viernes, 25 de mayo de 2012


Encerré a Capitán en la cocina. A las 16 hs vino Clara, la terapeuta. Cuando abrí la puerta me dio la sensación  de que estaba ayudando a una paciente del Moyano a refugiarse. Clara debe tener unos 55 años perfectamente disfrazados por un pelo rubio de permanente. Lo primero que noté fueron unas alpargatas beige, que eran visiblemente incompatibles con el vestido negro con flores rojas que la envolvía, y un desafortunado saquito verde manzana, que asumí, intentaba aportar un aire más canchero al resto. Pensé que quizás era su uniforme de entre casa y de feriado. Pero lo peor era que no podía dejar de mirarle los dientes. Tiene dientes de conejos, uno más picado que el otro. Le ofrecí café y se encendió un cigarrillo. Cuando terminó de revolver fue directa:
 - Miriam, mi asistente, me adelantó algo, pero decime, ¿por qué  crees  
    vos que necesitás estos encuentros?
 - Me siento mal cuando estoy en la calle.
 - ....
 - Hace ya unos diez días sentí que me iba a morir. Es una sensación que
   que creo, no podría llegar a soportar de nuevo.
 - Bien, ¿ya te había pasado?
 - Sí, pero no tan fuerte.
 - ¿Cómo fue eso?, me refiero al más fuerte.
 - Fue el lunes. Pasó en el colectivo.
 - ¿A dónde ibas?, ¿qué colectivo tomaste? ¿Qué hacías?...
 - .... Viajaba en el 101 hacia la productora, yo soy fotógrafa. Estaba
    sentada muy relajada mirando como un viejo se acomodaba el peluquín    
    discretamente. Evidentemente tan discretamente no. El colectivo 
    aceleró y cruzó en rojo. Quedamos varados en el medio de la Avenida 
    Santa Fe. Los conductores de la mano izquierda parecían estar 
    desmayados sobre los volantes porque los bocinazos eran lineales, 
    parecidos a un ringtone polifónico. Cuando por fin avanzamos un bebé 
    rompió en llanto; lloraba demasiado agudo, como un Nenuco falseado. 
    Todo empeoró cuando empezó a combinarlos con intentos de palabras. 
    Yo no soy muy paciente con los nenes; para mí deberían empezar a 
    hablar cuando dejan de llorar; las dos cosas al mismo tiempo son un  
    cóctel explosivo. Cuando todo pareció normalizarse, de repente, 
    empecé a sentir que el corazón se me deformaba de tanto que latía. 
    Me faltaba el aire; pensé que me iba a morir tendida en el asiento 
    y que mi última imagen iba a ser el e-mail de laloquitadeboca escrito 
    con fibrón negro en el asiento  delantero. Empecé a moverme 
    aparatosamente. El colectivo iba lleno y no quería  que desde afuera se  
    viera que a la novia de Robocop le estaba dando un corto circuito...
 - Continúe.
 - Traté de actuar un poco y no bambolearme tanto. Automáticamente 
    me incorporé de un tirón como expulsada por el mismo asiento.
    Parecía una participante de un programa para ganar plata conducido 
    por Julián Weich. Tenía que bajarme y correr. Me llevé bolsos puestos, 
    gente puesta y puteadas puestas. La gente me impedía el paso. Por un 
    instante fabulé que arrancaba el martillito rojo de emergencias y hacía 
    un túnel en el vidrio. Estuve a punto de gritarles a todos que me estaba
    muriendo que ninguno estaba cooperando para que eso no   
    sucediera...
 - ¿Qué hizo?
 - Me bajé. La gente que pasaba me miraba. No había bolsillo en el 
    que cupiera mi cara de espanto o mis extremidades agarrotadas. 
    Caminé unas cuadras y terminé protegiéndome en el garaje 
    de un edificio de la Avenida Las Heras. Me sentía como una rata  
    asustada escondida en una guarida. Pensé en llamar a Martín, 
    pero sentí que de alguna manera no era lo correcto.
 -¿Quién es Martín?
 - Mi ex novio. Entonces llamé a mi mamá y  lo tenía apagado. Por 
    último  se me ocurrió llamar a mi hermana. Necesitaba contarle a 
    algún conocido que me iba a morir. Después de cuatro o cinco tonos, 
    por  suerte, me atendió.
 - ¿Qué le dijo?
 - ML, me voy morir.
 - ¿Cómo ves lo dicho, ahora?
 - Exageré. No estaba en la camilla de un hospital con una enfermera 
    en mi lecho sosteniéndome el celular para que recitara unas últimas 
    palabras mi familia. Fui una boluda. Pero siento que ella respondió 
    de otra forma aún más boluda.
 -¿Qué te respondió?
 - Con una pregunta: ¿te vas a morir?
Dejamos el episodio de lado. Hablamos de cómo estaba compuesta mi   
familia. Me dijo que lo que sucedió fue indudablemente un ataque de  
pánico. No quiso diagnosticarme más y me aconsejó que hasta que no 
avancemos un poco evitara salir a la calle. Va a volver el próximo 
viernes. Eso quiere decir que me voy a tener que acostumbrar a sus  
dientes.