domingo, 10 de junio de 2012


Por la tarde vino Maxi, mi mejor amigo. Antes de ayer habíamos acordado juntarnos para de una vez por todas fumar las pipas de la paz.
El saludo fue como un trailer que anunciaba lo que iba acontecer. Apenas dejó las facturas nos fundimos en un abrazo festivo que rápidamente se transformó en un acto explícito de discriminación. Lamentablemente cuando Maxi despegó su cuerpo del mío, pudo tener una visión más completa de mi cara. Fue tan insensible que si hubiese tenido una lupa, seguro, no hubiese dudado en empotrarla sobre mi ojo enfermo. 
Después de inflarse como un sapo durante más de un minuto, reventó para infectarme los tres ambientes con unas risotadas descontroladas. Tampoco lo podía culpar; el párpado estaba manifestándose en plena transición: el tono rojo escarlata que había adquirido ayer, había sido desplazado por una coloración parecida al rojo pasión. Definitivamente yo no era la Bella, pero él sí era la Bestia:
 -¿Qué te pasó? tenés el ojo hecho mierda.
Hacía más de 15 días que no nos veíamos y media hora con él, me bastó para recordar porque nos habíamos peleado: es un tarado. Después de agotar el amplio monólogo que le inspiró mi accidente, enloquecí:  
 -¿Podés dejar de ser idiota? Hace un montón de días que no nos
    vemos y lo único que tenés para decirme es que mi ojo es una pelota 
    playera roja. Ya lo pensé, buscate una comparación más original.
 - Disculpame. Es muy gracioso. El problema es que seguís igual de
    susceptible.
 - No es gracioso. Vos estás siendo muy chiquilín.
 - No volvamos a lo mismo, Fernanda. Acá la única chiquilina sos vos,
    que te escondés entre cuatro paredes. Por lo menos, ahora tenés
    un motivo más importante para refugiarte: el ojo.
Cuando hizo ese último comentario me arrepentí de no haberme reservado un churro para picanearle las retinas. Traté de no ser tan cruel pero inevitablemente redoblé la apuesta:
 - Evidentemente, no viniste para saber cómo estoy. Ya sé, ¿necesitás 
   que te preste plata para el alquiler?
Nos miramos como dos perros callejeros a punto de iniciar un combate. Hasta que se fue no nos volvimos a hablar.