miércoles, 23 de mayo de 2012


Recién llamó Martín. Hoy a la tarde pasa a buscar unas cosas que dejó oxidándose en mi casa y además, viene a visitar a Capitán. Me hubiese gustado que en algunas cuestiones demostrara ser menos miserable y se hubiera a dignado a pagar un flete para que se llevara sus porquerías de una, en vez jugar a la hormiguita trabajadora con su Peugeot 504. En el fondo tengo muchas ganas de verlo, pero también no voy a negar que fantaseo con que se hernie cada músculo cargando las cajas de mi odio. Qué me importa, en estos casos estoy a favor de la solidaridad y darle un poquito a cada uno lo que se tiene por de más. La última vez que discutimos, pero no estando de novios, fue por Capitán. Capitán es nuestro perro, aunque, su antojo. Yo no quería un perro en nuestra (mi) casa. Según el, quiso darme (darse) una sorpresa, entonces, me (se) compró un perro. A mi me encantan los animales, pero soy partidaria de los micro animales, que no son ocupas de la mayor parte de los ambientes hechos para humanos. Capitán mide lo suficiente como para molestarme y pesa más que mis ganas de no tenerlo. Cuando nos peleamos fue la víctima  de la separación. Yo estaba dispuesta a envolverlo en una caja, hacerle suficientes agujeritos en los cuatro lados y dárselo con un moño. No porque no lo quiera. Yo amo a este perro. Pero es  la muestra certera con cola, de que la relación por la que aposté durante cuatro años era una tremenda fantochada. Martín se estaba por mudar a un dos ambientes y consideraba que alquilar algo más grande no eran razones suficientes para contener al “bebé”. Por otra parte, el locador no aceptaba “bichitos”. Yo jamás de los jamases le hubiese alquilado a ningún fenicio que utilizara la palabra “bichitos”, para denominar la amplia gama del reino animal. Ahora, tampoco entiendo como conviví cuatro años con un tarado que se refería a nuestro perro con el apodo de “bebé”... ¡A mí me decías Pinochita, salame! Dos días antes de mudarse, me dijo:
 -Pinochita, ¿por qué no lo hablamos?
 -No, Martín. Te vas, ya no te amo más.
En ese momento me hubiese gustado ser una Pinochita en serio, porque ante la mentira mi nariz hubiese crecido lo suficiente como para atravesarle las vísceras.