martes, 29 de mayo de 2012



Llamé a Florindo, el portero, a las 9 hs  y me dijo que no tenía problema en bajar a mi departamento al mediodía. A las dos menos cuarto me tocó la puerta. Entró en la cocina y me pidió disculpas detallando los por menores de su atareada vida que hasta el momento, afortunadamente me era desconocida.
 - No te voy a mentir, la verdad, me quedé mirando el programa de Rial en
    la “guarida” con Susana y después nos quedamos "torrando".
Trajo una caja aparatosa, cargada de herramientas que a simple vista parecían ser inútiles. Evidentemente la carga, hizo que se fatigara en exceso, porque transpiraba a baldazos; tenía la frente tan brillante como una mesita de luz repasada con Blem. 
Cuando comenzó a desmenuzar el calefón, me dijo que la tarea en total iba costar unos $350, y agregó despreocupado que la suma era simbólica. Yo sé  muy bien que mi cara refleja no entender estas cosas, también sé que no hablo como si supiera, y por otra parte sé algo más real: el portero es un chanta. El calefón lo había hecho instalar mi abuela hacía tres años. A pesar de que no funciona como yo quiero,  presiento que está en buen estado. Sin pensarlo dos veces, evité que Florindo terminara de arrancar la carcasa y de inmediato le solté lo que me parecía: me parecía excesivo todo; inclusive cómo estaba tironeando bárbaramente de la chapa para descolocarla. Le faltaba gritar YABADABADÚ, porque parecía Pedro Picapiedras destartalando una rockola. Me encantaría poder transcribir en palabras el diagnóstico que sugirió, pero desconozco el lenguaje del calefón. Ahora escribiendo, sospecho que lo que decía sonaba más a los términos de las partes del motor de un auto. Cuando vio mi cara de murciélago rabioso, trató de rebajar más el precio, diciendo que: “lo hacía por $250, pero no por menos”. Yo no iba a permitirme darle $350 injustificados, y menos aún iba a aceptar su liquidación de $250. A esta altura ya no me interesaba ni siquiera, si se ofrecía hacerlo por unas galletitas de agua con queso; lo quería despachar antes de que me naciera un ferviente deseo de incrustarle los colmillos en la pelada. Le agradecí por haberse molestado en venir y me excusé admitiendo que no podía pagarle la cantidad que me pedía. 
La despedida fue rápida: lo invité a que subiera, porque seguro Susana lo estaba esperando para ver Infama. Con todo esto me aseguré dos cosas; que mi primera impresión de Florindo siempre fue la correcta y que el cuidado de mi piso, y en consecuencia el de los “Locos Vargas”  del "A" y "El Sin Cara” del "B", va a pasar mucho más inadvertido ante sus dos ojos de pez globo.