domingo, 17 de junio de 2012


Desde que mi papá se separó de mi mamá y se fue a vivir con la japonesa a Uruguay, bautizamos al día del padre como el día del martirio. 
Durante estos últimos tres años, para evitar que mi mamá se lacerara las muñecas con los plásticos internos de los álbumes de fotos, mis hermanos y yo encontramos una solución noble: nos turnamos y la visitamos sorpresivamente. 
Como mi hermana está en Salta y yo no puedo salir, este año le tocó a Pablo.  
Realmente nos sentíamos estafadas. El entretenimiento que nos habían prometido "Los locos Vargas" se estaba retrasando. Lo único que se escuchó durante un buen rato fueron los repetidos "pips" provenientes del "Coco Chillón". Pero sucedió; la nena de los “Locos Vargas” fue desterrada al pasillo: Laura se preparaba para salir cuando, súbitamente, un portazo seco nos alertó. Instantáneamente nos apiñamos sobre la mirilla para ver a la chica deambular, ida y vuelta, por el pasillo. Cuando pasaron quince minutos comenzó a tocar incansablemente la puerta y como no le abrían se largó a llorar. Lo que vimos a continuación fue indignante: desde el interior de la casa, algún integrante del clan, le hacía llegar por debajo de la puerta pequeños papeles. Supusimos que algo le debían escribir, porque cada vez que recibía uno el torrente de lágrimas se acrecentaba más. Afortunadamente, después de una inoportuna discusión en la que debatíamos si intervenir (y socorrerla) o abstenernos (y seguir participando en el Gran Hermano), escuchamos que "El Sin Cara” del "B" salía de su casa. Por suerte, se acercó y le tocó la puerta a los Vargas. Inmediatamente, cuando el abuelo Vargas se decidió a abrir, el resto de las mujeres (la abuela y la madre de la nena) se amotinaron en la entrada y acusaron al  “Sin Cara” de robarle en repetidas oportunidades el diario del domingo; desde la distancia nos llegaba el cántico despectivo, que repetían al unisono: "ladrón, vos sos ladrón". "El Sin Cara" lo desmintió y se defendió acusando a los Vargas de ser “unos ocupas maltrata menores”. Todo terminó terrible para él, que pasó de no tener cara (nunca lo vi salir) a no tener nariz; porque ante la ofensa el abuelo Vargas no dudo en propinarle un buen puñetazo. Mientras se recuperaba, Los Vargas, secuestraron a la víctima al interior de la casa. 
Realmente lo que pasó me dio mucha culpa; los verdaderos responsables de la desaparición de los diarios fuimos Martín y yo. Capitán siempre traía diarios mordisqueados pero nunca nos preguntamos de dónde los sacaba.