Recién llamó Martín. Hoy a la tarde pasa a buscar
unas cosas que dejó oxidándose en mi casa y además, viene a visitar a Capitán. Me hubiese gustado que en
algunas cuestiones demostrara ser menos miserable y se hubiera a dignado a pagar un flete para que se
llevara sus porquerías de una, en vez jugar a la hormiguita trabajadora con su Peugeot 504. En el fondo tengo muchas ganas de verlo, pero también no voy a
negar que fantaseo con que se hernie cada músculo cargando las cajas de mi odio. Qué me importa, en estos casos estoy a favor de la solidaridad
y darle un poquito a cada uno lo que se tiene por de más. La última vez que
discutimos, pero no estando de novios, fue por Capitán. Capitán es nuestro perro, aunque, su antojo. Yo no quería un
perro en nuestra (mi) casa. Según el, quiso darme (darse) una sorpresa,
entonces, me (se) compró un perro. A mi me encantan los animales, pero soy
partidaria de los micro animales, que no son ocupas de la mayor parte de los ambientes hechos para humanos. Capitán mide lo suficiente como para molestarme y pesa más que mis ganas de no tenerlo. Cuando nos peleamos fue la víctima
de la separación. Yo estaba dispuesta a envolverlo en una caja, hacerle suficientes
agujeritos en los cuatro lados y dárselo con un moño. No porque no lo quiera. Yo
amo a este perro. Pero es la muestra
certera con cola, de que la relación por
la que aposté durante cuatro años era una tremenda fantochada. Martín se estaba
por mudar a un dos ambientes y consideraba que alquilar algo más grande no eran
razones suficientes para contener al “bebé”. Por otra parte, el locador no aceptaba “bichitos”. Yo jamás
de los jamases le hubiese alquilado a ningún fenicio que utilizara la palabra
“bichitos”, para denominar la amplia gama del reino animal. Ahora, tampoco
entiendo como conviví cuatro años con un tarado que se refería a nuestro perro con el apodo de “bebé”... ¡A mí me decías Pinochita, salame! Dos días antes de mudarse, me
dijo:
-Pinochita, ¿por qué no lo hablamos?
-No, Martín. Te vas, ya no te amo más.
En ese momento me hubiese gustado ser una
Pinochita en serio, porque ante la mentira mi nariz hubiese crecido lo suficiente como para atravesarle las vísceras.