domingo, 17 de junio de 2012


Desde que mi papá se separó de mi mamá y se fue a vivir con la japonesa a Uruguay, bautizamos al día del padre como el día del martirio. 
Durante estos últimos tres años, para evitar que mi mamá se lacerara las muñecas con los plásticos internos de los álbumes de fotos, mis hermanos y yo encontramos una solución noble: nos turnamos y la visitamos sorpresivamente. 
Como mi hermana está en Salta y yo no puedo salir, este año le tocó a Pablo.  

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