viernes, 13 de julio de 2012


Ni siquiera habían pasado quince minutos desde que nos despedimos cuando, ayer a la madrugada, Martín me empezó a saturar el celular con un enjambre de piropos chatarras. 
Mientras leía las líneas acarameladas que caían apiladas unas tras otras, podía visualizarlo despegando los papelitos con frases románticonas de los chocolatines Dos Corazones que, seguro, debía tener escondidos en la guantera del auto para hacerle un Copy Paste directo a mi celular. No lo soportaba más. Después de comentarle a Laura la noche decepcionante que pasé ayer, preferí encapsularme completamente, y apagué el cacharro. Debió enterarse la noticia de  Maxi después de que cortamos; porque hoy a la mañana Laura me sorprendió con una sinfonía de timbrazos. No pudo contenerse ni siquiera a subir, que a través del portero, escupió el reporte con la noticia de último momento: Maxi estaba arreglando los últimos detalles para volverse a Pehuajó. No me dio ni medio segundo para digerir lo que había escuchado que ya la tenía afuera arañándome la puerta. Todo fue muy rápido. Apenas le abrí, veía como de a poco retrocedía por el pasillo mientras que, a los gritos, me hacía un breve resumen: tenía a Luqui encerrado en el auto para ir a la consulta con el pediatra, y como tenía miedo de que otra vez se le volviera a escapar, lo dejó sedado en el asiento trasero con la ayuda de la melodía insufrible de Adriana y su sapo Pepe convulsivo. Todavía no había terminado de inhalar, cuando me soltó la segunda parte: como el padre de Maxi está cansado de hacerle de prestamista, le aconsejó que se volviera al pueblo para trabajar nuevamente en la imprenta junto a él. Mientras cerraba la puerta del ascensor me gritó que me tocaba a mí comunicarme. Pensaba que todo su monólogo había terminado, pero volvió a tocar el timbre y remató su visita con una opinión que “no podía contener más porque iba a explotar”: me recriminó lo tarada que había sido al haberme dejado seducir por el tránsfuga de Martín. Cerré la puerta, me senté y llamé a Maxi. Corté, y decidida a cometer uno de los peores errores de mi vida, volví a intentarlo. Después de cinco tonos me atendió el contestador y como no tenía un discurso preparado, se me arremolinaron todas las emociones:
"¡Maxi,medijoLauraquetequeresirporfavorveníaquedarteenmicasaeltiempoquenecesites!porfavorporfavor,llam...". Y se cortó.
Pasados algunos minutos, el celular sonó. Después de contarle que había podido completar durante dos días seguidos los ejercicios que mi terapeuta me  había dado, de relatarle como me había dado cuenta de que Martín me mentía en la cara, y de alabar la lista de pros que había hecho para convencerme de que vivamos juntos, le pude levantar el ánimo y también pude convencerlo. Conseguí que se quede acá, conmigo.