viernes, 21 de septiembre de 2012


El cambio de estación no sólo aterrizó de un día para el otro con la promesa de un sol rajante permanente y con el nacimiento de nuevos capullos de infinitas variedades de flores, también llegó con un paquete para mí. Desaté un moño gigantesco y, de adentro, como unos resortes payasescos, se asomaron una bandada de sorpresas, que se estrellaron directamente en el centro de mi cara.
La primera sorpresa me la dio Joaquín. Me llamó tempranísimo, buscando que, por fin, le diera una respuesta concreta. Si bien no estaba muy decidida, me parecía que, de la variedad de posibilidades que tenía a mi alcance, su oferta, era la mejor. También de alguna manera parecía ser la más correcta de la dos. Joaquín fue el único del trabajo que demostró preocupación durante los meses en que ni siquiera me animaba a asomar la cabeza a la calle. Es verdad que Clara tenía muchísima razón en lo que decía: el emprendimiento de mi ex jefe carece de antigüedad. Es un proyecto joven. Pero si hay algo de lo que jamás dudaría, es de su gran personalidad y la asombrosa capacidad que tiene como líder; confío plenamente en sus súper poderes; ese envidiable don de saber reinventarse en los peores momentos.
Joaquín me habló con una voz llamativamente risueña que despertó mi atención desde el principio. Hablaba a los latigazos, como apresurándose a contarme algo que no alcanzaba a retener dentro de su organismo:
 -¿Y Alcorta?, ¿qué decidiste?...
Lo hice esperar en la línea por pura maldad inocente. Quería darle un poco de dramatismo, despertar sus emociones y escucharle decir que no aguantaba más, que se moría de ganas por saber si su ex mejor empleada lo iba a seguir hasta el fin del mundo.
 - Que sí. Te sigo.
Joaquín soltó unas risas breves que instantáneamente evolucionaron en unas carcajadas graves y que luego no tardaron en ser condimentadas por un fuerte ataque de tos. La noticia que disparó, me dejó con los ojos en blanco:
 - Qué bien entonces. Porque ayer, un contador y un administrativo, 
    confirmaron lo que imaginaba. La productora llega a tono con el
    sombrero de Papa Noel. Están en rojo con los números, es decir,
    no pasan enero. ¡Te decidiste bien, Alcorta!
Joaquín me contó que también Rodrigo había aceptado firmar con él, y que, hoy, era el último día que trabajaba para la productora. Esa era la razón por la cual, en esta última semana, no se había molestado, como otras veces, en enviarme mil e-mails pesadísimos preguntándome, una y otra vez, por el trabajo que me había demorado en completar. Mi flamante jefe, por segunda vez consecutiva, me contó que había repasado la idea de invitarla a Marisa, que es una excelente profesional, pero cambió de parecer cuando Rodrigo le dio a entender que en los últimos meses se había acercado demasiado a Rebeca. Me dio tristeza pensar que Marisa dentro de poco iba a terminar desempleada, y encima, justo para la época más costosa y demandante del año... Ninguno tiene intenciones de decir nada... por el bien de la productora. Si todos supieran que se está fundiendo se despertaría una avalancha imparable; probablemente la empresa empezaría a vaciarse antes de tiempo. Los empleados, desesperados en conseguir otros trabajos, renunciarían en conjunto y, en consecuencia, el color rojo, llegaría mucho antes de lo previsto; cerrando antes de la fecha estipulada por los contadores.
Tomé a Joaquín desprevenido. La pregunta le llegó tan sorpresivamente como la espuma blanca tóxica disparada en los ojos en medio de un carnaval:
 -¿Cuándo empiezo?
Su respuesta se hizo desear. Hizo una introducción extensísima que llegó a durar lo mismo que una llamada de mi mamá. Me habló de la ubicación del PH que había alquilado en San Telmo y la gama de colores que había elegido para las paredes recientemente pintadas: algunas eran blancas y otras eran de un rojo teatro. Caracterizó el mobiliario de oficina que había elegido para todo el PH, enumeró los títulos y la cantidad de láminas de Picasso que había mandando a enmarcar para darle un toque hogareño a los espacios, y también me habló de la importante suma que desembolsó para las necesidades técnicas: compró unas carísimas computadoras al por mayor, que mandó luego a mejorar, en un centro especializado, para que todas pudieran editar a una velocidad ultrasónica. Contabilizó seis cámaras HD, diez tarjetas de memoria, otra buena cantidad de memorias externas, unos cuántos trípodes, algunas baterías, celulares para el interior y el exterior, distintos faroles y luces, y por último me definió los equipamientos de los sets... Dejó lo impensado para el final; no lo pude creer. Joaquín, sin darle demasiada importancia, me dio la icreíble noticia de que tenía mi propia oficina. Ya no tenía que compartir el escritorio con dos personas más. Me imaginé a mí misma destapando un tupper con el almuerzo en la mesa de trabajo y casi lloro de la felicidad. Todavía seguía pensando en mi desconocida oficina cuando me respondió la pregunta oxidada:
 - Ya empezaron todos. ¿Querés pasar el lunes para conocer tu lugar?
