Todavía
no convivimos, y ya estamos teniendo fallas en la comunicación. Como ayer a la
noche Maxi se enteró de que el martes es el último día que tiene para entregar
las llaves del departamento; hoy a la mañana, sin ningún tipo de aviso, comenzó el calvario. Y estoy fastidiadísima;
en mi propio recibidor tengo un piquete intelectual encabezado por los autores
más reconocidos de la literatura internacional: a mí me tocó desempeñarme como
encargada de la seguridad del edificio; que consistió en permitir el ingreso y
egreso de los demás miembros del personal. Maxi, el responsable del transporte
externo, se encargó de descargar y de arrastrar el stock con la ayuda de un
changuito metálico. Su recorrido abarcaba una distancia aproximada de cien
metros; desde el auto de Laura hasta la puerta del ascensor. Mientras tanto,
Laura, la responsable del transporte interno, tenía la obligación de asegurar el arribo de las cajas
desde la planta baja hasta el noveno piso. Su tarea también tenía un plus: tenía que deslizar a las pasajeras hasta la puerta de mi departamento. Cuando
me di cuenta que nueve de las cajas, de la docena que habíamos subido, contenían únicamente los libros fallados que Maxi se fue robando de la librería, sentí el
impulso de lapidarlo con los extensos volúmenes de "El Señor de los
Anillos". Pero lo que más me exasperó fue descubrir que no tuvo la
amabilidad de cumplir con lo único que le había pedido: en las tres cajas restantes encontré su mugrosa colección de máquinas de escribir
Remington. Como me negué terminantemente a hospedar a sus peligrosos cacharros
provenientes del Mercado de las Pulgas, y también a patrocinar la producción de
armas biológicas; le di un plazo de 48 hs para desmantelarlas, para envolverlas
con unas cintas de precaución y por último, para arrojarlas en algún
descampado. Las piezas están tan sobresalidas y oxidadas que cualquiera que
dejara caer un pelo insignificante por accidente, sobre los prehistóricos teclados Qwerty, tendría asegurado contraer tétanos. O leptospirosis. No me extrañaría que debajo de tanta lata
machacada, un grupo de ratas VIP, no estuviese disfrutando de un pequeño cóctel
privado.