domingo, 16 de septiembre de 2012




Justo llegó ayer al mediodía. Lo recibimos con unas empanadas fritas, de carne y pollo, que cocinamos durante la mañana con la ayuda de unos consejitos que encontramos en línea, subidos por una señora jujeña especializada en cocina gourmet, y un vino importado que Maxi tomó prestado del bar. El papá de Maxi arribó un poquito más tarde de lo que en realidad tenía planeado. Había tenido un problema con el caño de escape de su flamante Citroen de colección. Sin saberlo, durante el camino, fue recogiendo algunos residuos del pavimento, que evidentemente se encontraban esparcidos sobre la ruta y que mágicamente lograron encestarse directamente en el interior del reluciente caño de escape sobresalido, tapándolo por completo. Afortunadamente, la tortuga, recorrió exitosamente los casi 370 kilómetros que separan la Capital con Pehuajó. Como lo estábamos esperando en la calle, tuvimos la oportunidad de ver el espectáculo en vivo. Lo identificamos sobre San Juan, en medio de una humareda blanca. La nebulosa nos acompañó hasta que el motor se apagó en un estacionamiento de la Avenida Pavón, en donde pudimos encontrar una vacante libre hasta el lunes por la mañana. Almorzamos tarde y cuando terminamos, Maxi, acompañó a su papá hasta el barrio de Devoto para finiquitar la compra de las maquinarias. 
El plan de mi amigo no resultó tal y como lo había imaginado. Consiguió que le cedieran el sábado, pero no pudo negociar el cambio de horario para hoy a la noche. Es una muy mala noticia para mí, porque a su papá no le queda otra opción: hoy tiene que participar en la cena que mi mamá viene programando desde el día jueves. 
La cara de Justo reflejaba que no se estaba creyendo nada de lo que su hijo le decía. De todas maneras aceptó las supuesta obligación de Maxi sin chistar. Solamente se rascó la barba candado blanca y lo escuchó pacientemente, asintiendo esporádicamente con la cabeza. Yo estuve a punto de dejarlo expuesto. Con mucho esfuerzo tuve que tragarme las ganas de decirle que era la excusa más idiota e inverosímil que se le podía haber ocurrido. Justificó las diez horas, que un domingo a la tarde iba a pasar fuera, con un supuesto congreso de bibliotecarios en un hotel ubicado en Microcentro, y subrayó exageradamente su discurso argumentando que no podía ausentarse porque todos los empleados estaban obligados a acudir sin excepción.
De Sofía no hay noticias. Hoy nos levantamos expectantes. Los dos pensábamos que iba a escaparse de sus compromisos domingueros, y que esta mañana la íbamos a ver sin falta. La estuvimos esperando con una docena de churros, pero nunca vino. Lo más probable es que no se haya podido escapar ni de su familia, ni del coro de la iglesia.