jueves, 28 de junio de 2012


Maxi vino de sorpresa. Llegó arrastrando una olla cargada con podredumbre que, al destaparla, dejó escapar una fragancia a guiso de malas noticias que aplacaron la buena energía destilada por el sahumerio anaranjado con aroma a bergamota, que había enterrado en la maceta del living. 
A pesar de que todavía estaba enojada con él, cuando se dejó caer como una piltrafa en el sillón no pude evitar sentir ternura; parecía un enano de jardín perdido en un sommier king. Mientras batía olímpicamente dos pocillos con café instantáneo, lo dejé acompañado con su silencio dramático, y con los cuadraditos milagrosos de Terrabusi: después de tragarse tres Titas de un tirón pudo contarme que el sábado iba a ser su último día de trabajo. 
A medida que desenmarañaba toda la historia, yo no podía dejar de imaginarme la cara sonriente de Quique Estevanez. Al parecer, Marcelo, el jefe de Maxi, confirmó sus teorías silenciosas y encontró una excusa tarada para deshacerse de él. Hacía meses que pensaba que su mujer, Bárbara  (también es dueña), tenía un interés especial por Maxi, el mejor empleado. Si bien todos podían convivir con esta situación, la actitud chiquilina de Bárbara se acentúo cuando apareció en escena una clienta con actitudes mucho más psicópatas que las de ella. Maxi nos había comentado más de una vez, a Laura y a mí, que había una chica aparatosa que solamente frecuentaba la librería para verlo: se plantaba como un potus desinhibido en la vidriera; o lo espiaba por los huecos de las estanterías mientras hurgaba los libros. 
Él había confirmado sus palabras un día de febrero: la clienta revolvió todo el local y terminó comprando un pilón de señaladores, impresos con las típicas frases romanticonas del día de los enamorados. Sospechosamente había olvidado una sobre la caja. 
Y explotó todo. Hace tres semanas, un martes o un miércoles a las nueve menos diez de la noche, estas dos mujeres se batieron a duelo: Bárbara y Maxi estaban cerrando la caja, pero la chica acosadora no tenía intenciones de moverse de la sección infantil, ni de tampoco dejar el libro de animales que utilizaba como escudo para fisgonear a Maxi. Bárbara, que ya la había intentado echar más de una vez, se le acercó y le pidió amablemente que se retirara. Como la chica acosadora no reaccionaba intentó despegarla por los brazos del banquito rosa en el que estaba sentada, pero la acosadora, sorprendida y enfurecida, le revoleó  un pequeño Gaturro ilustrado que encontró a mano y terminó estampándole el vértice puntiagudo del libro en el medio de la frente. Para defenderse, Bárbara, la agarró de las mechas. Ninguno de los dos tenían intenciones de revelar el incidente a Marcelo, pero a ella le había quedado como evidencia una cicatriz similar a la de Harry Potter, y además, el empleado del depósito (que fue el que salvó a la fisgona de las garras de Bárbara), ventiló maliciosamente todo lo que había pasado. Dos días después, Marcelo, lo sorprendió con un preaviso. 
Ahora entiendo todo el malhumor y toda la angustia de Maxi. Tenía esperanzas, mientras se cumplía la fecha, de encontrar otro trabajo. 

DÍA 4. NOTAS PARA CLARA.
Estaba a punto de salir pero justo llegó Maxi. Preferí quedarme con él. Hubiese sido muy egoísta de mi parte dejarlo solo para irme a hacer mis cosas.