sábado, 14 de julio de 2012


Ayer estaba sentada y preparada para encontrarme con Clara desde las 15:20. Estaba nerviosa por verla de nuevo. También tengo que admitir que estaba un poco arrepentida por la propuesta que le había hecho a Maxi; pero cada vez que pensaba en llamarlo para cancelar todo, sentía a mi grillo Pepito, mordisqueándome el cerebelo. Antes de bajar al octavo piso, me crucé con el “Sin Cara” del “B”. Desde la distancia, pude advertir su radiante aura de felicidad. No me contuve y pasé por su lado, ventilando una exagerada indiferencia: cada vez que lo veo  siento que en mi cabeza se entremezcla el sonido de mensaje recibido del Messenger, y una carita smiley con el lema “sonría lo estamos filmando”. Me parece que se olvidó por completo lo irrespetuoso que fue el miércoles cuando nos despedimos; en el mismo momento que apoyé los pies en el primer escalón, lo escuché saludándome con un “Hola Fernanda”. Cuando levanté la mirada para fulminarlo con mis ojos inyectados, me resbalé y tropecé. Si no me hubiese sujetado de la baranda podía haber llegado tranquilamente al piso de Clara, rebotando y dando tumbos como los resortes multicolores que ofertaban en los mostradores deprimentes de los “todos por dos pesos”. Cuando el “Sin Cara” asomó su pelo lacio hasta el palco principal, le grité que me dejara en paz y que dejara de acosarme; le repetí dos veces que no lo conocía y tampoco tenía interés en hacerlo, y que también podía pasar a buscar su asombroso kit de porquerías cuando se le antojara. Mientras me arreglaba la ropa desencajada, pude ver su boca ensancharse diez centímetros más; parecía el Guasón. Me contuve las ganas de hacerlo barrenar por los siguientes pisos para provocarle un surtido de fracturas expuestas, y sin despedirme, lo dejé solo otra vez. Miriam me abrió enseguida. Como Clara estaba ocupada con una llamada de urgencia, me convidó un café y me invitó a sentarme en uno de los sillones de su despacho. Quince minutos con ella, me bastaron para querer superar  a Van Gogh; estaba dispuesta a extirparme las dos orejas. Al mismo tiempo que le asentía con la cabeza, confirmaba su parecido con el de Vilma; Miriam opinaba acerca de las diferencias existentes entre los elefantes africanos del bosque y los elefantes asiáticos, sobre la sensación descomunal que había experimentado cuando tuvo en frente suyo la Pirámide de Keops y las distintas hipótesis que había elaborado para encontrar las causas del hipo. Estaba a punto de enumerarme las plantas vasculares que conocía, cuando milagrosamente, Clara apareció para liberarme. Me condujo hasta el living y nos sentamos en nuestros lugares habituales. Le pedí disculpas por todo lo que pasó, y le alegró saber que había empezado con las prácticas.  Me alivió sentir que la costumbre seguía intacta; Clara me hablaba con su tono cálido característico, y mantenía su look cachivache de siempre.