viernes, 6 de julio de 2012



Sustituí con tareas estúpidas la responsabilidad más importante que tenía  en el día. Y cuando maduré, fue tarde. 
Mi casa se había convertido en una feria americana; me pasé toda la mañana desmantelando pantalones, camperas y pulloveres de estación de las múltiples bolsas de consorcio y también, detectando como en un Buscaminas, todas las pequeña bolitas de naftalina que había plantado dentro de cada uno de los bolsillos. Como estaba de buen humor me probé algunas prendas. Inclusive hasta usé a Capitán como espectador del mini desfile que monté. Y estaba divina. Pero a medida que fue avanzando la tarde, mis ganas de hacer la gran Edipo fueron en aumento; no podía soportar ver, como las agujas del reloj avanzaban tan descaradamente. Quería arrancarme los ojos y usarlos de repuesto para el mouse. Al rato, tanto mi imagen como mi actitud eran lamentables: me había puesto un gorro con pompón a rayas y además, había desperdiciado tres cuartos de hora en disfrutar, a través de la ventanilla del lavarropas, la fantástica tanda de ropa negra danzar bajo el agua. Realmente lo había decidido; no tenía intenciones de ir a la sesión. Pero no podía dejar de imaginar a Clara, esperándome recostada, cruzada de piernas en el sillón con la mirada hippie perdida entre las copas calvas de los árboles, que intentaban tapar con buena voluntad la entristecida vista que ofrecía la autopista. 
Veinte minutos después, mientras le cepillaba el lomo a Capitán, entendí que  me estaba comportando como la típica nena caprichosa, que sublima sus infantiles emociones con el pelo de su raquítica Barbie. Y tomé consciencia.  Eran las 19 pm, pero igual quería encontrarla y pedirle disculpas. Llegué a su departamento con la intención de entregarle mi corazón, pero me abrió Miriam. Cuando nos saludamos estuve a tan sólo un nombre de llamarla Vilma: estaba más enana que la semana pasada y su pelo con corte casquito, junto con la montura cuadrada de sus anteojos, inevitablemente, me hicieron acordar a la nerd de Scooby-Doo. Por otra parte, Miriam, no podía dejar de mirarme el pompón caído. Finalmente me confirmó lo peor: Clara se sentía terriblemente angustiada con mi caso. Me dijo que como hoy había intuído que no iba a venir a tiempo, le había hecho cancelar el turno con su paciente posterior.
Su confesión me desarmó. Me puse a llorar  en la puerta del consultorio, y Vilma me abrazó.