lunes, 18 de junio de 2012


Ayer, chateando con mi hermana, develamos que posiblemente mi departamento se encuentre contaminado con un aura negativa. Por eso, hoy, después de remojarme dos horas el cerebro con unos vídeos introductorios a los conceptos básicos del Feng Shui, terminé arrastrándome por todos los cuartos para fulminar con la mirada a aquellos objetos sospechosos, posibles responsables de perturbar mi paz mental. Me faltaron dos líneas negras en cada cachete, cantar el Haka y plantarme un cinturón cruzado cargado con un martillo de fantasía y una pinza imaginaria. De todas formas, después de un largo ejercicio de observación terminé concluyendo que lo mejor era contratar una buena aseguradora, sumarle unos ladrillos al changuito online de Easy y detonar una bomba motolov en cada ambiente. Al parecer, mis ventanas, mis puertas y demás objetos inamovibles, se oponen a la correcta orientación predicada por los sabios de Oriente; también concluí que para llevar a la práctica sus teorías de Penthouse es requisito excluyente disponer de una cuenta encubierta en Suiza.  La realidad es que solamente alcancé a ahumar la casa con un sahumerio verde manzana con aroma a insecticida del monte, a enduir las raquíticas patas de la mesa de la cocina (e interrumpirle la terapia canina a Capitán) y por último, a deshacerme del felpudo apolillado del recibidor. Después de examinarlo un buen rato, me sorprendí al darme cuenta que las inscripciones delataban el estado sentimental en el que me encontraba hace unas semanas atrás: la “w” de WELCOME había desaparecido (como mi relación con Martín), en cambio ahora podía leer “ELCOME” (él va a venir). Sospecho que tirarlo al tacho, junto con ocho bordes de pan lactal, fue un buen síntoma. Quizás, ya no lo espero.