Y le respondí que sí, que encantadísima.
La segunda sorpresa me la dio Laura, cuando pasó a buscarme con Luqui a la hora del almuerzo. Como desde que Olga nos abandonó, el perro, no volvió a lijar en el asfalto sus garras de dinosaurio poseído, lo uní al grupo. Compramos unos sandwichitos de miga de jamón y queso, en la panadería de La Rioja, y caminamos, disfrutando cada paso, hasta la Plaza Martín Fierro. Nos sentamos en un banco y, cubiertas por las ramas de un árbol verde musgo, mientras controlábamos que Luqui se portara civilizadamente con los señores mayores con los que jugaba al ajedrez a diez metros de distancia de nosotras. Sin perderlo de vista, Laura, comenzó a hablar con excesiva meticulosidad sobre las maravillosas novedades que me había adelantado estos días por teléfono: mi amiga no se anotó para retomar derecho. Se inscribió en la facultad decidida a hacer una licenciatura en psicopedagogía. Realmente la noté muy entusiasmada. Ahora que Luqui se desgasta casi de manera obsesiva con sus clases particulares de ajedrez, anhelando ser el próximo Bobby Fischer de Argenina, y que Franco ahora está recibiendo un sueldo acorde a los kilómetros de viaje que hace semanalmente, por primera vez están analizando contratar una niñera especializada para que cuide de él. Es decir que, mi amiga, va a poder estudiar tranquila una carrera que no sólo la va ayudar a hacer comprender el compartimiento de su propio hijo; también va a poder entender el accionar de otros Luqui que no tienen la misma suerte de tener una madre como ella.
Volví cuando faltaban diez minutos para que empezara la sesión, por eso, subí al cuarto piso, sin pasar por mi casa. VilmaMiriam me recibió con un calidísimo “¡feliz de la primavera!” y, de improvisto, me insertó en el pelo una pequeñísima flor de loto, hecha con un papel suave al tacto y de un color azul violacio intenso. Entré a su despacho y me aterré; sentí que no estaba en este planeta y en este país. Estaba en un cementerio ubicado en el país de las maravillas de Alicia, porque su escritorio estaba cubierto por un enjambre de flores extrañísimas hechas por ella misma, con la milenaria técnica del origami. Me escapé con la afiladísima flor de loto pinchándome el cuero cabelludo hasta el living, y allí encontré a Clara casi desnuda. Retrocedí. Veía su ropa interior mecerse, y no podía fijar la vista en otro lugar que no fuera el voladito naranja que le decoraba el elástico finito de la bombacha. Todo era por culpa del vestido que llevaba puesto. Parecía que, Clara, se había tomado muy en serio la llegada de la primavera. Realmente me sorprendió que con estas bajas temperaturas se animara a vestir semejante transparencia  floreada, sin mangas. También tenía puestas unas sandalias que dejaban expuestos sus diez dedos del pie, prolijamente pintados con un esmalte amarillo fluorescente. Aquel color, como otras tantas cosas, no le favorecía para nada. Al contrario, le ensanchaba asombrosamente las proporciones de sus dos empanadas gallegas. Me recordaban a los pies inhumanos del Cacique Paturuzú.
Le conté a Clara como resolví mi dilema laboral, y se reservó la opinión, pero cuando me di tiempo y argumenté a favor de lo que ese cambio significaba para mí, enseguida se mostró positiva. Seguido, hablamos sobre mis exitosos viajes en el 101. Entre otros  temas, algo menos importantes, también le conté acerca de la discusión que, el domingo pasado, había mantenido con mi mamá.
En realidad, no había mucho más para decir. Estaba feliz y Clara lo sabía: me sentía muy bien. Encerraba muchísimas sensaciones que se entremezclaban y me provocaban unas ganas incontenibles de gritar de la felicidad.
Pese a que voy a comenzar a trabajar, Clara y yo, convenimos seguir la terapia algunos meses más. Lo único que modificamos fue el horario; ahora voy a atenderme los miércoles a las 20 hs.
A las 17: 15 hs saludé a VilmaMiriam y, con un abrazo de agradecimiento,  y una sonrisa sincera, me despedí de Clara hasta que la próxima sesión nos volviera a encontrar.
La tercera noticia llegó del teclado de Nicolás. Leer las líneas que me había dejado en Facebook, me provocaron un intenso ardor estomacal, que instintivamente asocié con el estallido de un volcán a punto de erupcionar. Eran los nervios. Me retorcí boquiabierta. Nicolás me invitaba muy amorosamente a encontrarnos mañana por la tarde. Todavía no sé que contestarle... aunque al final, seguro voy a decir que sí.