martes, 12 de junio de 2012


Desoí los consejos de Clara e intenté auto abastecerme, pero sólo quedó en eso, intentos. 
Volví antes de que mi vestimenta y mis contorsiones panicosas despertaran, aún más, la atención de los peatones curiosos. Podría haber logrado un vestuario menos llamativo, pero como el cambio de estación todavía no llegó a mi armario me decidí por lo sencillo, tapizarme con lo que tenía a mano: la campera gris espacial que encontré en la caja de las donaciones. Como el párpado todavía estaba enrojecido, concluí que lo mejor era hacerle un revoque con base. Después de varios intentos, al ver que estaba más cerca de parecerme a un oso panda que de taparlo, renuncié y lo dejé al natural.
En el hall, me sorprendí a mí misma cuando pude despegar los labios para esbozar una simpática sonrisa a Florindo. Ni siquiera me molestó ver cómo desde lo alto de la escalera plegable bamboleaba los pelos de su buzarda; tampoco se me cruzó ningún reproche interno, cuando me vi obligada a transitar la pista con obstáculos (de bártulos innecesarios) que había montado en el pasillo, para poder cambiar una mísera dicroica. 
Abandoné el umbral con un estado de  ánimo óptimo: estaba decidida a llegar al supermercado "Huang Lee" de enfrente. Automáticamente, apenas empecé a caminar, sentí que un sindicato de plumeros se ponía de acuerdo para cosquillearme compulsivamente el corazón. De todas maneras, para no despertar la curiosidad de Florindo, intenté completar cincuenta metros y retrasar mi llegada. Cuando pude lograr pararme en la esquina, noté que una nena pecosa me señalaba indiscretamente susurrándole a su mamá (también pecosa), algo al oído. La realidad es que yo también me hubiese señalado; la apariencia general que daba era la de una longaniza tuerta acalambrada envuelta dentro un papel metalizado. Mientras la mamá pecosa le zamarreaba las trenzas a la nena y la  distraía con un perro salchicha tricolor, pude escuchar que le decía: "no se señala a las personas con defectos, Bianca, acordate que son personas". Sentía que, poco a poco, el corazón se me achicharraba hasta alcanzar las proporciones de una pasa de uva. Preferí no hacer público el parecido de sus caras con unas Pepitos Triples, en vez de eso, me tapé el ojo con la palma de mi mano y volví a casa.
Laura se  fue hace tres horas. Me trajo las municiones que yo no pude conseguir y además, con una pestaña postiza, pudo levantarle el ánimo a mi ojo. A cambio le obsequié la campera. Ahora Luqui puede disfrazarse de Buzz Lightyear.