Ayer estaba sentada y preparada para
encontrarme con Clara desde las 15:20. Estaba nerviosa por verla de nuevo.
También tengo que admitir que estaba un poco arrepentida por la propuesta que
le había hecho a Maxi; pero cada vez que pensaba en llamarlo para cancelar
todo, sentía a mi grillo Pepito, mordisqueándome el cerebelo. Antes de bajar
al octavo piso, me crucé con el “Sin Cara” del “B”. Desde la distancia, pude
advertir su radiante aura de felicidad. No me contuve y pasé por su lado, ventilando
una exagerada indiferencia: cada vez que lo veo siento que en mi cabeza se entremezcla el sonido de mensaje
recibido del Messenger, y una carita smiley con el lema “sonría lo estamos
filmando”. Me parece que se olvidó por completo lo irrespetuoso que fue el miércoles
cuando nos despedimos; en el mismo momento que apoyé los pies en el primer
escalón, lo escuché saludándome con un “Hola Fernanda”. Cuando levanté la
mirada para fulminarlo con mis ojos inyectados, me resbalé y tropecé. Si no
me hubiese sujetado de la baranda podía haber llegado tranquilamente al piso de
Clara, rebotando y dando tumbos como los resortes multicolores que ofertaban en
los mostradores deprimentes de los “todos por dos pesos”. Cuando el “Sin Cara”
asomó su pelo lacio hasta el palco principal, le grité que me dejara en paz y
que dejara de acosarme; le repetí dos veces que no lo conocía y tampoco tenía interés en
hacerlo, y que también podía pasar a buscar su asombroso kit de porquerías
cuando se le antojara. Mientras me arreglaba la ropa desencajada, pude ver su boca ensancharse diez centímetros más; parecía el Guasón. Me contuve
las ganas de hacerlo barrenar por los siguientes pisos para provocarle un
surtido de fracturas expuestas, y sin despedirme, lo dejé solo otra vez. Miriam
me abrió enseguida. Como Clara estaba ocupada con una llamada de urgencia, me
convidó un café y me invitó a sentarme en uno de los sillones de su despacho.
Quince minutos con ella, me bastaron para querer superar a Van Gogh; estaba dispuesta a extirparme
las dos orejas. Al mismo tiempo que le asentía con la cabeza, confirmaba su
parecido con el de Vilma; Miriam opinaba acerca de las diferencias existentes
entre los elefantes africanos del bosque y los elefantes asiáticos, sobre la
sensación descomunal que había experimentado cuando tuvo en frente suyo la
Pirámide de Keops y las distintas hipótesis que había elaborado para encontrar
las causas del hipo. Estaba a punto de enumerarme las plantas vasculares que
conocía, cuando milagrosamente, Clara apareció para liberarme. Me condujo hasta
el living y nos sentamos en nuestros lugares habituales. Le pedí disculpas por
todo lo que pasó, y le alegró saber que había empezado con las prácticas. Me alivió sentir que la costumbre seguía intacta;
Clara me hablaba con su tono cálido característico, y mantenía su look cachivache de siempre.