miércoles, 25 de julio de 2012



Se viene el Carnaval Carioca. Mi hermana me llamó. Tuvimos una charla fugaz que duró diez minutos. En los primeros cinco resolvimos el problema; acordamos que el sábado nos reunimos en mi casa y que de paso vamos a aprovechar para festejarle el cumpleaños a Pablo. En los cinco minutos restantes me confesó que en realidad su trabajo había terminado hacía una semana, y que estaba parando en Mendoza: después de estudiar los fenómenos sísmicos en la ciudad de Cafayate decidió trasladarse a Godoy Cruz, para disfrutar una mini luna de miel con un mendocino que conoció en el grupo de investigación. Parece ser que, en solamente dos semanas, el chico logró volarle del cerebro todas las placas tectónicas; porque ya están planeando irse a vivir juntos. Así que, además de traernos un montículo de rocas que juntó mientras picaba una fosa, también va a traer de visita a su nuevo novio.
 Apenas cortamos, llamé a Pablo. Le comenté lo poco que sabía: que su madre  estaba organizando un nuevo plan para engañarnos. La verdad es que no la puedo culpar. Los tres detestamos los cumpleaños de  la misma manera. Por esto mismo, hace más de diez años, organizamos un comité para formalizar la decisión de evitar festejarlos en familia. El problema fue que, cuando mis papás se separaron, mi mamá volvió a retomar el hábito del festejo, y los ideales del comité se disolvieron por completo. Ahora mi mamá se encarga de reunirnos a través de excusas y mentiras: para el último cumpleaños de Pablo, nos había invitado a cada uno, por separado, a cenar a Puerto Madero. Pero resultó que, en realidad, nos esperaba para embarcarnos en un catamarán poblado de jubilados. El catamarán nunca zarpó y nos balanceamos sobre el agua hasta las 21 hs.
Al rato, cuando nos dimos cuenta que el segundo piso se estaba convirtiendo de a poco en una pista de tango, y que lo único que había para tragar eran las sobras de la mesa fría, los tres nos fuimos levantando disimuladamente para naufragar. 
Y ella terminó sola con Nora, su amiga.   
Arreglamos así: Pablo se va a encargar de la comida. Yo me encargo de la casa y los preparativos. Antes de llamar a mi mamá para contarle el cambio de planes, aspiré el humo del sahumerio de lavanda y lo contuve en mis pulmones hasta marearme. Pero sorpresivamente no tuve que justificarme por mis "problemones". Ni siquiera los nombró. Aceptó encantada el plan que habíamos armado. También se ofreció a traer las bebidas y la torta cumpleañera.

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