Estoy emparchada como una
pelota de fútbol. Una pelota escuálida, con nariz de tobogán kilométrico y un
cuerpo atetado que pelotearon sin respiro hasta desinflar. Quizás esta especie
de fobia sea una señal a renunciar a todo lo que hay afuera y encerrarme en mi
casa para terminar siendo una vieja loca come Titas que mata el tiempo siendo
la Robin Hood de los gatos-trepa-techos. Ni siquiera puedo hacer eso porque
vivo en departamento y detesto a los gatos. Si tuviera suficiente valor no
sería yo.