miércoles, 20 de junio de 2012

Pensé que se moría. Capitán asaltó el lavarropas y se tragó una media. Durante toda la mañana me sometí a jugar a la mancha perro y también a extraerle pacientemente todas las porquerías que amontonaba, como un hamster ávaro, dentro de su hocico. Ya me tenía inflada como un dirigible, así que, después de un rato, decidí ignorarlo. Preparándome para almorzar noté que la media con la que jugaba ya no estaba, que de su trompa no salía nada y que también estaba demasiado quietito; por eso, con una mano firme le abrí el hocico y con la otra escarbé hasta el fondo. La media no estaba. Se la había tragado. Hurgando en el lavarropas, recolecté algunos pares y llegué a la conclusión de que en su estómago inmundo, la que está flotando, es una media de lana larga blanca a lunares celestes. Mientras sostenía la media huérfana Capitán solamente zarandeaba la cabeza y soltaba alguna que otra arcada; parecía un perro-souvenir de tablero de auto: me agaché, lo abracé y empecé a llorar. Después de mi breve despedida, busqué el número de urgencia de la veterinaria Fénix, ubicada en la Avenida Independencia, y llamé al celular que figuraba en el imán. Pensé que iba a escuchar lo peor, que el veterinario me iba a decir: “señora, prepare la bolsa negra de basura”; pero me tranquilizó, y me dijo que sólo debía preocuparme en el caso de que la media no viera la luz en los próximos días, también me recomendó estimularlo con cucharadas de aceite y algunos paseos. Me alegré que no todo fuera tan desafortunado; de todas maneras lo detesto: no sé cómo voy a hacer para que expulse la media patria que tiene atrancada.