alternativa. Tenía que volver. Le
ofrecí que se quedara en mi casa hasta que sus asuntos se resolvieran, pero con
la condición de que primero llamara a todos y se disculpara. </span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La acompañé hasta
el piso de Florindo y la esperé sentada junto con Capitán, en las escaleras mohosas, mientras se
despedía y juntaba sus pertenencias. Escuché que el portero le susurraba algunas
barbaridades, temiendo despertar la atención de los vecinos; de todas maneras sus pitidos eran tan agudos que traspasaron las paredes marchitas sin esfuerzo.
</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Bajamos juntas por la escalera.
Preparamos sándwiches y comimos en silencio. Le pedí que se bañara y que se
acostara en mi cama, y me fui a la terapia.</span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">VilmaMiriam me recibió con una sonrisa.
Me preparó un cortado frío y lo tomé mientras esperaba que el turno del
paciente anterior terminara. Hablamos poco; estaba muy concentrada rellenando unos formularios. </span></b></span></div>
<div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clara despidió al paciente en horario y
me hizo pasar al living, mientras se ataba una bandana amarilla en la frente.
Tenía un enterito veraniego y corto, que dejaba sus rodillas al descubierto.
Parecía estar hecho de una tela fina y sedosa, y el estampado, de flores lilas
y amarillas, le daban un aspecto primaveral; combinaban con el cielo azul
profundo, sin una sola mancha blanca, que se asomaba por el ventanal. Apartó
las hojotas lilas a un costado del sillón, se cruzó de piernas y estiró los
dedos del pie hacia arriba. </span></b></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Hablamos del ejercicio. Le enumeré las calles que recorrí y contabilicé
el tiempo aproximado que estuve fuera. Le conté acerca de mi pelea con Maxi, el incidente
con Olga, y los nervios que me generaba la cita con Nacho.</span></b></div>
<div style="text-align: justify;">
<b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Las advertencias del próximo ejercicio
sucedieron como un ritual; tengo que empezar los viajes urgentemente, en lo posible
debo hacerlos acompañada, y los primeros no deben durar demasiado. </span></b></div>
Fernanda Alcorta http://www.blogger.com/profile/15604187086001617999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4873697310506597355.post-15512622529239549852012-08-30T18:48:00.000-09:302012-08-30T20:28:15.310-09:30<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Laura piensa que le gusto al vecino. Quizás
tenga razón, porque sino, no me hubiera invitado a salir.<o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Como justo me estaba depilando lo atendió ella,
y se cayeron muy bien. Un minuto bastó para que tomaran confianza. Tanta
confianza que a Laura se le escapó su sobrenombre:<o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-left: 3.0pt; text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¡Ajá! El famoso "Sin Cara”...</span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Y Nacho que no entendía nada se quedó callado sin saber que contestar. Corrí al hall con la axila derecha encerada antes de que a mi amiga se le ocurriera
explicarle que "Sin Cara" era el sobrenombre con el que se me había ocurrido bautizarlo
cuando aún no lo conocía. Como buena cómplice, Laura, se escondió en el
marco de la puerta y estiró la oreja cuanto pudo, sin perderse ningún
detalle. Necesitaba su escucha atenta para el análisis posterior.<o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Me da un poco de temor igual. No sé a que se
refirió con "salir"; él sabe que no puedo estar mucho tiempo fuera de
casa. Con Laura dedujimos que me va a invitar a cenar al bar de la esquina.
Pero hay una pieza que no encaja. Nacho dijo que quería darme una sorpresa y
si bien, una cena un viernes por la noche en el barcito para mí es toda una
novedad, de ninguna manera cabe en la categoría de sorpresas.</span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Remató la invitación mostrándome su dentadura de galán de cine y me </span></b></span><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">derretí. Algo tenía que pasar. Mi axila rompió el
momento de seducción:</span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> - ¡Cuidado!<o:p></o:p></span></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><b><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Gritó señalándome la pegatina verde en forma de hilos que había comenzado a chorrear en el piso por la presión del brazo. Le di un beso en el
cachete y cerré la puerta antes de que cambiara de opinión.</span></b><o:p></o:p></span></div>
Fernanda Alcorta http://www.blogger.com/profile/15604187086001617999noreply@blogger.com0