jueves, 14 de junio de 2012

La de las llamadas no fue FLA. Todo tuvo un final inesperado y patético. Como no estaba dispuesta a someterme ni un segundo más a jugar a "La llamada", con quién yo creía que era (FLA), durante toda la mañana y toda la tarde anestesié el celular. Cuando volví a encenderlo, lo encontré infectado de llamadas perdidas provenientes del número privado. Me acomodé el casco, preparé el arma y esperé a que volviera a atacarme nuevamente. Apenas sonó, atendí. Después de que agotara toda la podredumbre de sus pulmones por el auricular, me adelanté y amablemente le dije:
 - FLA, ya sé que sos vos. No quiero escuchar nunca más, tus pulmones
   obsesivos. Basta.
Y corté. Sinceramente, pensé que la advertencia había sido lo suficientemente contundente como para ponerle fin a este thriller psicológico; pero a los veinte minutos volvió a molestar. El incesante torbellino, proveniente de "su" respiración, me había despertado una angustia que estuve obligada a exteriorizar:
 - Mirá, nena, ponete un disfraz de la Pantera Rosa y estrangulame con
    la cola mientras duermo, pero dejá de torturarme por teléfono.
 - ...
Inexplicablemente, me largué a moquear sobre el aparato.
 - ¡Fer!, ¡no llores!... soy yo, Martín.
Al escuchar la voz de Martín, se me acalambró el corazón. De todas maneras, no pude atajar a tiempo las cadenas rotas de la vulgaridad:
 -¿Qué te pensás que soy un 0-800, pelotudo? Andate a la puta que
     te parió. 
Y volví a cortar. Hasta ahora, Martín no volvió a llamar.